miércoles, 18 de febrero de 2015

¿DECODIFICAR LOS MEDIOS O DECODIFICAR LA HISTORIA?



Sin perjuicio de las nuevas tentativas del establecimiento por mantener las riendas de la "socialización civilizada" mediante una legislación que meta la educación en cintura de la calidad y no en la cultura del negocio, se debería crear una carrera universitaria que se llamase Decodificación de la Posmodernidad que se homologue a la muy nueva carrera que, en México, se denomina Centro de estudios de pensamiento complejo. La presente reflexión nos nace en el calor de dos artículos que, aparecidos en el suplemento literario de EL TIEMPO: Lecturas, y que más que suplemento es una guía ágil de lo que la Cultura con mayúscula vive en sus vanguardias locales y sus conexiones universales. La nuit de nuestra reflexión no se encuentra en el cascar desesperado de los frutos del diseño social, sino en los meandros de lo que quiere significar una sociedad avanzada y el sabor que pretendemos presentar es, probable y lamentablemente, muy similar a aquel por el cual los paladares no se avienen bien con manjares nuevos o desconocidos y, peor aún, con los que requieren una educación previa de las sensibilidad y el gusto.

"Bolsa artística y el arte como acción" es un artículo que se lee con la ligereza de un entremes engullido cuando ya se han bebido varios cocktailes -a esa altura ya no importa si la anchoa sobre la galleta es simple bacalao mal desalado-. Ya la cháchara de la deshumanización del arte, del ángel de la destrucción observando de soslayo las ruinas de la cultura y de la banalización de la cotidianidad están integradas dentro de la fiesta. Pero ¿cuántos alter ego de Warhol podrían encontrarse en Twitter? Alguien podría aducir que no hemos contactado con la red adecuada, pero no lo creemos. El arte contemporáneo -en general- se hace autotraqueotomía con la especialización en finanzas para poder salvarse del ahogo de su propio vómito y sin embargo sigue negando que es el pasado clásico y lo último que pudo alcanzar la categoría de valioso quien le da respiración boca a boca. No es que la calidad del arte sea difícil de medir o comparar, es que la brecha entre arte y prestigio ha sido superada con el salto mortal de la no-reflexión o de la reflexión mediada según los cánones de formación de opinión para la cual el nuevo gusto debe estar tocado por el dejo a metálico.

El primer paso para dar el salto mortal es adelantar el espejismo de la felicidad a la sombra del arte que desde sus más rancias definiciones ha sido siempre una forma de mirar con vistas a nombrar lo innombrable y a manejar lo inmanejable -cosa que obviamente la red integral de galeristas, accionistas de bolsa y relacionistas públicos negaran con acritud, con los artistas asociados como defensores a ultranza y cuyo argumento máximo podrá ser, acaso, que en el infinito árbol del arte y el gusto ellos son la rama más nutritiva- pero, no basta con contar con el arnés del crédito para atreverse a dar el primer paso, también es viable lanzarse sin dispositivo de seguridad con la moda y lo moderno como sucedaneo, así se podran esgrimir votos de 'anarquía incluyente'; entonces flores crecidas mediante crianza esforzada podrán ser exhibidas desde el estercolero como vivo ejemplo ecológico de productos de cultura orgánicos.

Ahora bien, es de suponer que ya todos estamos en el vacío del salto mortal, entonces ¿por qué no reconocer que el poder de la Nube no necesita de vientos refrescantes si desde el mismo lejano oriente se subasta puro aire enrarecido pero finamente refinado? Vender, vender, vender; sin embargo los taxis institucionalizados dan su batalla ¿acaso por encima -o por debajo- del encauchetado de la fibra óptica, la Uber de lo pensante no les dejará seguir mamando su leche?

Y es que siempre lo latinoamericano detrás de su morronguera carga su pandequesera. No es sino leer la sesuda entrevista de dos estudiantes de filosofía a un académico (Carlos Rincón: Dos libros) nutrido en las mieles de la cultura europea -alemana- a propósito de dos publicaciones con hondas raices en nuestra idiosincracia, para, si se reflexiona atentamente en lo escandaloso, que simplemente es dar el paso inevitable, de reconocer que los colombianos "nos volvimos normativamente pluriculturales" como un simple medio de adaptación al vértigo que la doncella jóven asume en medio de la orgía antes de decidir cómo, donde y por qué se entrega; que el hecho de que la indígena pase siglos vendida a un billete de diez mil sin mirar en serio los retratos de Morillo,Murillo Toro y Bolívar, que el rompimiento entre el vínculo apológetico y el fracaso del Estado-nación no es una simple desligazón de mosaico, sino que, más bien, es un punto de trama lo suficientemente intrincado en la pixelación de la bandera colombiana con la de la zarina Catalina de Rusia para escuchar, sin entender, que la aséptica con que se eterniza la peste del olvido es la declaración de que Colombia es un país que aprendió a vivir sin historia para dar de que hablar a la historia en la era de los neocolonialismos