martes, 3 de septiembre de 2019

KIERKEGAARD DE 206 AÑITOS




Bien pensado, el asunto era espeluznante. Y, no era espeluznante por lo que de ordinario un asunto es espeluznante, a saber: Una presencia de ultratumba en una noche terrible, con truenos y relámpagos, presentándose a un hombre solo. No, el asunto era más bien un asunto de esos que ya son raros en las gentes, en medio del vértigo de la vida moderna y que habiéndose masificado y magnificado un vivir automático, pendiente sólo de los asuntos atinentes a los peligros vegetativos, a los riesgos sociales, a los progresos en terreno económico. Era un asunto de sensibilidad y análisis.

Resultaba ser que un hombre medianamente estudioso y apasionado se había dado en estudiar -leer- un poco a Kierkegaard, al modo que hoy casi todo el mundo actúa: abordar los asuntos desde lo general, cumpĺido, para llegar a lo particular, concreto; en otras palabras, partir de la síntesis, desde el producto final para llegar a la causa eficiente, empresa harto difícil y absurda en tratándose de un hombre que esforzado, virtuoso como ninguno, al menos en lo tocante a los manes retóricos y cuyo desespero nosotros, los hombres del siglo XXI, con el descreímiento casi inoculado como un condensado, como una marca de fábrica a la cual no hemos pedido ser llevados, ignoramos.
Y es que si bien nuestro pensador de hoy parece atribuir, atinadamente, tanto juicio, tanta corrección dialéctica, al espíritu de la época, al exceso de tiempo de finales del siglo XIX monótono, lento, casi asfixiante en lo tocante a eso que bien se dio en llamar angst , angustia existencial del peso del ser sobre el ente y el ente sin saber en que ocuparse, como disiparse, como distribuir toda esa fuerza concentrada que hoy es tan fácil dilapidar en viajes, dispositivos multimedia, conversaciones virtuales, lejanas y fantasmagóricas, negocios tan sutiles como baladíes, en oficios solitarios o grupales moralmente desprovistos de carga conciencial, como no sea la de la política, cuya prostitución ilustrada y melindrosa de modales para poner cortapisas a la contradicción entre lucha y placer, sigue tan lúcida y sagaz como en los peores tiempos de las decadencias de todos las épocas, también supo transmitir a las futuras generaciones que fijan su mirada en los anales de la historia del pensamiento, su preocupación casi patológica a nuestros ojos, por descubrir las bases ciertas de la fe del cristianismo, esa doctrina hoy tan ecumenizada, tan standarizada entre las muchas dosctrinas, corrientes de pensamiento especulativo, rituales de conexión con la “energía”, energía que hoy se define, sin definirse específica e incontestablemente, entre comillas, como esa fuerza vital por la cual todos los elementos de lo material e inmaterial se interrelaciónan . Esa preocupación ¡¿cómo saber hoy si era la real empresa de un alma empeñada en no tragarse todo cuanto su entorno le dictaba como cierto y deseable, como lo era la felicidad eterna del individuo, o si, por el contrario, era el original caballito de batalla de un ser, de un individuo, cuya supeditación del entorno, cuya sensibilidad particular, cuya psicología única como todas las psicologías de cada persona a la cual hay que darle el beneficio inexpugnable de un sagrario en el que se guarda, su hostia particualr, no redonda y universal, de mezcla ordinaria de flor de trigo y agua, sino hecha de una madeja enredada de mil hilos diferentes, con mil puntas trozadas por los cortes abruptos de la circunstancia, que ha logrado acaso registrar el sello de una personalidad que, no obstante su dibujo no resulta ser aquel que quiso garabatear en el medio social, sino la figura incompleta, caprichosa, con la belleza burlona y disimulada con que inconscientemente el trato del mundo dibuja en cada máscara de persona y que, más que preocupado por su ser más auténtico, por ese enigma mediana o malamente iluminado en que se tornan nuestras mentes, debió preocuparse por la conminación que los escollos del camino le impusieron, no como la mula terca y el hombre de talante decidido que, encontrándose una montaña de pedernal se obstina en horadarla y construir su ciudadela de libertad con los escombros acumulados y/o recogidos?!
