jueves, 4 de octubre de 2012



Villamaría, octubre 3 de 2012
Dña.
MARGARITA VALENCIA
Programa “Los Libros”
Radio Nacional de Colombia

Muy Apreciada Margarita: Pensé enviarle una foto de mi vecino para mostrarle su asombroso parecido con Jaime Andrés Monsalve pero me pareció cursi para una sincera declaración de amistad y admiración –es que el poeta siempre busca las señas que le indican los hados le hacen compañía, el loco las ve por todas partes-. Quizás en medio de su tenaz labor de escritora, traductora, editora, gestora, y bueno, en medio de su lúcido arraigo en la realidad más irónica: estar al tanto del fantástico mundo de los que tratan de agarrar la realidad para darlo a los que escasamente la avizoran, no tenga tiempo para llevar al reino de los sueños esas aventuras suyas -de Cartagena por ejemplo- (¡mas, qué sabe nadie, si entre más inquieta y activa es una psiquis, más fértil es el suelo onírico!) subiéndose a la barca siempre impredecible de personalidades, de talantes, de sensibilidades, de in-sensibilidades, pero debe ser, a su modo, muy feliz. Yo, en cambio, a fuerza de encarcelar los verdaderos sueños (esos que nos abordan felices por las noches en venganza de los diurnos tropiezos), me monto, muy a mi gusto, pero para más sufrimiento, en lanchas veloces que como la Ceiba de la Memoria, Rencor y, para colmo con Selección de historias de Cronopios como co-piloto, me obligan a decidirme a hacerle mi propia confesión de arrepentimiento; y es que dejar que le transite a uno por lo más hondo de la piel un ambiente añorado –por sortilegio de desengaños y desesperos-, de esa tierra que un día me recibió como mediocre aventurero, saludando hallazgos de belleza, peleándose con facilismos de comercio, rumiando posibilidades improbables (que no se pueden probar que lo sean), sopesando contrastes de nuestra abigarrada variedad (lo que hay de Naranjo-Reyes editores a Banfi, por ejemplo, con lo que le corresponde de Nena Cantillo a Miguel Ángel Bastenier en el medio) y finalmente, atreviéndose a decir que una coincidencia: La re-emisión de un programa de Señal Colombia donde Manuel Carreño la entrevista y me la presenta, la ha hecho una de mis mejores amigas. Todo por ver si los afectos negados se pueden equilibrar con el intercambio de pares que se conduelan de que estoy incomunicado.
Posdata: Como ilustración le envío copia del borrador de correo electrónico, pese a que el vértigo de mis días me impidió intentar una serie de cavilaciones que, a propósito de sus palabras desencadenadas, me hace sentir ruborizado.
Atte.
Carlos Eduardo Pérez Mejía (http://elburdeldelapoesia.blogspot.com)

IDENTIDAD YCULTURA



IDENTIDAD Y CULTURA
(¿Embarrarme de nadas o adornarme de basuras? He ahí el dilema)

Pregunta un humorista argentino: “¿Por qué las instituciones ponen siempre un columpio encima de un charco? La pregunta es risible precisamente porque en medio de la sencillez del enunciado, hay una situación compleja que requiere de análisis, facultad que no es precisamente del uso general,  y ni siquiera del uso de ciertas profesiones a las que dentro de sus lineamientos  sólo cabe un marco instrumental*. Acabo de leer un artículo en el que dos profesionales de un modo bien interesante (como cuando en medio de una conversación aburrida alguien sale con un giro que sorprende), analizan el asunto de la identidad enfocada al tema de la cultura**  El exordio nos plantea que, luego de analizar que si quien finalmente se encargó de la redacción del texto hubiese sido sincero al momento de confesar su traición del inconsciente al escribir intimidad en lugar de identidad para el título: “El Problema de la Identidad”, ya estaría eligiendo una línea de reflexión (el hecho de que entre lo substancial y lo funcional sólo existe el abismo de lo definitorio);  y sin llegar a definir si la posibilidad de zanjar la polémica entre que la visión materialista y la visión metafísica del problema sólo constituyen dos focos de la misma luz o dos caras de la misma moneda se podría elucidar entre esa opción o la de simplemente elegir una forma retórica para revestir de interés la exposición y que, finalmente viene a ser un señuelo para atraer las posibilidades de intercambio (léase interrelación) de posiciones, puntos de vista u oposiciones refutatorias que, aunque queda claro que la principal intención del escrito es defender la posición de que la identidad en la cultura es un pseudo-problema y que el asunto visceral no es desdeñable, más que el servicio onto-epistemológico, nos parece que el artículo se parece al chiste argentino.

