domingo, 11 de marzo de 2012

SOPA DE PROSA CON TUÉTANO DE POESÍA
O RIZZOTO DE POESÍA A LA PROSA

La niña se sentó en la vereda con el candor y el estilo de sus tres años. A su espalda un poeta tras la puerta cerrada pero con un ala enrejada abierta leía en el espejo que colgaba de la pared frente a él; leía el contraste  de ver reflejado en su centro el retablo con un afiche de Mahatma Gandhi  que reza al pié:
“Nada nos apartará
De nuestros fines
Ni de nuestros principios
Nuestra meta tiene por fin
La amistad con todo el mundo”
en los extremos del espejo, insertos en hilos que tejidos en trama horizontal y vertical hacen de marco y sostén, los retratos de sus hijos le antojan la paradoja: el siniestro lado relativo del lado del corazón lo ocupa su retoño femenino; el diestro relativo lo ocupa su heredero masculino; pero para que el aserto se cumpla el observador tendría que darle la espalda a lo visto; lo cierto es que el desamor y el desprecio que ha visto de ellos ha sido real y mucho. La teoría cuántica de tiempos fractales le podría dar algún consuelo pero la fractura del corazón le hace erguirse y asirse de los barrotes de su puerta-ventana; allí es cuando descubre la niña: intenta torpemente insertar de nuevo la sandalia en su pié izquierdo con el cierre de la hebilla puesto en la medida de su tobillo. Su motricidad fina ni siquiera le permite entrar en el hueco de la correa, pero al segundo o tercer intento parece meditar un poco; da un pequeño paseo visual  y táctil sobre el entramado de pequeños abalorios de colores que el calzado tiene adosado al empeine; se detiene a sintonizar las frecuencias redondas de un abalorio rojo, luego de uno amarillo y por último de uno café; no ve que el poeta le observa –quizás lo ignora-; coge el extremo de la correa  y abre con toda la extensión de sus dedos el espacio que aprisiona el pestillo de la hebilla en su orificio, pero no llega a extender la abertura. El poeta ante tal juego barr-(o)-unta: rojo pasión, amarillo sol, oro, café de cosas tostadas, fe perdida de lo que todo sea (c-a-fe). La niña es una niña abandonada y puesta por el Estado en custodia, junto con otros, de una madre comunitaria. El color del cuero de la sandalia es de un color aguamarina o turquesa precioso por lo vivo de su poco uso.
  Todos por principio somos un "Don Nadie”, excepto por el DON; pero el Don no es algo que se pueda hacer tangible antes de tener conciencia de causa y efecto y antes de que la conciencia nos dicte que hay una relación entre ley y necesidad. En cambio, tratamos de hacernos “alguien” con la gran mentira de lo que nos apropiamos. Finalmente, somos lo que los demás nos otorgan. El poeta piensa todo aquello al tenor de sus dolores más íntimos: alguien que no se sabía Don Nadie sino que se lo pensaba porque aún no creía que el Don fuera ese algo maravilloso por el cual entramos en relación de amor con la armonía del universo sin importar lo que los contrastes de apariencias sino lo que de esencia a cada uno nos toca y compartimos -a veces por simple carambola azarosa de un destino que no tiene que ver con las historias redondas que pueden hacer los novelistas, pero si con la Historia que la vida va tejiendo al rededor de su huso más elemental: el amor-; pero si nos pensamos  Don Nadie, buscamos alguien que haya logrado hacerse una máscara de alguien y en ella nos refugiamos bajo la disculpa del amor; es lo que hace la mayoría: se entregan en un vasallaje concertado; las más de las veces se negocian unas relaciones de dominio con cláusulas de conveniencia, pero muy escasamente tenemos la sabiduría y la paciencia necesarias para esperar que el Don y ese particular bichito que luego de su picada enloquece con la locura más fascinante que pueda tener ser alguno, se encuentren. Ese alguien se creyó que quien le hacía objeto de su interés era un “alguien” y que sus más caros anhelos: tener una familia, ejercer domino sobre la leña del hogar, establecer la fachada de su guarida según sus muy particulares formas de ver el mundo y poner la posibilidad de ser “Don Nadies” reconocidos por los otros, eran simple asunto de fórmula y que, finalmente la guerra interior que todos tenemos se traslada a un campo enemigo con el que se comparte el lecho cada noche, cuando en realidad la guerra interior era un bello intercambio de despojos que se convirtiesen cada noche en botín y armas que llevar al campo de batalla de cada día. Cuando ese alguien vio que aquel era un auténtico don nadie, entonces prefirió hacerse con el botín de la prole y dedicarse a ejercer su torpe voluntad de dominio con la esperanza de que la armonía llegara como producto de una jugada fríamente calculada ¡qué equivocada estaba!  