Pues nuestro pensador de hoy, apenas leído el prefacio y la introducción de una obra de gran envergadura, cuya admiración es grande y sin embargo no alcanza a sentir todo aquel raudal sentimiento que debió acumularse allí , que apenas escozadas las ideas generales a desarrollar respecto de ese algo que tampoco para él es cosa nimia, y sin embargo, es tan liviana, tan deleznable por el hecho de que la experiencia, la decepción del edificio lógico del ideal dentro del cual la sociedad y la civilización guarda su nada significante que, como la energía, esa fuerza aún no desmenuzada ni atrapada en la red de conceptos que permitan fabricarla artificialmente, del mismo modo que todavía no se ha hecho una grano de arena de un soplo de aire, y que impulsa toda la búsqueda ya no con angustias situadas en terrenos sombríos, inhóspitos, fantasmales y llenos de miedo y culpa atávica, sino, más bien, en propuestas cada vez mejor encadenadas y encaminadas según los sutiles y perfectos resultados que, empero también plantean nuevas dificultades, preguntas e incertidumbres y que, ciertamente cada tanto dan golpes de gracia que avisan que la lucidez y fuerza del chorro de la razón horadando la montaña no es tan real ni tan verdadera ni tan exacta y que, puesto en escena el pensamiento dialéctico, tan bien concebido, tan sólido, respecto de que la fe no puede ser un supuesto razonable que contenga de por sí toda la certeza como algo dado -como un don diríamos nosotros- dentro de un sistema dialéctico, sólo por ser un hecho histórico que da punto de partida a un movimiento energético que ha involucrado la humanidad y la historia toda. Y ¡todo por un pugilato entre un orador imaginario y un escritor pseudónimo! Quizás porque la vergüenza, ese prurito de los intelectuales y los académicos de disimular su hambre de gloria y sed de reconocimiento. Kierkegaard nos dice que es un insulto para la fe basarla en este supuesto, dándonos a entender que la fe pura, la fe del carbonero, la fe que algún ser asume por asombro frente al misterio de lo insondable pero sólo para, espectacularmente y buscando sonoridad, se declara aturdido por un orador que se apodera de la palabra y no lo deja hablar al escritor que, seguramente, si le fuese dado el turno de defender lo que hacen ahora en los platós de televisión los políticos, armar un edificio de fuerza ilocucionaria, a lo mejor se envararía y se dejaría vencer por lo demoledor de la fuerza que lo haría “entregarse como una doncella”. El alegato, que de entrada nosotros, como todo ignorante atrevido, refutamos de entrada con el pensamiento de que la fe de hoy, la fe del hombre cosmopolita, contemporáneo, la fe que para nosotros especuladores del lenguaje se dibuja en la letra efe que configura un ser arrodillado, con la cabeza hundida en el pecho , las manos juntas y muy seguramente con los ojos cerrados f
esa fe, hoy, es la del hombre nihilista que pone su cabeza en el cadalso y se arrodilla frente a su ciego destino: “Capitán, los afanes son engaños/vano el arnés y vana la porfía /del hombre cuyo término es un día/todo ha concluido hace ya muchos años/el hierro que ha de herirte se ha herrumbrado/estás, como todos nosotros, condenado” (J. L. Borges)
Pero no es tan fácil. Nuestro pensador de hoy también quiere ser sincero: No más iniciada la lectura del alegato que se extiende por casi mil páginas del llamado “Postcriptum no científico y definitivo a migajas filosóficas un ser ágil y extraño emerge desde el abismo de la rodilla, tiene diminutos ojos de sapo y cuerpo de grano de arroz alado, es ca-fé obscuro su color e irónicamente, lo único blanco es el extremo del culo, su vientre es de un amarillo que recuerda las luciérnagas y, cuando el pensador se percata de su presencia, sus tres de patas empiezan un movimiento de de vaivén de péndulo que recuerda una de sus más conocidas obras “Lo uno o lo otro”. Siendo ágil, el bicho es de una docilidad que hace pensar en un ser tremendamente humilde y presentamos nuestro testigo para que cada cual piense o deje de pensar como guste.