­­­­­­­­*Vr. Gr. la estadística cuya metodología y marco de acción están simplemente cifradas en la tabulación y/o compilación de datos según fórmulas aritméticas, pero cuya resolución matemática o de exactitud representativa sólo presenta una “idea” de una realidad. Así mismo el derecho y las ciencias jurídicas que están ceñidos a una serie de códigos y “parámetros” que permiten sistematizar los conflictos de los seres humanos pero cuyo análisis sólo puede verse reflejado en el fuero interno de jueces y legisladores que siempre deberán remitirse al “código”. Así, una estadística de empleo puede “mostrar” que el desempleo tiene una cifra baja únicamente porque la incidencia de una de sus variables –el empleo informal que no accede a Seguridad Social, Régimen de Prestaciones y/o Fondos de Pensiones o garantías de estabilidad laboral-baja sus cómputos.   Igualmente a una persona se le puede estropear su vida socio-económica por una “falla de procedimiento” en la que, por ejemplo, se le declara incompetente  mental mediante una prueba técnico-legal que no cumple las exigencias del procedimiento sólo porque obedece a una “maniobra” que pretende tener en suspenso una incógnita que hace imposible dirimir en derecho y justicia un conflicto: Por ejemplo, el hecho de que alguien presente una cualidad única en su género y que causa asombro (como la facultad involuntaria de reproducir los procesos naturales de su visión en artefactos electrónicos por alguna mutación), por lo cual,  ante la incertidumbre y a la espera de estudiar el “fenómeno”  se le declara “Esquizofrénico Paranoide” simplemente porque nadie le ha dicho que sucede y no se le quieren reconocer sus reclamos, cuando lo procedente sería “adaptar la anomalía” al sistema, toda vez que el resto de facultades funcionales es compatible con el sistema social.
**  Rueda Chaparro, LAURA.  Isaza Echeverry JHON. En: Revista NOVUM. # 1,Revista de Ciencias Sociales aplicadas; 2º    época,2011. Universidad Nacional de Colombia

La historia de la ciencia (al igual que la historia de su filosofía y de sus guerras –qué ironía-) ha cargado desde siempre con un lastre bien significativo: El hecho de que el segmento entre investigación e invención ha estado mediado por el hallazgo. La cárcel de la teoría a la que el pensamiento humano parece estar condenado por el delito de querer definir la realidad bajo un sólo parámetro  –o por lo menos foco simplista: el de que sólo aquello positivizable  es digno de adquirir el rango de científico- habla de la imposibilidad gnoseológica que el ser humano no ha querido abordar desde sus verdaderas fuentes puesto que la diferencia especulativa frente a la resolución armónica es del mismo signo negativo que entre premisas, hipótesis y experimento  que resulta  en hallazgo (sobre todo porque y principalmente el diálogo entre praxis y teoría, que se da  como desconocimiento general de las premisas que intentan abrir la brecha entre “La Estructura de la Investigación de las revoluciones científicas” por parte de los experimentadores que por lo general son diferentes de los teóricos, no se observa ). Si lo anterior lo decimos de lo más encumbrado del pensamiento universal –puesto que ello se convirtió hoy en aquello que permite el desarrollo de la comunicación, del intercambio, del manejo, de la enorme capacidad de cálculo, irónicamente sólo en los horizontes financieros, en las tendencias sociológicas, en las posibilidades aglutinantes, pero no en los intereses ecológicos, en las contingencias naturales, en las crecientes e incomprensibles mutaciones de los cuerpos, las mentes y los dispositivos) del que podríamos decir que es aquella porción del consciente universal que ha logrado el más alto grado de resolución, ¿qué podemos decir de aquello que en los pueblos, en las comunidades, en las organizaciones, en los Estados, se define como Identidad Cultural?