  «Estoy en-fer-ma. Sufro el síndrome de esto-como» piensa el poeta. En realidad está diciendo: «Estoy en Fergie Marianne. Y no es síndrome de Estocolmo». Igual podría ser María Fernanda y a decir verdad es su carcelero quien se ha enamorado de su prisionero. Pero es que el secuestrador es niño(a) y ¿hay acaso alguien más sincero y más inteligente para aplicar sus fantasías que un niño?
  Se dice que no hay nada más atrevido que la ignorancia y en este caso la ironía es por partida doble, pues todos los que reparten habladurías son los que aplican aquel refrán tan popular y no lo saben aplicar a su propia circunstancia, pues cuando hablan de supuestas influencias de Súcubos  e Incubos están aplicando sus mismos retardos evolutivos en una idea medieval y, suponiendo que sea cierto que cuando las creencias forman parte del acervo cultural de una comunidad tales creencias adquieren el carácter de verdad, no son capaces de llegar a la conclusión que por vía de psicoanálisis: Súcubo = e(s)o-bu-(s-)co, que es simplemente la abstrusa búsqueda del inconsciente de esa obscura idea por la cual los rendimientos libidinales que tienen asiento en lo femenino se invisten de un halo maligno; por contraste, el in-cubo está ya inserto en el cubo protector (léase dominio), al igual que su patrono particular: Asmodeo, sólo es: más-deseo. Ahora bien, suponiendo que el silogismo lógico que predicaría que tendría que ser un tonto para hacer concesiones a mi enemigo fuese aplicable, sería de más peso y validez la premisa según la cual el perdón es la más auténtica fuente de verdadero amor. Si aquel alguien que dilapidó su auténtica belleza (la interior) y su armonía (la salud de mente y cuerpo) por ir tras sus egoísmos cobardes se transfiere a ese ser lleno de juventud y que por todos sus poros exuda la fresca fuerza de la vida, que aún puede comprender que la belleza de ser alguien no nos la dan del todo los otros y en cambio nos pueden quitar el Don y si es cierto que esa infantil fantasía se encontró en los caminos insondables de lo que la ciencia llama fractalidades con un espejo que nunca pretendió reflejar nada más que lo que era posible, ¿por qué no darle la categoría de un merecimiento? pues si las marchas triunfales fueron definitivamente derrotadas por la dura lucha de la vida, no lo tiene por que ser el sosiego de alguien que entiende lo elemental de morir viviendo.
   La niña al fin entendió que era mejor camino descorrer el pin de la correa para meter el pie de nuevo en la sandalia; en ese instante el poeta se percató de que la correa era del mismo color del tirante que hace unos instantes había lucido el hombro desnudo de su púber hermana sustituta.

Villamaría, día de San Valentín 2012   
LA DISPUTA

Como por aquellos días Villa Peach Ant’s padecía de una terrible inercia debida a la reciente elección de alcalde, con lo cual el reacomodamiento de fuerzas, de dádivas, de tráfico de influencias, de auscultamientos del terreno –y también de ocultamientos de áreas de manejos malamente intervenidos o difícilmente encubribles antes de entregar el poder- ponía al pueblo a revolar como chapolas en torno al candil, Eugenio Montefrío se prometió darse una pasada –o cuantas fuesen necesarias-  por el Concejo Municipal; no sólo para gozarse de las vulgares y socarronas formas de repartirse las tajadas del pastel burocrático, sino también para presionar que reabrieran el Jardín de las Mi-(h)adas donde vegetaba su sobrino; y las bibliotecas, y los programas para la tercera edad y los proyectos de arte y cultura y...; pero antes debía ir de nuevo al hospital.
