Todos habéis visto un espejo:
una tinta con cierta química
posada sobre una superficie
que podría parecer colosa como la roca
más en verdad coloide como la gelatina
Así, la carcasa de una mariposa, por ejemplo,
una cierta energía mostrándose como dos pétalos
cortejando a la luz desde el gusano de la vida;
y, eso somos todos, pedazos de un espejo
donde nos vemos unos a otros
y sólo nos da pábulo el ansia de conocer
la sustancia del reflejo:
cada grano de cada hueso, cada fibra
es un color diferente de la tinta del tiempo
posándose sobre la vasta ruina de la nada;
por eso de tierra ponemos una cortina
sobre cada espejo que queda tirado sobre la vía
para que el terror del verdadero reflejo no nos
haga perder pie
en la iridiscente burbuja donde flotamos como en
el ojo
de un ser monstruoso de espuma que se cree tanto
y de tanto peso como que hay diez mil millones de
almas
que deambulan y la animan y que se han inventado
un centro
donde como papeles en vértigo de fuerza centrífuga
da aire in-condicionado a mil universos y una sola
aguja
pinchando miríadas de destellos en un instante
¡qué importa, ahora vuela esta pluma!
vanidosa sobre este trozo de nitrato de plata
que con la idea se vuelve puta.