El enfoque de los autores del artículo, por más de interesante, puesto que lo fantástico que siempre es la anticipación de la dicotomía entre deseo y realidad, pero que nunca se cumple a cabalidad, Vr. Gr. el deseo de volar que las brujas de la edad media idealizaron con escobas, o el deseo de ubicuidad por el que tantos profetas de todas las religiones dieron su vida; deseos que a la postre vinieron a realizarse como metáforas concretas: el avión, la Internet, viene a ser el espejo que la comunidad humana construye para el manejo de su vida y sus relaciones (las brujas con escobas y filtros fueron quemadas, pero los hombres que construyeron alas de lino, o motores de segundos de vuelo consiguieron seguidores, admiradores y adeptos que terminaron en la hazaña de los hermanos Wright. Por contraste los teosofistas, médiums e idólatras del éter, debieron ir degradándose hasta encontrar el Einstein y, posteriormente el Heisemberg que les permitiera exigir cartas de ciudadanía para su club); de modo que el ejemplo de Star Treck y la teletransportación viene a ser la escoba de las brujas medievales (no basta con distinguir diferencias numéricas y cualitativas para incluir variables en las que está incluida toda la historia del universo por ser ese espécimen su carta más representativa) y en términos estrictamente filosóficos las posibilidades inductivas nunca llegan a ser equiparables a las deducciones a que ensayo y error en medio de conjeturas conducen.
Las distancias para una teletransportación cultural?     
Las anteriores han sido reflexiones generales y al desgaire de una imposibilidad de consultar fuentes o de tener ejercitados los músculos académicos, sin embargo, retomando el hilo argumentativo que incluye a Paul Ricoeur en la interlocución y en el que según sus atinadas reflexiones, la identidad sólo podría ser observada o estudiada desde las estructuras narrativas puesto que el idem y el ipse, según nuestro modo de ver pertenecen a estructuras descriptivas muertas, pero que ante el insuficiente estudio o la incompleta hermenéutica de sus alcances (igual que sucede con el griego, el hebreo o las lenguas romances), aún siguen manteniendo sus jerarquías normativas del hilo conductor  de una cierta forma de pensar que no se ha podido desligar de sus anteojeras, en tanto que la especulación y la intuición de la mano de disciplinas como la filosofía del lenguaje en su versión continental y las pragmáticas de los lenguajes formalizados han tomado un rumbo estrictamente utilitarista (hacer cosas con las palabras, actos de habla,) en los cuales la sutil frontera de mismidad y conciencia, sólo se delimita por rasgos definitorios, en tanto que las estructuras profundas refundidas en los discursos de las obras de cuño estrictamente latino, hasta las de la patrística, contienen aún hitos y señales no desbrozados (eso sin contar lo que de los autores antiguos se quedó sin autenticar o se perdió); de modo que la distancia entre definirse y saberse, la distancia entre el de-mi, idem y el pi-es, ipse, en los que por un mecanismo de autorrecuperación desconocido (como el de la salamandra o el tritón), luego de los cortes abruptos entre historia y cognición, las lógicas difusas establecen, del mismo modo que también los cortes de médula espinal con tratamientos de células madre, o esfuerzos excepcionales, recuperan las lesiones operativas, nuevas conexiones entre el hilo primordial y el hilo conductor.  
