miércoles, 23 de noviembre de 2011

CONVERGENCIAS

El hombre sopesó otra vez la disyuntiva: Llegar directamente a donde lo esperaban su mujer y sus hijos (que esperaban entre otras cosas que llegara con la novedad de cada quincena: algo rico para comer) o bajarse a conocer el nuevo sitio de aquella. Miró el cielo de mercurio sin ganas de augurios (solamente era un acto reflejo que tenía más que ver con la culpa que con el clima) y ni siquiera necesitó colegir que de nuevo se desgarraba el chaparrón. El celular le picó en el bolsillo de su camisa con un nuevo mensaje gratuito de blindar la travesura pero lo ignoró.
En el mismo segundo que el hombre dirigía su mirada al cielo un poeta de los miles que caminan bajo cielos caleidoscópicos -aunque nieve tedio o canicule hastío-, torció la ruta de caminante de domingo para adobar mejor la cresta del biorritmo (igual que las mujeres con su período, con la diferencia que la cachondez propia de los días siguientes al aterrizaje inoficioso del paracaídas de la especie era siempre un bullir de ideas que regularmente también caían en un simple flirt con lo posible porque, igual que las mujeres, el sopesar ventajas e inconvenientes casi siempre eran el motivo de queja dismenorréica en ellas y melancolía histérica en ellos). Apagó el celular y dejó que sus barruntos brotaran silvestres aunque ya venían esquejes cuyo brote se anunciaba por la inquietud de ciertas especies: “La última vuelta de tuerca”, “El Pensamiento del Afuera”. Fue descendiendo los escalones de su complejo discurrir igual que descendía los intrincados caminos de su ciudad-escalera-babélica, que como un pelícano hambriento se precipitaba directo al mar: Ya la pregunta de si los pequeños pupilos de Emma ¿? eran diabólicos o lo era ella en su calidad de niñera rebelde en salir a tiempo de los laberínticos pasadizos de la razón era irrelevante: la fantasmática había que obviarla como se obvia el ruido en una declaración de amor. No era que Foucault se equivocara, sólo que eligió un camino tortuoso aunque aparentemente promisorio: Puesto que la verdad no se detenta del mismo modo que un hombre controla su cuenta de ahorros: apenas se ausculta al modo del potentado que presume que a su empresa la defraudan funcionarios maliciosos, pero se sabe que el mayor porcentaje de sus acciones le pertenece.
La llovizna pertinaz invitó al poeta a refugiarse bajo el techo de un paradero de autobús. Se sentó y se bebió una ráfaga de aire fresco con aroma de pino que venía de los cerros. Al levantar la mirada hacia el terraplén que tenía enfrente se encontró con la fachada de una casa humilde a cuyo portal sendos avisos que se curan en salud de filiación política, rezaban en sentido vertical: MINUTOS. En su ventana una mujer fuma con denuedo. Piensa: “la puta vida se esfuma y las ansias pasan lentas como esta marica lluvia. Perro corazón: párate de una vez o dame una solución”
El hombre se apeó con un mohín despectivo mientras pensaba que valía la pena correr la suerte del reproche y el desprecio por tener aquella dicha que no parecía fingida como lo parecía con su mujer quien a su vez quería más la dicha que le prometía su vecino acomodado que la sufrida proeza de su marido angustiado por el sistema.
Cuando coincidieron sus miradas (no era que se miraran a los ojos; era que los dos miraban en un ángulo co-incidente: el hombre se cruzaba con un indigente) se obró la magia: Las manos nudosas del hombre –digamos que se llama “Put-o-matter nice guy”-dibujaron en el aire los arabescos despectivos que parecían decir: “Si buscás felicidad y contento con una puerta abierta que te facilite el roberto, te equivocaste de barrio mastuerzo”; el basuriego –que es sólo eso- se lleva las manos rusticas pero delicadas a la barba y con la sutileza de un Cristo que se reviste de la sabiduría de un Mefisto parece que dice: “No sólo de razón vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca del caos” y acto seguido escudriña el cuadrante que tiene ante la vista para recoger la colilla que segundos antes de refugiarse ante el encuentro con la mirada del paseante, la mujer ha arrojado.
La gotera que cae del techo del paradero parece encadenar la secuencia: La tuerca ya no aprieta ningún sostén, ninguna articulación de estructura como no sea la de los principios, pero, ¿quién se acuerda ahora de los principios?
No importa que caiga la lluvia, las gentes siguen viviendo. Suceden las secuencias como suceden los deseos: El pensamiento de la tarde anterior: No me importa, como a ti, el poder, me importa el imán. Tu te preocupas por hacer uso de las cosas que te dan fuerza; yo de la fuerza. Tú te ubicas a la orilla del río a pescar carnada con la cual forzar pesca; yo me hundo en la corriente a pescar fuerza. Un cuarteto de muchachos rompe el telón lloviznado; comparten gravedad de piernas con risas de pedales; en el mismo punto de la colilla convergen muchacha de senos generosos y macho alfa que aún no ostenta título; la muchacha solicita un minuto; el muchacho apremia una boca sin que los amigos lo acusen de chicanero; el empeine de sus senos dice que no envidia ningún pie de princesa china; en cambio su respuesta al beso dice que es el núcleo magmático del mundo, pero es mejor dejar el minuto donde consulta por un empleo que puede ofrecer un “cucho” de estilo arrecho, para ir a buscar un par-aguas que armonice un porro de besos; son de la barra “Holocausto”; se eleva el humo quinceañero que gusta el juego del “drivling” del mundo mientras otros viven el “stablishment” del sufrimiento. Cae el significado por su propio peso: la gota cae sobre el signo de holocausto pintado en la banca del poeta que los muchachos no saben de donde viene; cae el signo de Foucault que quiere negar su vínculo trascendente; pero, ¿qué quiere decir tra-scendente?: ascender por detrás. Cae el signo de Caín que descubre que en la esvástica se percata que es la sangre de su hermano la que le fermentó el vino. No es el vacío, es su deseo el que lo guía a proclamar que afuera no hay nada más que pensamiento. Entonces nace la verdadera paradoja: ¿es deseable o no el concreto? Digamos que la muchacha se llama Mónica-camino-camine-singer (¡cuál máquina de coser!: cantante que canta sin grupo especial de rescate; acaso s-wing-er : es-ala –que-quiere-ganar- por más-que-le-talle-la-tanga). Por eso es que cae la gota del techo del paradero: el salario inexacto descuida la exactitud del significado del vividero