IDENTIDAD Y
CULTURA
(¿Embarrarme
de nadas o adornarme de basuras? He ahí el dilema)
Pregunta un
humorista argentino: “¿Por qué las
instituciones ponen siempre un columpio encima de un charco? La pregunta es
risible precisamente porque en medio de la sencillez del enunciado, hay una
situación compleja que requiere de análisis, facultad que no es precisamente
del uso general, y ni siquiera del uso
de ciertas profesiones a las que dentro de sus lineamientos sólo cabe un marco instrumental*. Acabo de
leer un artículo en el que dos profesionales de un modo bien interesante (como
cuando en medio de una conversación aburrida alguien sale con un giro que
sorprende), analizan el asunto de la identidad enfocada al tema de la cultura** El exordio nos plantea que, luego de analizar
que si quien finalmente se encargó de la redacción del texto hubiese sido
sincero al momento de confesar su traición del inconsciente al escribir intimidad en lugar de identidad para el título: “El Problema de la Identidad”, ya estaría eligiendo una línea de
reflexión (el hecho de que entre lo substancial y lo funcional sólo existe el
abismo de lo definitorio); y sin llegar a definir si la posibilidad
de zanjar la polémica entre que la visión materialista y la visión metafísica
del problema sólo constituyen dos focos de la misma luz o dos caras de la misma
moneda se podría elucidar entre esa opción o la de simplemente elegir una forma
retórica para revestir de interés la
exposición y que, finalmente viene a ser un señuelo para atraer las
posibilidades de intercambio (léase interrelación) de posiciones, puntos de
vista u oposiciones refutatorias que, aunque queda claro que la principal
intención del escrito es defender la posición de que la identidad en la cultura
es un pseudo-problema y que el asunto visceral
no es desdeñable, más que el servicio onto-epistemológico, nos parece que
el artículo se parece al chiste argentino.
*Vr. Gr. la estadística cuya metodología y marco de acción están
simplemente cifradas en la tabulación y/o compilación de datos según fórmulas
aritméticas, pero cuya resolución matemática o de exactitud representativa sólo
presenta una “idea” de una realidad.
Así mismo el derecho y las ciencias jurídicas que están ceñidos a una serie de
códigos y “parámetros” que permiten sistematizar los conflictos de los seres
humanos pero cuyo análisis sólo puede verse reflejado en el fuero interno de
jueces y legisladores que siempre deberán remitirse al “código”. Así, una
estadística de empleo puede “mostrar” que el desempleo tiene una cifra baja
únicamente porque la incidencia de una de sus variables –el empleo informal que
no accede a Seguridad Social, Régimen de Prestaciones y/o Fondos de Pensiones o
garantías de estabilidad laboral-baja sus cómputos. Igualmente a una persona se le puede
estropear su vida socio-económica por una “falla de procedimiento” en la que,
por ejemplo, se le declara incompetente mental
mediante una prueba técnico-legal que no cumple las exigencias del
procedimiento sólo porque obedece a una “maniobra” que pretende tener en
suspenso una incógnita que hace imposible dirimir en derecho y justicia un
conflicto: Por ejemplo, el hecho de que alguien presente una cualidad única en
su género y que causa asombro (como la facultad involuntaria de reproducir los
procesos naturales de su visión en artefactos electrónicos por alguna
mutación), por lo cual, ante la
incertidumbre y a la espera de estudiar el “fenómeno” se le declara “Esquizofrénico Paranoide”
simplemente porque nadie le ha dicho que sucede y no se le quieren reconocer
sus reclamos, cuando lo procedente sería “adaptar la anomalía” al sistema, toda
vez que el resto de facultades funcionales es compatible con el sistema social.
** Rueda Chaparro, LAURA. Isaza Echeverry JHON. En: Revista NOVUM. #
1,Revista de Ciencias Sociales aplicadas; 2º
época,2011. Universidad Nacional de Colombia
La historia de la ciencia (al
igual que la historia de su filosofía y de sus guerras –qué ironía-) ha cargado
desde siempre con un lastre bien significativo: El hecho de que el segmento
entre investigación e invención ha estado mediado por el hallazgo. La cárcel de
la teoría a la que el pensamiento humano parece estar condenado por el delito
de querer definir la realidad bajo un sólo parámetro –o por lo menos foco simplista: el de que sólo
aquello positivizable es digno de
adquirir el rango de científico- habla de la imposibilidad gnoseológica que el
ser humano no ha querido abordar desde sus verdaderas fuentes puesto que la
diferencia especulativa frente a la resolución armónica es del mismo signo
negativo que entre premisas, hipótesis y experimento que resulta
en hallazgo (sobre todo porque y principalmente el diálogo entre praxis
y teoría, que se da como desconocimiento
general de las premisas que intentan abrir la brecha entre “La Estructura de la Investigación de las revoluciones científicas” por
parte de los experimentadores que por lo general son diferentes de los
teóricos, no se observa ). Si lo
anterior lo decimos de lo más encumbrado del pensamiento universal –puesto que
ello se convirtió hoy en aquello que permite el desarrollo de la comunicación,
del intercambio, del manejo, de la enorme capacidad de cálculo, irónicamente
sólo en los horizontes financieros, en las tendencias sociológicas, en las
posibilidades aglutinantes, pero no en los intereses ecológicos, en las
contingencias naturales, en las crecientes e incomprensibles mutaciones de los
cuerpos, las mentes y los dispositivos) del que podríamos decir que es aquella
porción del consciente universal que ha logrado el más alto grado de
resolución, ¿qué podemos decir de aquello que en los pueblos, en las
comunidades, en las organizaciones, en los Estados, se define como Identidad
Cultural?