    —Entonces hoy no hay al lado mucho movimiento de GOMERS, doctora.
GOMER era el snob modo de copiar la inteligencia americana que significaba: Get Out Of  My Emergency Room y que simplemente designaba el modo en que los más inteligentes médicos se deshacían del trabajo enviando a sus pacientes a casa con una aspirina para poder disfrutar de la más cachondas noches, colegas y enfermeras; o en últimas a otra sección.
Había alcanzado a fijarse en las paredes recién pintadas y las nuevas des-organizaciones de muebles, oficinas, salas de espera, antes de pensar en el infierno y antes de notar la ausencia de Queruby.
Tuvo ganas de responder por la bella doctora de rostro virginal –góticamente virginal por la palidez-: «Quedaría mejor para GOMER: “Gánate Otra Mano de Mierda En tu Recto»; en cambio, al verla sentada en el escritorio en una ambigua pose de goce y tedio, escribiendo con la mano que dicen pertenece a los muy inteligentes, dijo (pensando el muy torpe en el Dr. House. Hubiese pensado digamos en Popeye el Marino o en Pelle “El Conquistador”, pero House; ¡bah, si la casa siempre está ardiendo de realismos fantásticos!):
  — ¿Acaso debo inferir, doctora, que hace usted las labores de secretaria? y de ser así, ¿a qué secreta-aria pertenece tal nobleza?
  —No, no señor. No debe inferir con tanta prisa­- Dijo con la altivez característica de los médicos, y eso que esta era odontóloga.
Decían que el piso inferior era el infierno (y eso que muy pocos oían del sótano): Alta tasa de mortalidad; inventarios paralelos de insumos, operaciones no autorizadas. «Pero si miramos el asunto desde el mero punto de vista arquitectónico, todo infierno debe tener su escalera de incendios », se dijo con ironía, al fin y al cabo la particular topografía del terreno era la que le había dado aquella configuración tan irónicamente metafórica de las jerarquías: Abajo los desgraciados que se situaban en el área de “pacientes delicados” (los protocolos clasificadores no permitían llamar cuidados intensivos a aquel pobre refugio de primer nivel de complejidad) y salas de pequeña cirugía;  en el medio la pobre burguesía de estadísticas, higiene oral, consulta externa y arriba en una mixtura tan cómica pero tan atinada: Los potentados que con intrigas e influencias reinaban con deleite en el área de urgencias  y el área de cuidados transitorios que consistía simplemente en espacios separados por biombos de las áreas de gineco-obstetricia, odontología y lactantes.
   — No. Están haciendo “vaca” para esta noche
Casi no pudo reprimir al tenderse, una carcajada histérica. Abrió la boca y empezó a recorrer el cielo raso con esforzados desvíos de reojo. La doctora escarbaba muy cerca en un gabinete de instrumental. Se alcanzaba a vislumbrar un pequeño arco de haz azul de la nalga; es decir, de la tela azul del uniforme en la nalga. Pensó en el sentimiento de lo inerme. Las prostitutas que se tienden ¿pensarán qué es más incómodo: abrir la boca o las piernas? Todo depende; la mayoría de las veces abrir la boca representa un aumento de la plusvalía. «Ese brillo en sus ojos». Invertía buenas raciones de fracción de segundo para revisar ese par de brillos sin expresión que tenía a centímetros. La doctora Ana y el doctor Jhon Winded; algo así como Juan Ventiado. Pero qué va; era un hombre centrado y sereno. Ella, Ana; nada especial, ni el