sábado, 20 de septiembre de 2014

CARTA POSTUMA

CARTA POSTUMA DE CERATTI A UN POETA
Por fin te sueltas. Te escribo desde la frontera; desde el punto de no retorno al que no puedes seguirme. He podido obtener esta prórroga de la partida. La mano que te escribe, tu mano, no sabe, yo tampoco, si el sentimiento que la mueve es de furia, de odio, de amor o, simplemente de...manía.
Sabes bien que lo que escribes te lo tenías bien guardado. Yo, hasta ahora sé que estabas un piso más arriba; los mensajes te los enviaba al piso más bajo ¿es ahora al contrario, lo más arriba es lo más abajo? El caso es que tienes ese don de haber entrado y salido del mundo de la muerte, si bien que no a capricho y, más bien, como milagro del que has vuelto con las manos llenas pero desparramando en saco hueco. Acaso cuando comparezca, cuando arribe, se me dilucide el interrogante de si eras un epígono de Orfeo o él mismo redivivo que por su gran infortunio del amor fue, cual Sísifo, entrando al infierno en busca de su Eurídice multiplicada a infinito en todas las enamoradas fieles.
Cuando sucedió lo que sucedió; esa triste y tosca humillación; tú recogiste la botella que lancé al mar con mi mensaje: «Aún estoy aquí y veo más; si me toca irme no me importa, pero quiero comunicar». Te estás preguntando a esta hora si deliras con la metáfora del padre Abraham y el rico Epulón y yo te digo que no importa; sí, deliras; pero tu delirio es de-lira, es decir, ese primer rudimento de cuerdas bien armonizadas en el temple (puestas en el templo), que se tienden a través de la realidad para que los entendimientos se deslicen en ella con goce y tino, deja oír sus acordes: La música de los principios. Pero no tengo tiempo que perder en explicaciones, pues cuanto más tiempo gasto en mantenerme en la cosa, en las cosas amadas a las que  los muertos se aferran como partículas mínimas –tu madre duró más de cuatro años alojada en la acidez de tu estómago, en las hojas mustias de la mata de balazo que tanto cuidaba, en la maleza que daba flores moradas cuando los atardeceres rojos se reflejaban en el ventanal donde su ingrato marido solía disfrutar-, tanto más se dispersa mi lucidez. De allí viene esa trampa: El asco, la co-sa en revés...pero no puedo, no puedo, no debo derrapar. ¡No!, quisiera, cuánto quisiera, derrapar y devolverme, pero lo único que puedo es desbarrar.
Decía que cuando sucedió mi triste castigo -¿autoinflingido?-...pienso en ello porque durante estos cuatro largos y horribles años he llegado a tener claras unas cuantas muchas cosas -quiero decir, hacer silogismos de conclusiones más o menos sólidas-: Uno de mis epígonos: Calamaro (sé que coétaneo cabe aquí como cabe Sandro Romero Rey con Daniel Riera respecto de los Rolling Stones; que cabe como concepto retorcido que enreda en sus meandros el asunto del camino que andamos al tiempo muchos extraviados, o lúcidos, da lo mismo, pero que en realidad es aquella fuerza epigonal que gira en torno de ciertas a-gonías ; de ciertos inciertos principios) tuvo mejor manejo de las riendas; manejó su corcel no de acuerdo a sus impulsos, sino según el cálculo de sus fuerzas. Podría decirse que no se dejó llevar por la hybris; pero en realidad era eso lo que trasuntaba de sus idas y venidas, de sus caídas y levantadas; de su decepciones que se ilusionan de nuevo para deshacerlas como se deshace un anillo de humo de marihuana de primera lanzado al vacío pues se sabe que hay para hacer muchos otros, muchas fuerzas para aspirarlos de nuevo desvanecidos en el aire. Mientras que yo, dos hijos, una mujer maravillosa; si me hubiese ido en pos del arte no hubiese ido tras el baile de la mueca de Thanatos: el deseo de más sensación, más sensación, más sen-sa-ción, más s-en-sa-ción, se-n-s-a-ci...no.
Retomo. Estabas prendado de una linda morena; pero no era una linda mu­- chacha; era un estético dibujo de lo que en otros tiempos proyectaba una bella alma; hoy, era sólo la mixtura sin tino de forma sin alma (es que la inteligencia actual pretendía viviseccionar el momento de cuando el re- nacuajo pasó a rana; se perdió en el salto). El día en que se anuncia mi noticia habías fracasado en ligarla y te encontraste, entre una línea divisoria de las placas del pavimento, un pequeñísimo dado de color azul cobalto metálico, el mismo elemento con que construyen radiactivos artefactos. Sus caras legibles sólo eran 4, 3, 2 y, entonces te repetiste la premisa: Dios no juega a los dados; pero no se te ocurrió pensar que sí juega y con ellos cargados. El 1 era la punta rota y deshilachada de la cuerda que armaba un collar de abalorios: mi cerebro; y el 6 estaba desdibujado. Sólo ahora barruntas: igual que las parcas, las moiras, el Uno corta donde quiere la urdimbre y el seis conspira y se camufla des-dibujado.
Pero, qué mierda, el asunto no es de sectas. Por andar defendiendo ideolo-gías el mundo ha perdido su natural instinto de amar-nos. Somos diferentes, nos contrastamos, y en su refriega nos amamos más o nos amamos menos, pero cuando defendemos evangelios nos olvidamos de que somos humanos e imperfectos y nos restregamos todos los cánones y en su nombre nos matamos. Llámense gnosis, cristianismos, masonerías, cientologías pierden almas que serían naturalmente inclinadas a la clemencia mutua; pues, ah barro hediondo que somos en general ; sólo que aquí no importa si hay o no hay espasmo.
Te diste cuenta y te prometiste escribir un cuento que te inspiré pero sólo cuando me recobrara. Se te fue el cuento con mi recuerdo –no eras mi fan-. ¿Fue ella la mala; la chica quien no permitió en su ignorancia que su amor me diera una nueva jugada? Yo, en cambio, gestioné muchas veces por ti ante los emisarios, enfermeros enigmáticos que preguntaban si teníamos originalidades no resueltas que absolver como coartada para volver, aparte de la manida primera caída y de la lucha incruenta del no-Ser, Se-n(  ̃ )or y Luz-bella: Díganle, díganle; pónganle el dedo, la gota, en la lengua, ustedes que aún ven fluir la transparencia sólida del agua; déjenlo ir...hasta su rienda. Te reías tu, se reían ellas, las fuerzas y jugaban, jugaban, loterías sin cuenta: Lot(h)erías? No, sal-va-Abba-s tu pellejo para nada.
Pero me dejó ir, finalmente, tu poética con mis compatriotas. Cortázar venía a ofrecerme el hombro: ¡tente ahí, es la juega! pero Martín Caparrós soltó la tapa después que otros que mejor no mencionar pusieron el acento: Nada personal, pero ¡enviados de Dios!: que te compren un bicha.
No sé si es odio por denunciarnos; o es el amor que me inspiras al dejarme por fin soltar la mano de la prostituta esperanza, saber que el cochino mundo no dejará de ser lo que ha sido durante todos los siglos de los siglos. Tanto me la comí y seguía dándome chanza; ah chancha.
                                                                                                     Tuyo, Gustavo