Pero entre identidad, intimidad y singularidad sólo puede existir un hiato que es el afuera de las relaciones de dominación; para superar tal hiato es preciso trabajar como comunidades en la historia de las nacionalidades, del acervo de los imaginarios, del saberse como producción de simbolizaciones, valga decir como narración. La problemática de la relación identidad-singularidad sólo puede existir como disfuncionalidad del auto-conocerse, auto-definirse y auto-planificarse, esta disfunción es la que sobreviene de las estructuras autoritarias, de las educaciones adecuadoras o instructoras en las que se instruye como quien instruye un proceso de imputación de cargos, en lugar de adiestradoras en las que se intenta tornar diestro, pero dejando libertad de escoger las destrezas a las que se quiere acceder; así se castra el querer y se impone el anhelo. Paul Ricoeur dice en su libro “Del Texto a la Acción”: «Un querer quiere y se quiere universal en la negación de todos los contenidos; (querer es el movimiento de la voluntad hacia lo querido; al quererse universal en la negación de todos los contenidos se niega a sí mismo como posibilidad universal, pero se afirma como querer)». Sin embargo para llegar al querer, es preciso cruzar la brumosa frontera de la imaginación, en la que, por la reflexión, intervienen todas las fuerzas en juego y no es un simple juego de imágenes del deseo, por eso nuestras comunidades que son a-lectoras, a-histriónicas y por contraste a-históricas, al no tener claro que también las sociedades, así como las comunidades, las familias, los clanes tienen una especie de marco universalizante al que se va añadiendo particularidades con brillo propio, para conformar una suerte de espejo, no en el que se reflejan, sino en el que orientan su querer definirse como sociedades, como comunidades, como familias, como clanes. Esa sería la máquina teletransportadora que llevaría el Estar indeterminado de los integrantes de una variable cultural al Ser determinado de una cultura integrada e integradora.  Para definir identidad, nosotros no recurrimos a las complicadas abstracciones de los tratados; simplemente, por ese hilo de autorrecuperación difusa del que hablamos más arriba, relacionamos identidad con idea-de-entidad. Una entidad es, inicial y filosóficamente, una noción exógena que se supone con organización propia, pero aún no se define ni su substancia, ni sus partes, ni sus mecanismos; sólo sabe de una entidad (una entidad financiera o comercial, por ejemplo) cuando pertenecemos a ella, participamos de su funcionamiento, o guiamos sus acciones. Ese sería el espejo de identidad en el que una comunidad determinada se miraría, ¿pero, qué sucede cuando el reflejar de brillos particulares está predeterminado por una programación, como cuando un aviso luminoso hace el cambio de colores y organización de LED’s para realizar sus rendimientos?  ¿Es necesario meternos en el berenjenal del Yo para adherirlo a la idea de identidad? ese es un problema del solipsismo de cada cual, pero cuando los choques interdisciplinarios se añaden a las pre-tensiones propias de las personalidades en las que más que personalidades son talantes (definimos talante como la forma de poner delante del otro nuestro ser complejo: ta’-lante; en tanto personalidad es una serie definida de rasgos definitorios que se mantienen de acuerdo a la evolución psíquica y el intercambio armonioso con el entorno) que prefieren im-poner, en lugar de asumir el problema de que entre más sofisticado y profundo llegue a ser un saber, tanto más complicado di-fundirlo y dis-torsionado llega a las bases que se benefician de él. Tal sería el caso del marco filosófico que pone a la identidad como un problema onto u epistemológico, antes que un problema real y que el problema relacional viene de abajo hacia arriba y no al contrario.     
EL AMOR Y EL JUEGO (¿Claves para una auténtica gestión cultural?
La reciente presentación del proyecto: “Poetas sin pretensiones, en el cual un grupo de artistas de la ciudad de Manizales, que incluye a un grupo de músicos que en asocio con unos cuantos poetas musicalizan sus poemas y lo presentan a la comunidad bajo un concepto que no parece tan novedoso en su aplicación por cuanto parece más un aprendizaje por medio del cual se realizan, de modo empírico y sin realmente pretensiones, los pasos que profesionalmente ejecutan los managers de una industria cultural en decadencia: la industria del disco (conseguir las letras, hacer arreglos para la musicalización, convocar los músicos, concertar las pautas de grabación, acordar las formas de financiación y promoción, etc., etc.), pero que es novedoso en el sentido que un grupo de personas unidas por la camaradería, los gustos afines, los deseos de mostrar sus productos al público y, sobre todo: lograr convencer a los administradores del presupuesto cultural oficial (a veces tan cicateros y subjetivos como descaradamente dedocráticos y rapaces, sobre todo si corresponden a cuotas burocráticas, es decir, clientelistas) de promoverles su proyecto, esta vez bajo el argumento –válido- de explotar los nuevos formatos de intercambio cultural propios de la era digital, en los que la difusión, promoción, realización, comercialización –o al menos distribución- deben estar al día de los avances informáticos, de redes sociales, del uso de la Internet, de las mezclas entre gestión real y gestión telemática –ya ni siquiera mediática- para, finalmente, al menos obtener alguna visibilidad en alguno de los casi infinitos nichos en los que se debate la pluriculturalidad, amén de la “democratización del saber”.