El enfoque de los autores del
artículo, por más de interesante, puesto que lo fantástico que siempre es la
anticipación de la dicotomía entre deseo y realidad, pero que nunca se cumple a
cabalidad, Vr. Gr. el deseo de volar que las brujas de la edad media
idealizaron con escobas, o el deseo de ubicuidad por el que tantos profetas de
todas las religiones dieron su vida; deseos que a la postre vinieron a realizarse
como metáforas concretas: el avión, la Internet, viene a ser el espejo que la
comunidad humana construye para el manejo de su vida y sus relaciones (las
brujas con escobas y filtros fueron quemadas, pero los hombres que construyeron
alas de lino, o motores de segundos de vuelo consiguieron seguidores,
admiradores y adeptos que terminaron en la hazaña de los hermanos Wright. Por
contraste los teosofistas, médiums e idólatras del éter, debieron ir degradándose
hasta encontrar el Einstein y, posteriormente el Heisemberg que les permitiera
exigir cartas de ciudadanía para su club); de modo que el ejemplo de Star Treck
y la teletransportación viene a ser la escoba de las brujas medievales (no
basta con distinguir diferencias numéricas y cualitativas para incluir
variables en las que está incluida toda la historia del universo por ser ese
espécimen su carta más representativa) y en términos estrictamente filosóficos
las posibilidades inductivas nunca llegan a ser equiparables a las deducciones
a que ensayo y error en medio de conjeturas conducen.
Las
distancias para una teletransportación cultural?
Las anteriores han sido
reflexiones generales y al desgaire de una imposibilidad de consultar fuentes o
de tener ejercitados los músculos académicos, sin embargo, retomando el hilo
argumentativo que incluye a Paul Ricoeur en la interlocución y en el que según
sus atinadas reflexiones, la identidad sólo podría ser observada o estudiada
desde las estructuras narrativas puesto que el idem y el ipse, según
nuestro modo de ver pertenecen a estructuras descriptivas muertas, pero que
ante el insuficiente estudio o la incompleta hermenéutica de sus alcances
(igual que sucede con el griego, el hebreo o las lenguas romances), aún siguen
manteniendo sus jerarquías normativas del hilo conductor de una cierta forma de pensar que no se ha
podido desligar de sus anteojeras, en tanto que la especulación y la intuición
de la mano de disciplinas como la filosofía del lenguaje en su versión
continental y las pragmáticas de los lenguajes formalizados han tomado un rumbo
estrictamente utilitarista (hacer cosas
con las palabras, actos de habla,) en los cuales la sutil frontera de
mismidad y conciencia, sólo se delimita por rasgos definitorios, en tanto que
las estructuras profundas refundidas en los discursos de las obras de cuño
estrictamente latino, hasta las de la patrística,
contienen aún hitos y señales no desbrozados (eso sin contar lo que de los
autores antiguos se quedó sin autenticar o se perdió); de modo que la distancia
entre definirse y saberse, la distancia entre el de-mi, idem y el pi-es, ipse,
en los que por un mecanismo de autorrecuperación desconocido (como el de la
salamandra o el tritón), luego de los cortes abruptos entre historia y
cognición, las lógicas difusas establecen, del mismo modo que también los
cortes de médula espinal con tratamientos de células madre, o esfuerzos excepcionales,
recuperan las lesiones operativas, nuevas conexiones entre el hilo primordial y
el hilo conductor.
Pero entre identidad, intimidad y
singularidad sólo puede existir un hiato que es el afuera de las relaciones de
dominación; para superar tal hiato es preciso trabajar como comunidades en la
historia de las nacionalidades, del acervo de los imaginarios, del saberse como
producción de simbolizaciones, valga decir como narración. La problemática de
la relación identidad-singularidad sólo puede existir como disfuncionalidad del
auto-conocerse, auto-definirse y auto-planificarse, esta disfunción es la que
sobreviene de las estructuras autoritarias, de las educaciones adecuadoras o
instructoras en las que se instruye como quien instruye un proceso de
imputación de cargos, en lugar de adiestradoras en las que se intenta tornar
diestro, pero dejando libertad de escoger las destrezas a las que se quiere
acceder; así se castra el querer y se impone el anhelo. Paul Ricoeur dice en su
libro “Del Texto a la Acción”: «Un querer quiere y se quiere universal en la
negación de todos los contenidos; (querer es el movimiento de la voluntad hacia
lo querido; al quererse universal en la negación de todos los contenidos se
niega a sí mismo como posibilidad universal, pero se afirma como querer)».