nombre. Pero ana era una palabra importante en griego, y complicada. Algo así como lo top. Ellos pertenecían ahora a esa clase de los aplicados, de los tranquilos, de los que no refutan, de los que no cuestionan; esta noche irían a pasar a formar parte, por un rato, de la clase de los putos, de los rebeldes, de los que no tragan entero: “Ah, que te duele todo. Que quieres morirte. Que estas aquí por que no eres capaz de decir de frente y sin pasar por frívolo ni que te den la limosna de la lástima, que necesitas consuelo; que este mundo es un mundo hijueputa. Ah, no, no; si no te mimaron tus papaítos, pues muy de malas, nosotros ya lamimos suelas y comimos mierda suficiente”  Era el intercambio de papeles cotidiano que no tenía en cuenta esta pequeña maqueta de las jerarquías. La otra, la real, la de los grandes putos de delicados lenguajes, recios modales y buenas chequeras (con amuletos de buenas gónadas guardados en la secreta), la habían desperdiciado, o se les había pasado por en medio de las piernas, en la universidad cuando la premisa clave de que hay que ser rebelde, emputecerse, destapar, refutar, quitar, tenía, como todo producto de éxito, su ingrediente secreto (irónica e inversamente, el aguardiente de col tan famoso en la localidad y allende las fronteras, tenía como ingrediente secreto el sudor de pies; pero no era que publicitaran entre las gentes que se dejaran crecer unas pecuecas soberanas para comprar calcetines por toneladas, sino que una cepa especial cultivada del fundador de la industria, fomentada y fermentada en un tipo especial de tela, se guardaba y aplicaba con celo desde el principio) y ellos, bueno, era como con las enfermeras: ellas podían ingresar al exclusivo club, pero no era que porque, como decía el Dr. House: “el hecho de que mi salchicha esté por la noche en tu panecito, no quiere decir que tu elijas qué y cómo haces conmigo” , si acaso conservar el puesto y un trato decente y digno.
Se imaginó como invitado a la fiesta de la noche:  «¿Acaso creen que Obama va a ser el mismo sin Osama pero con Nethan Yahu? ¡no es lo mismo un coño que recibe la descarga negativa que un coño y una polla que intercambian su voluntad de poderío! » y acaso no faltaría quien le replicara: «¡Ah, entonces porque la polla es negra va ser eternamente todo poderosa; los negros son los que más sufren cáncer de próstata!»
Se odió a sí mismo cuando percibió el ruido de la fresa: tzzzzzm, tzzzzzm. Haberse dejado infectar de la caries. Recordó el estribillo de la canción: ¡Agúzate, que te están velando! Pero no alcanzó a elucubrar el sentirse burlado porque ya el cielo raso lo había invadido de nuevo con el contraste de paredes relucientes de fresca pintura y aquellas hondonadas de canales de aluminio empaquetadas en caucho cristalizado y la gran mancha –casi ya imperceptible- seguramente producto de una explosión de pus y sangre de un absceso que algún gomer habría provocado. ¿Qué había al otro lado?, seguramente bichos, telarañas y un odio inmemorial de la luz. ¿Qué telarañas asintomáticas habría tras la doctorcita; acaso un papi autoritario y una inmensa pena por un pene?  Era el orgasmo del mal. Y ¡qué escasos los orgasmos del bien!. Todas esas acumulaciones interiores: de ignorancia, de negligencia, de tiranía, de ganas satisfechas de hacer lo que se nos antoje y pagar el impuesto de imprevisión...