Aunque para el crítico o el estudioso también es válido realizar ponderaciones de valor con respecto a la calidad de los productos en circulación, puesto que el hecho de que el desencanto en el arte, el top insalvable del que ya desciende toda su desconceptualización como vehículo de expresión, de sublimación o búsqueda de los fines o destinos de la especie humana, ya que el estallido de la ciencias, la moral, la política ha dejado ese sabor insípido de que ya está todo dicho y hecho o no vale ya la pena y que escasamente el arte de vanguardia, el arte de élite, que por más de vacío y carente inteligibilidad sigue manteniendo las características contradictorias de lo que se cataloga dentro de la excelencia, no es óbice para que las posibilidades de comunidades en desarrollo puedan seguir el paso a paso que también les lleve acaso a lo que ahora hace la contracultura, o por contrate, reflexión o evolución, lleguen a encontrar los senderos del nuevo arte del futuro, no es nuestro interés poner el acento en que el proyecto a que hacemos mención contiene las manidas fórmulas decimonónicas (quizás con excepción del poema del músico y artista Fernando Cano: “Ciudad Invisible”  y algún otro del poeta León Darío Gil o Martín Rodas) de letras con descripciones amatorias o eróticas sin muchos hallazgos lingüísticos o conceptuales, sino en el hecho de que la incipiente carrera de Gestión Cultural puede estar rodando en los círculos viciosos de las disciplinas subsidiarias de la antropología o la sociología y tendiendo a una suerte de positivismo político simulado. Los personajes mencionados anteriormente no son profesionales en gestión cultural (aunque son profesionales en otras áreas, asunto no poco significativo) y sin embargo lograron un producto acabado en el que la musicalización, la adaptación de letras, el formato de presentación (convocatoria por medios de comunicación, divulgación en blogs y redes sociales, presentación en un lugar de prestigio de la ciudad –aunque la recepción del público finalmente sea exigua como sucede con casi todos estos proyectos en los cuales por desconfianza, vulgarización, desprecio de quien no tiene un gran cartel tras su imagen, las personas no participan; lo importante es que finalmente el producto se realice-), para finalmente ponerlo a disposición del flujo comercial, muestran trabajo, deseo de agradar y una gran vocación ciudadana.
La lectura del dossier que ha presentado la Universidad Nacional en su órgano de difusión Novum nos deja un sabor agridulce cuando al tratar de sopesar la realidad nacional con la realidad planetaria en la que la informacionalización de la sociedad (que en términos prácticos viene a ser estupidización) se contrasta con las carencias de infraestructura, con los altos índices de desigualdad, con la creciente ejemplificación de la intolerancia que no permite que la nueva conciencia civilizatoria en donde el amor y el juego descargados de su valencia simbólica de lucha, persecución de fines utilitarios y/o gratificaciones para mostrar, se hagan por fin a la tarea.
