Bien
pensado, el asunto era espeluznante. Y, no era espeluznante por lo
que de ordinario un asunto es espeluznante, a saber: Una presencia de
ultratumba en una noche terrible, con truenos y relámpagos,
presentándose a un hombre solo. No, el asunto era más bien un
asunto de esos que ya son raros en las gentes, en medio del vértigo
de la vida moderna y que habiéndose masificado y magnificado un
vivir automático, pendiente sólo de los asuntos atinentes a los
peligros vegetativos, a los riesgos sociales, a los progresos en
terreno económico. Era un asunto de sensibilidad y análisis.
Resultaba
ser que un hombre medianamente estudioso y apasionado se había dado
en estudiar -leer- un poco a Kierkegaard, al modo que hoy casi todo
el mundo actúa: abordar los asuntos desde lo general, cumpĺido,
para llegar a lo particular, concreto; en otras palabras, partir de
la síntesis, desde el producto final para llegar a la causa
eficiente, empresa harto difícil y absurda en tratándose de un
hombre que esforzado, virtuoso como ninguno, al menos en lo tocante a
los manes retóricos y cuyo desespero nosotros, los hombres del siglo
XXI, con el descreímiento casi inoculado como un condensado, como
una marca de fábrica a la cual no hemos pedido ser llevados,
ignoramos.
Y
es que si bien nuestro pensador de hoy parece atribuir, atinadamente,
tanto juicio, tanta corrección dialéctica, al espíritu de la
época, al exceso de tiempo de finales del siglo XIX monótono,
lento, casi asfixiante en lo tocante a eso que bien se dio en llamar
angst , angustia existencial
del peso del ser sobre el ente y el ente sin saber en que ocuparse,
como disiparse, como distribuir toda esa fuerza concentrada que hoy
es tan fácil dilapidar en viajes, dispositivos
multimedia, conversaciones virtuales, lejanas y fantasmagóricas,
negocios tan sutiles como baladíes, en oficios solitarios o grupales
moralmente desprovistos de carga conciencial, como no sea la de la
política, cuya prostitución ilustrada y melindrosa de modales para
poner cortapisas a la contradicción entre lucha y placer, sigue tan
lúcida y sagaz como en los peores tiempos de las decadencias de
todos las épocas, también supo transmitir a las futuras
generaciones que fijan su mirada en los anales de la historia del
pensamiento, su preocupación casi patológica a nuestros ojos, por
descubrir las bases ciertas de la fe del cristianismo, esa doctrina
hoy tan ecumenizada, tan standarizada entre las muchas dosctrinas,
corrientes de pensamiento especulativo, rituales de conexión con la
“energía”, energía que hoy se define, sin definirse específica
e incontestablemente, entre comillas, como esa fuerza vital por la
cual todos los elementos de lo material e inmaterial se
interrelaciónan . Esa
preocupación ¡¿cómo saber hoy si era la real empresa de un alma
empeñada en no tragarse todo cuanto su entorno le dictaba como
cierto y deseable, como lo era la felicidad eterna del individuo, o
si, por el contrario, era el original caballito de batalla de un ser,
de un individuo, cuya supeditación del entorno, cuya sensibilidad
particular, cuya psicología única como todas las psicologías de
cada persona a la cual hay que darle el beneficio inexpugnable de un
sagrario en el que se guarda, su hostia particualr, no redonda y
universal, de mezcla ordinaria de flor de trigo y agua, sino
hecha de una madeja enredada de mil hilos diferentes, con mil puntas
trozadas por los cortes abruptos de la circunstancia, que ha logrado
acaso registrar el sello de una personalidad que, no obstante su
dibujo no resulta ser aquel que quiso garabatear en el medio social,
sino la figura incompleta, caprichosa, con la belleza burlona y
disimulada con que inconscientemente el trato del mundo dibuja en cada
máscara de persona y que, más que preocupado por su ser más
auténtico, por ese enigma mediana o malamente iluminado en que se
tornan nuestras mentes, debió preocuparse por la conminación que
los escollos del camino le impusieron, no como la mula terca y el
hombre de talante decidido que, encontrándose una montaña de
pedernal se obstina en horadarla y construir su ciudadela de libertad
con los escombros acumulados y/o recogidos?!