Cuando se encontró de frente con los ojos de esmeralda y jade (para poder decir del verde o intenso y como el cuchilleo de jade de jadeo en ese brillo, no se puede decir que como de sapo en tomatera) de Queruby  -extraña mezcla de querubín, queer y rubí que un loco padre de las designaciones dio en el clavo de las atracciones-  le disparó a quemarropa: “Me pregunto si sabrá a qué me refiero si le pregunto si ese color de cabello es del tipo Abril Lavigne”  ella hizo un guiño malicioso e inquirió a su vez: “¿Gabin Davinci?”. “Ay, Querube, ¡una niñita que canta una canción!. So Complicated”. Juan Ventiado miró esta vez con un sutil recelo. Ana hizo temblar de un puntapié el biombo. Ante la expectación general se decidió esta vez  a imaginar que sacaba su tarro de espinacas;: “Oiga, Ana; ¿ha visto usted ese aviso de un camión repartidor que dice ¿Sabes de que tengo ganas?”. La mujer trinó por dentro; no sabía; pero si decía que no delataría su estado de ánimo; si reaccionaba perdería su compostura de autoridad. “Si, ¿y?”. Se acercó y le dijo al oído “Pues tengo un gran problema: No es moreno, no tiene puchecas lindas, pero ese Choco-ramo tengo ganas de comérmelo”. La mujer sonrió con delicadeza y como quien agarra por las orejas un pequeño conejito cortazariano, le agarró de una manga de la camisa y, sin alardes, le sacó del  área y abrió la puerta donde decía Rayos X. Se  bajó los panties y se acostó en la camilla: “Venga cómaselo. Si es que le fluye así de fácil y de rápido como le fluye su atrevimiento”. “Bueno, pero vamos con calma, preciosa”. Trató de acariciarla pero recibió un puñetazo  y aquello que se irguió desde las obscuras profundidades no fue precisamente un conejito saltarín. El diagnóstico fue delirio psicótico que le puso un año en el psiquiátrico.













sábado, 10 de marzo de 2012




            LA HISTORIA


“La mejor forma de ser un pelmazo es decirlo todo”
VOLTAIRE



La historia de Villa Peach’ants no era antigua, pero era difusa; de modo que resultaba, a menos que se quisiera formar parte de la multitud de engañados que trataban de hacer el  juego sin comprenderlo, tan inútil como difícil intentar hacer un árbol de genuinas genealogías y, tanto por la negligencia del interesado registro de sus archivos como del inexistente método de organización de la memoria, sin querer queriendo este pueblo que escasamente atinaba a sentirse a la vanguardia del vértigo de la posmodernidad mediante la creación de un edificio “inteligente” para su Notaría Única, inteligencia que se limitaba a hacer un juego de reflexión de luces y espejos conceptuales (desarrollo sostenible, ecología y esas cosas) -como si fuese la luz la que pensara para poner a los cerebros a producir sinápsis-, la cultura era un juego de cultos que disimulaban líderes incultos; pero la stacatta con la que el poder hacía suyos todos los vínculos que, tanto visibles como subterráneos y de todos los matices morales, ahora dejaba ver un esqueje que tíazo, príncipe de galera-samba, con su aparecer ingenuo y crédulo-además de romántico, pero con ese contradictorio kistch que ocultaba las verdaderas tendencias- creía que los extraños sucesos de aquel día era producto del más auténtico azar.
Los dinteles de las casas habían amanecido –a diferencia de la historia bíblica que pretendía escoger los redimidos- ataviados con papel magnético que, a modo de tarjeta de presentación, ofrecía los servicios del “depósito”:
RE-WALK
Su firma de confianza
Ultramarinos – Electrodomésticos – Químicos – Agro-insumos
Representaciones y Consultorías
tenemos todo lo que su gusto y su imaginación necesitan
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Calle de la Infamia, Pasaje de la insolación
Pero aunque la novedad del imán que con mensaje lingüístico se pegaba sobre las puertas no dejaba de ser ingrediente de lo que sotto vocce corría con la fascinación que en los pueblos produce el rumor, era lo que durante años inmemoriales había puesto en aquella villa de gentes de mente vivaz pero adormecida por la plaga supersticiosa en una atmósfera que para muchos era infernal. Igual que en las leyendas de la más rancia tradición europea, el o los fundadores del villorrio se perdían en confusas alusiones del duende que camina, el innombrable, Martín Moreno y mil nombres más; pero la verdad era que los horrores de las guerras mundiales que habían traído a una serie de inmigrantes que, especialmente influidos por el espíritu tutto-eon, que no era otra cosa lo que pretendía decir Teutón, o léanme-la-manía que come coles y salaz de niña tierna a falta de pródiga providencia, y que de rostros rubicundos, ojos límpidamente azules y alguna clase de fe, se había degenerado a causa de cruces viciosos en labios leporinos, tumores morados en la boca, manchas, imbéciles y pies enfrentados, y el gran poder adquirido a fuerza de acaparar las ideas y las instituciones estaba perdiendo terreno ante la educación liberal burguesa que, aunque también aprovechada, trataba de ser más objetiva: argumentos sólidos, frases exactas, poca imaginación pero mucha voluntad de acción.