Así, siendo el amor (a-mor, principio de costumbre) el centro de todas las relaciones humanas, al cual (en el sentido verdadero y filosófico de toda su complejidad) sólo puede accederse o ejercitarse luego de que la singularidad ha podido sortear o levantar las capas  de sedimentación (la economía, la educación, la religión, la política) con que la historia de la civilización le ha cubierto y cuya desnaturalización tiene parte importante la infelicidad de los hombres, su relación con la razón práctica tiene que ver más con la proairesis  a la cual la libertad negativa, es decir, su concepto indeterminado regido por la razón pura, que no puede rebasar su propia astucia, por cuanto su pureza será sólo advenida como libertad determinada en razón práctica  a la cual la norma le sirve de guía que con la síntesis; pero la la proairesis como preferencia razonada siempre se encontrará con el fantasma opositor de la crítica. Así, la presunción (el presuntuoso) por la cual una singularidad puede verse cuestionada en su camino de intención a la acción reglada motivada por el amor y a la que, siguiendo a Kant, vemos como un exceso de amor propio y que nosotros simplemente vemos como pre-(a)sunción de la proyección; es decir, una actitud en la que el presuntuoso, antes de ver que calidad de armonización mutua, cuánto puede la fuerza de su razonar o de su actuar, recibir de la parte consecuente, contraria o interlocutora, ya brilla en su visagismo, en su conducta él es pre-untuoso (presuntuoso), lo que impele al rechazo. A esta actitud se podría contrastar la de la pretensión (pre-tensión); el pretensioso podría alegar que dado que la experiencia con el otro es una experiencia que la mayoría de las veces se ha visto confutada por la decepción, entonces su actitud se constituye en un escudo que, hasta no ver qué hay en la otra parte, no descubrirá su verdadera naturaleza; pero tal actitud aunque es menos deleznable que la anterior también es despreciable, o cuando menos susceptible de atacarse como excusa que, siguiendo la ética a Nicomaco, tendría que ver con la noción de valentía, pues el pretensioso no es más que un tímido en guardia. De modo pues que la proairesis sólo tendría que ser posible como sofronésis que indicada por el amor de los amores (la filosofía) lleva a la singularidad por el camino de la elección del término medio, que no es la misma que Jesucristo señala como tibieza (por tibio estoy a punto de vomitarte) pues en toda decisión se debe mostrar temple, sino que en la otra parte Aristóteles recomienda la bondad de carácter: la bondad de carácter no es más que la disposición armoniosa del individuo para desenvolverse con el mundo por medio de la gentileza o lo que en otros ámbitos se denomina diplomacia.  De ahí nace otra categoría: lo tierno = Ti- (t)erno; lo tierno es el justo medio entre los extremos temple y debilidad, o, si se quiere, es la conjunción de virtud, gozo y astucia Pero la más detestable de las actitudes que atenta contra la disposición amorosa es la vanidad. Puesto que, para quien la vida es una simple lucha con la necesidad, el amor es algo absolutamente difícil de conseguir (cuando antes debía haberse puesto en la tarea de razonable de intentar definir), ya que el amor, al igual que el bien, es una muy diferente cosa para cada cual, a la gente sólo le queda atrapar del río vertiginoso de la realidad, trozos de fuerza a los cuales denomina poder (poder de dominar, poder de adquirir a antojo, poder de actuar sin razón); entonces se atavía, se adorna, se enmascara y sólo le queda pavonearse como quien dice: “tengo mi soledad única e intransferible (y según eso también incomunicable), al menos bien dotada y bien lustrada para que tú no la mancilles (vana noción de dignidad). Así, los poderosos dominan(pero habría que ver qué, cómo y por qué dominan) y hoy, se muestran presuntuosos, vanidosos, inasibles, es decir, irracionales, y los dominados medran disfrazados, es decir, también irracionales pues se alienan sólo con vistas a mantener una calma, una armonía despreciable. Por eso, nace otra categoría de los que ni siquiera tienen mediana intuición de la razón práctica: El petulante. El petulante parece que el mundo le dice “estás-tú-siempre-delante” como un reproche de desconsideración; pero con el petulante tenemos un conflicto y es que todos tenemos derecho a darnos aires, que no es un sinónimo de proairesis, pues la proairesis es una adquisición del estudio, de la reflexión y de la interiorización, en cambio, darse aires es una actitud disimulada de vanidad que es un amor propio irrazonable y que ni siquiera podría alegar méritos; por eso el intercambio del sophos es siempre, ya como trato gentil, bien como actor diplomático, una personificación de aquella actitud con la cual Jesucristo ganó a toda la filosofía griega: la mansedumbre, y que los griegos llamaron prudencia, puesto que es una actitud absolutamente terrena, desdeñosa de la razón pura que tiende a aretn (areté) y que más que virtud, como dice Ricoeur, se traduce como excelencia; por eso la mansedumbre es la actitud que supera a la excelencia, puesto que “los humildes saben que todo poder es prestado” ; es decir, que toda adquisición de las singularidades es dada por una cierta disposición a la que el conocimiento tiende y que la sabiduría convoca y cuya imbricación tiene su mecanismo bien oculto en la tensión entre intención y sentido. La mansedumbre es, en absoluto, un sentido que aparece en los semblantes serviles o en las alegrías fáciles; es, más bien, una huella que se va mostrando como gravedad; pero la gravedad que va dejando la sofronesis constituida por adquisiciones intelectuales no puede ser la misma que se va decantando con el trato;;  por eso, en los tiempos infames que vivimos, negar el trato es la más despreciable demostración de vileza y tal vileza no es sólo obligada por circunstancias, sino meditada por perversidades. Así, los orgullos se pavonean bien perfumados, bien trajeados y bien escudados en presunciones; son siempre talanqueras exteriores a la corrosión que la crítica va ejerciendo por dentro. Por eso es admirable que alguien pueda ser llamado transparente.
