PERFIL

Ser poeta, seductor o trashumante
ser magnate, mendigo o negociante
ser sabio, o ser ignorante
ser alguien o ser un don nadie
eso son sólo contrastes
que nos da la luz de los otros.
Lograr mi obra,
mi obra-carro
mi obra-cheque
mi obra-título
eso no es lo importante
llegar mi abro,
mi abro-el-día
mi abro-el-miedo
mi abro-la-tristeza
mi abro-tu-alegría
eso es lo presentable
la huella que marcas
en el horizonte
la firma hueca
de tu inmensa nada.

Carlos Eduardo Pérez Mejía estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Caldas
desde 1989 hasta 2001 con intervalos sin llegar a graduarse.
Ha participado en concursos de poesía y cuento sin tener ninguna trascendencia
Ha publicado su obra dispersa del mismo modo que ha sufrido calamidades
en el aire de la insolvencia y en el espacio virtual del desprecio, del mismo modo
que ha perdido matrimonio, hijos, amigos, trabajos. Ha sido mensajero, tipógrafo,
celador, vendedor ambulante, microfilmador estafado de fichas catastrales, profesor
principiante y despreciado que se dejó aislar de puro perplejo ante el cinismo y la crueldad; recogedor
renunciado de café en par de semanas; amante estúpido de las Letras hasta el punto
de dejarse declarar esquizofrénico (sin respaldo legal ni científico)
en un pleito por tortura, caminante auto-terapeuta al que los especialistas serían capaz de llamar
dromomaníaco, pero el globo sigue cayendo y disparando con las mismas piedras que tiran al árbol para
que caigan frutos. Ya los petardos son menos contundentes y parecen los golpes ser más
amigables; el amor sigue siendo la última frontera y sigue esgrimiendo auténticos argumentos de
derecho en legítima defensa. Ya saben los grandes administradores que hay un tesoro guardado
al que no quieren dar patente ni licencia. Ha llegado a convertirse en un filósofo del Lenguaje
que inventó una nueva Teoría Lingüística que está por sistematizarse (al igual que hay una obra inédita):
Las Lingüísticas Fuzzy que podrían revolucionar los lenguajes informáticos y han llegado a crear una
nueva forma de conciencia. Es probable que el esfuerzo destructor de las ojerizas (la envidia es una palabra tan
fea y el pudor es un taparrabo tan inútil) logre su cometido, pero mientras, nosotros tratamos de divertirnos a costa de nuestros propios
sufrimientos, puesto que ya nada importa según la corriente en boga; de modo tal que también hemos llegado
a conclusiones del tenor que: no importa la maleta, importa el equipaje; al fin, en hotel de lujo
o en tibia hierba ha de pudrirse, a menos que alguien se ocupe de descifrar la clave de su andamiaje.