Aquí, al modo citadino del estilo insular del otro lado del mar del norte que ponía la malicia ciudadana a contrastarse entre Tory y Whig, se ponían las apuestas entre el abeja y el pendejo, y como estábamos en América (que según el nuevo lenguaje era-mi-cama América cuando el espíritu se mamó literalmente de luchar por la emancipación real y total de los pueblos), entonces el prudente era el simple tapete de hojarasca sobre el se interconectaba la nueva desorganización de lo organizado. Por eso había gurús  que instruían a los elegidos en Tudesco, tu-escudo.   
La misa de doce de aquel día tan simpático fue la que se encargó de ponerse a atar cabos. Tíazo trató de dar la fe debida al hecho de que al ser tres los ciclos con que la Santa Madre Iglesia reparte la doctrina de las Sagradas Escrituras, seguramente las lecturas de aquel día pertenecían a un ciclo diferente del que en la parroquia se estaba llevando y, aunque no fuese ortodoxo podía ser comprensible un lapsus; pero como la Internet aclara todo (o casi todo) fácil y rápido, se dio cuenta de que el hecho de que la primera lectura fuese un pasaje de la1ª carta del Apóstol Pablo  a Timo-teo, en la que se recomienda comer cualquier cosa que sea ofrecida con buena voluntad y que el evangelio según (e)-L’c-u-s(a)   habla de que nombró a otros setenta y dos y los envió a llevar la buena nueva, era junto con la ausencia de los convidados de piedra (un viejito influyente y decrépito y una virgen piadosa que nunca faltaban a recibir la hostia), además de una serie de rostros maliciosos e inquietos,  un síntoma de gato encerrado que en realidad se estaba paseando por el pueblo no a sus espaldas, pero sí a su costa.
La misa se ofrecía por Vicente Sánchez. Según se conocía por cierto intrigante radial con nombre de Orbe en plural que además socarronamente comentaba que ‘no en vano al Papa Benedictus  se le llamaba “el Mozart de la teología”, San Vicente era el santo más perezosito de la corte del santoral; de modo que San-Vicente-chess  cazaba al dedillo.
Antes de extrañarse de la cara desconocida del cura que iba a cantar la misa, había mirado el nuevo vitral que, junto a otros seis, parecía llamarle: Confesión. Pero se estaba resistiendo a tomar de nuevo el bonito ritual de compartir miserias con otro más miserable, no porque lo fuese, sino porque, a su modo de ver, un ritual no debía perder su función primordial: Invocar una idea trascendente de modo solemne; y aquello de pasar cada mes a pedir el mismo préstamo de gracia, para después gastarse  los intereses en la misma vagabundería –no porque no tuviese como solventarse en mientes algo más sobrio, sino porque la misma depreciación de aquello que valuaba bien le hacía que los otros se lo escatimaran- de tres pajas en un desespero, no tenía sentido. Se dijo que en verdad Jesús si estuviera hoy aquí se vería en aprietos para promoverse; o, a lo mejor, precisamente por todo lo que dejó de decir y que ahora tal vez se destaparía pero también lleno de enredijos y enigmas, porque Jesús debió haber hablado más y más explícitamente del sexo; decir porque se consideraba malo darle gusto a la carne –con la debida disciplina, eso lo aprende casi todo el mundo- y cual era el argumento sólido por el que tener fantasías –diferente de ser desordenado- conducía al infierno. Sin embargo las cosas no serían tan fáciles y eso era lo que los pescadores de río revuelto aprovechaban. Jesús seguía siendo un personaje que impactaba si se le sabía coger la salesita; unos días después, por ejemplo, el cura iba a decir, esta vez si de acuerdo al canon del ciclo que la levadura de los fariseos eran los siete pecados capitales y que cual de esas levaduras era la que nos ataba: ¿envidia, gula, pereza, lujuria, ira...? «ir a tomar por c...» , pensó,  «es una lástima que los antiguos modos de interpretar se hallan perdido por una tendencia a la ligereza: Cuando Jesús preguntó a sus discípulos cuántos panes y cuántos peces había bendecido y multiplicado en las dos ocasiones que dio de comer a tanta gente, no lo hizo por casualidad: En la primera ocasión fueron cinco repartidos entre cinco y se recogieron doce; entonces, entre pares, ce-do. Y en la segunda ocasión fueron siete entre cuatro y se recogieron siete; entonces, siete número perfecto griego, repartir de mayor a menor, perfecto  “¿cómo aún no lo entendeís?” “Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” » pero estos eran padres de familia de los si-ellos; al fin y al cabo, el papa tenía el coraje de decir que ‘el diablo no solo existe, sino que habita en el Vaticano’ –y tiene que tener sus sucursales-. ¡Y que no digan que la Santa Madre Iglesia no se actualiza con los nuevos medios de información desinformada: Nueva Evangelización, Pequeñas comunidades, Asociación Carismática, etc. etc.