El columpio del chiste ocupa aquí un doble papel en el juego de los simbolismos absurdos; por una parte la informacionalización parece pender sobre los asuntos humanos sin que haya mucho por hacer; por otra parte la negativa de los individuos –quizás los ilustrados menos que los aforados pero de todos modos ambos tendiendo a una emancipación total de imperativos categóricos- a armonizar con los ideales simbióticos de la naturaleza, deja el azar cumpliendo los lineamientos que la tecnología aparenta regir: «El ascenso de las civilizaciones presenta en este caso el juego y el agon como una “función creadora de cultura”; su ritual y sus reglas generan solidaridades; es una estructuración externa de instintos, orientada hacia el afuera y lo público. La decadencia de las civilizaciones atestigua el crecimiento del individualismo y el egotismo y la “estructuración interna de los instintos”. En este sentido el aventurero y el apostador acompañarían el ascenso de la civilización occidental, mientras que los individuos introspectivamente estructurados de la sociedad del riesgo acompañarían su declinación »*. El charco aparece luego de que el columpio ha sido instalado, debido a que la natural inquietud de sus usuarios hace que estos, del mismo modo que para impulsarse debieron usar su fuerza cinética, para detenerse no usan la misma forma armónica, por lo que el suelo se erosiona; El suelo de la cultura sigue teniendo el mismo sustrato por el cual la civilización ha llegado hasta cúlmenes insospechados, pero el bajarse de los usos al antojo hasta llegar a los abusos pierde referencia; así la identidad muta y los dominios cambian de espacio. Las instituciones propenden por mantener el orden y el Estado implementa acciones que impulsen el bienestar de sus asociados; los individuos malgastan o tergiversan sus beneficios. Las civilizaciones más desarrolladas lo han sido gracias a una fuerte cohesión de propósitos y defensa idiosincrática; en los países subdesarrollados los nacionalismos son vistos con reservas por quienes se preocupan más por mantener el estatus que por adaptarse a los cambios. Es por lo anterior que nos preguntamos  ¿Contribuyen realmente carreras profesionales como la Gestión Cultural al desarrollo social; o acaso los esfuerzos de la academia por implementar programas que fortalezcan la innegable complementación disciplinar podrían tener mejor resolución impulsando, por ejemplo, estrategias de promoción ciudadana de la educación, en la que la escolarización sea una forma de vida antes que imposición para crecer en la sociedad? o ¿Sin negar las fortalezas que pueden aparecer en la “tecnificación” de las formas de hacer cultura, sería más práctico incluir la idea anterior como una materia del pensum?.
Por último, el decir que no es relevante la pregunta objeto del título del artículo respecto de si la identidad es realmente un problema de discusión ontológica y/o epistemológica más que un problema relacional, nos parece un poco presuntuoso puesto que  anteponer un interés disciplinar a un interés general es negarle a quien se interesa lo mismo que la inquietud plantea. Lo ontológico y epistemológico es un asunto de todos; otra cosa es que todos puedan hablar del asunto.





*Lash, SCOTT. Crítica de la información. Amorrortu Ed. 2005. p,273