Pues
nuestro pensador de hoy, apenas leído el prefacio y la introducción
de una obra de gran envergadura, cuya admiración es grande y sin
embargo no alcanza a sentir todo aquel raudal sentimiento que debió
acumularse allí , que
apenas escozadas las ideas generales a desarrollar respecto de ese
algo que tampoco para él es cosa nimia, y sin embargo, es tan
liviana, tan deleznable por el hecho de que la experiencia, la
decepción del edificio lógico del ideal dentro del cual la sociedad
y la civilización guarda su nada significante que, como la energía,
esa fuerza aún no desmenuzada ni atrapada en la red de conceptos que
permitan fabricarla artificialmente, del mismo modo que todavía no
se ha hecho una grano de arena de un soplo de aire, y que impulsa
toda la búsqueda ya no con angustias situadas en terrenos sombríos,
inhóspitos, fantasmales y
llenos de miedo y culpa atávica, sino,
más bien, en propuestas cada vez mejor encadenadas y encaminadas
según los sutiles y perfectos resultados que, empero también
plantean nuevas dificultades, preguntas e incertidumbres y que,
ciertamente cada tanto dan golpes de gracia que avisan que la lucidez
y fuerza del chorro de la razón horadando la montaña no es tan real
ni tan verdadera ni tan exacta y que, puesto en escena el pensamiento
dialéctico, tan bien concebido, tan sólido, respecto de que la fe
no puede ser un supuesto razonable que contenga de por sí toda la
certeza como algo dado -como
un don diríamos nosotros- dentro de un sistema dialéctico, sólo
por ser un hecho histórico que da punto de partida a un movimiento
energético que ha involucrado la humanidad y la historia toda. Y
¡todo por un pugilato entre un orador imaginario y un escritor
pseudónimo! Quizás porque la vergüenza, ese prurito de los
intelectuales y los académicos de disimular su hambre de gloria y
sed de reconocimiento. Kierkegaard nos dice que es un insulto para la
fe basarla en este supuesto, dándonos a entender que la fe pura, la
fe del carbonero, la fe que algún ser asume por asombro frente al
misterio de lo insondable
pero sólo para,
espectacularmente y buscando sonoridad, se declara aturdido por un
orador que se apodera de la palabra y no lo deja hablar al escritor
que, seguramente, si le fuese dado el turno de defender lo que hacen
ahora en los platós de televisión los políticos, armar un edificio
de fuerza ilocucionaria, a lo mejor se envararía y se dejaría
vencer por lo demoledor de la fuerza que lo haría “entregarse como
una doncella”. El alegato, que de entrada nosotros, como todo
ignorante atrevido, refutamos de entrada con el pensamiento de que la
fe de hoy, la fe del hombre cosmopolita, contemporáneo, la fe que
para nosotros especuladores del lenguaje se dibuja en la letra efe
que configura un ser arrodillado, con la cabeza hundida en el pecho ,
las manos juntas y
muy seguramente con los ojos cerrados f
esa
fe, hoy, es la del hombre nihilista que pone su cabeza en el cadalso
y se arrodilla frente a su ciego destino: “Capitán, los afanes
son engaños/vano el arnés y vana la porfía /del
hombre cuyo término es un día/todo ha concluido hace ya muchos
años/el hierro que ha de herirte se ha herrumbrado/estás, como
todos nosotros, condenado” (J. L. Borges)
Pero
no es tan fácil. Nuestro pensador de hoy también quiere ser
sincero: No más iniciada la lectura del alegato que se extiende por
casi mil páginas del llamado “Postcriptum no científico y
definitivo a migajas filosóficas” un ser
ágil y extraño emerge desde el abismo de la rodilla, tiene
diminutos ojos de sapo y cuerpo de grano de arroz alado, es ca-fé
obscuro su color e irónicamente, lo único blanco es el extremo del
culo, su vientre es de un amarillo que recuerda las luciérnagas y,
cuando el pensador se percata de su presencia, sus tres de patas
empiezan un movimiento de de vaivén de péndulo que recuerda una de
sus más conocidas obras “Lo uno o lo otro”. Siendo ágil,
el bicho es de una docilidad que hace pensar en un ser tremendamente
humilde y presentamos nuestro testigo para que cada cual piense o
deje de pensar como guste.