Y es que el poder era eso, fuerza de quijotes que como el refrán del ilustre hidalgo: telarañas  unidas atan un león. Pero había otro poder: De-por, que se alía con el Don. La beatifull people no era precisamente un manual de estética, usualmente eran el ejemplo del animal que se asoma al semblante, pero el animal sano; aunque sea feo no muestra odio; incluso su aspecto feroz enamora; el animal sano tiene el pelaje lustroso  y se ve apacible aunque se muestre ojeroso; el animal humano, en cambio, cuando se deja llevar de profetas distintos a los de su corazón, convoca los hechizos de la ojeriza y entre más enredos invoca, más resistencias se aplica; total, ni cuela ni deja colar. El pobre humano que no sabe manejar su animal trata de paladearlo con el más asqueroso misterio o con la más grotesca vulgaridad y entonces se afilia a sociedades secretas que le mezquinan cada vez más el secreto. No lee la literatura clásica, en cambio, se devana los sesos por interpretar los libros esotéricos: eso-te(hace)-rico.
    El domingo siguiente ante la asamblea de asistentes al ritual hipnótico y recurrente de la venia, de la salmodia, del canto de ojos entrecerrados pero que no trataba de abrir los ojos de la conciencia para leer entre líneas el cura dijo en la homilía que el párroco estaba en una reunión con los miembros del “Club del Cine” y más adelante bendijo “estas personas que son tus máquinas”  en un ágil giro de “son tu imagen”  y nadie se dio por enterado y los que lo hicieron no barruntaban que el trabuco mataba dos pájaros de un solo tiro; sólo la bola de que tíazo era el circo y no sabía que todos éramos sus actores.
Cuando esta página fue publicada fueron dos las reacciones: una parecida al mascullar que decía: ¿y qué fue lo que el perro no dijo o no dijo? Y otra voz  parecida al silencio que decía: ¡es uno de los nuestros!



  

LA INSTRUCTORA

Se sorprendió de la cuenta al terminar de bajar los peldaños: Quince. Su espíritu juguetón con el movimiento de la lengua en esas criaturas salvajes llamadas palabras no se sintió a gusto con lo que daba el juego difuso: King-es; C- Skin. Que fuera el único hospital de nuestro querido pueblo Villa Peach Ant’s no indicaba que fuera lo mejor, pero si que era lo mejor que se tenía a mano para aliviar todo eso que la tecnología nos hurtaba y enrostraba en la ciudad y la capital. Pero todo aquel ritual de contar lo que tenía al instante era para poner más bajo el volumen de la música de su corazón que acaba de empezar a tocar una violenta fuga en tono de mi-mayor; y eso que era la época en que ya escuchar a ZZ Top con su Bright Dressing Man, o el fandango del  Blue Jean Blues no era nada raro de combinar con los ritmos de pasillo, tango y guabina entre cantinas de leche, quesos y hortalizas en la época en que enredarse de lengua, piernas y demás con alguna sorpresa o entre hembra y hembra y género-viceversa tampoco era problema; pero seguíamos prefiriendo las tonadas tipo: ...ay yo soy, yo soy el jardinero(bis)/tengo amores con Lucrecia, con Teresa y con Raquel  o embebernos de despecho reciente con tenías que ser tan tirana y enredarnos el alma en ese obscuro objeto del deseo.
El haber bajado por la escalera parecía una jugada maestra de hados maliciosos para poner los contrastes en aquella partitura de vida a la que no se quería incluir en ningún catálogo. Era, de un lado, la sección de higiene oral a donde tenía que ir y, del otro aquella oficina de higiene memorial que son las estadísticas; Pero ¿qué significaba aquella otra estancia que se encontró de pronto como estandarte entre dos fuegos?: Lo primero que vio fue uno de esos armarios de alcoba con espejo de cuerpo entero en la puerta lateral a las divisiones de cajones donde las mujeres guardan toda clase de checheres y en el interior del lado del espejo guardan, generalmente, los vestidos del macho que las acompaña junto a los abrigos con los que ellas ostentan sus vanidades (a veces son pieles de visón, armiños o colas de zorros pero son excepciones valoradas en artimañas que el dinero representa). Cuando de la habitación contigua salió aquella figura no lo podía creer. Era nada más y nada menos que...pero hagamos primero un pequeño flash back: La fuga que se estaba cociendo era porque el encuentro inesperado con Simona, aquella linda regente de la farmacia a la que no esperaba ver de nuevo luego de aquella vez en que años atrás, a raíz de un letrero que había puesto en la puerta que rezaba algo así como:
 “Apreciado usuario:
El miedo es la base de todo abuso.
Antes de acercarse aquí
¡domine sus nervios!
le había dicho: “Aunque usted no quiera nada de nervios, hay ponerse nervioso para decir: ¡Hermosa damita despácheme estos remedios” y ella había respondido con un simple y enigmático: “¿por qué tan duro hoy conmigo?.
...Pancha, la histérica flacucha de rostro anhelante que primero había trabajado en un bar, luego había pasado por las manos de los carniceros, de los tenderos y de algunos personajes más importantes pero con menos escrúpulo a la hora de contrastar hambre con gusto, ahora fungía como aseadora, lo que traducía, aparentemente, lo que decía la escarapela: “Hospital San Valentino. Operadora de Servicios Generales”. Sin embargo la realidad era más compleja.
Sus miradas chocaron: Era como una ágil iguana apostada a la orilla del mar del deseo esperando que las chispas del oleaje del amor le refrescaran su alma desesperada; pero siempre caía en el marasmo, se lanzaba al agua y salía aún más sedienta y salada. “Hola, lindo” le dijo; “¿quieres seguir?, te invito a conocer”.
Sí, quería conocer; era como la entrada a una cueva de la que se necesitaba averiguar el fondo. En la otra habitación había sólo una gran cama con cubre-lecho de satín púrpura y en un rincón un arrume de traperos, escobas y afeites de piso;  lo único apenas interesante eran los afiches pegados en las paredes con figuras de ídolos de la canción, varios cuadros de buena factura con posiciones del Kama-Sutra y el sutil fluido de música de una emisora popular.
Pese a que estaba en un tratamiento psiquiátrico encubierto, se había convertido además en instructora también encubierta (nuestro pueblo era a pesar de todo adelantado en cuestiones de la “política del alma”), de los alumnos de onceavo grado que aún necesitaban adiestramiento empírico. Con las nenas era un poco más complicado, pero podían asistir a sesiones grupales bien como observadoras, ya como participantes activas; lo encubierto era solo de la oficialidad central que todavía era dogmática, puesto que la asociación de padres de familia era debidamente instruida. Además ganaba doble sueldo.
Cuando después de una rápida ojeada y el cuarto de hora de higiene oral subió de nuevo al  pasillo de la farmacia decidió que el punto más emocionante de la sinfonía fuera: “Es el susto el que hace el amor; o es que al amor le gusta el susto. ¿Qué tal si nos tomamos un café y lo discutimos?”