Sin embargo para llegar al querer, es preciso cruzar la brumosa frontera de la
imaginación, en la que, por la reflexión, intervienen todas las fuerzas en
juego y no es un simple juego de imágenes del deseo, por eso nuestras
comunidades que son a-lectoras, a-histriónicas y por contraste a-históricas, al
no tener claro que también las sociedades, así como las comunidades, las
familias, los clanes tienen una especie de marco universalizante al que se va
añadiendo particularidades con brillo propio, para conformar una suerte de
espejo, no en el que se reflejan, sino en el que orientan su querer definirse
como sociedades, como comunidades, como familias, como clanes. Esa sería la
máquina teletransportadora que llevaría el Estar indeterminado de los
integrantes de una variable cultural al Ser determinado de una cultura
integrada e integradora. Para definir
identidad, nosotros no recurrimos a las complicadas abstracciones de los
tratados; simplemente, por ese hilo de autorrecuperación difusa del que
hablamos más arriba, relacionamos identidad con idea-de-entidad. Una entidad es, inicial y filosóficamente, una
noción exógena que se supone con organización propia, pero aún no se define ni
su substancia, ni sus partes, ni sus mecanismos; sólo sabe de una entidad (una
entidad financiera o comercial, por ejemplo) cuando pertenecemos a ella,
participamos de su funcionamiento, o guiamos sus acciones. Ese sería el espejo
de identidad en el que una comunidad determinada se miraría, ¿pero, qué sucede
cuando el reflejar de brillos particulares está predeterminado por una
programación, como cuando un aviso luminoso hace el cambio de colores y
organización de LED’s para realizar sus rendimientos? ¿Es necesario meternos en el berenjenal del
Yo para adherirlo a la idea de identidad? ese es un problema del solipsismo de
cada cual, pero cuando los choques interdisciplinarios se añaden a las pre-tensiones propias de las
personalidades en las que más que personalidades son talantes (definimos
talante como la forma de poner delante del
otro nuestro ser complejo: ta’-lante;
en tanto personalidad es una serie definida de rasgos definitorios que se
mantienen de acuerdo a la evolución psíquica y el intercambio armonioso con el
entorno) que prefieren im-poner, en lugar de asumir el problema de que entre
más sofisticado y profundo llegue a ser un saber, tanto más complicado di-fundirlo
y dis-torsionado llega a las bases que se benefician de él. Tal sería el caso
del marco filosófico que pone a la identidad como un problema onto u
epistemológico, antes que un problema real y que el problema relacional viene
de abajo hacia arriba y no al contrario.
EL
AMOR Y EL JUEGO (¿Claves para una auténtica gestión cultural?
La reciente presentación del
proyecto: “Poetas sin pretensiones, en el cual un grupo de artistas de la
ciudad de Manizales, que incluye a un grupo de músicos que en asocio con unos
cuantos poetas musicalizan sus poemas y lo presentan a la comunidad bajo un
concepto que no parece tan novedoso en su aplicación por cuanto parece más un
aprendizaje por medio del cual se realizan, de modo empírico y sin realmente
pretensiones, los pasos que profesionalmente ejecutan los managers de una industria cultural en decadencia: la industria del
disco (conseguir las letras, hacer arreglos para la musicalización, convocar
los músicos, concertar las pautas de grabación, acordar las formas de
financiación y promoción, etc., etc.), pero que es novedoso en el sentido que
un grupo de personas unidas por la camaradería, los gustos afines, los deseos
de mostrar sus productos al público y, sobre todo: lograr convencer a los
administradores del presupuesto cultural oficial (a veces tan cicateros y
subjetivos como descaradamente dedocráticos y rapaces, sobre todo si
corresponden a cuotas burocráticas, es decir, clientelistas) de promoverles su
proyecto, esta vez bajo el argumento –válido- de explotar los nuevos formatos
de intercambio cultural propios de la era digital, en los que la difusión,
promoción, realización, comercialización –o al menos distribución- deben estar
al día de los avances informáticos, de redes sociales, del uso de la Internet,
de las mezclas entre gestión real y gestión telemática –ya ni siquiera
mediática- para, finalmente, al menos obtener alguna visibilidad en alguno de
los casi infinitos nichos en los que se debate la pluriculturalidad, amén de la
“democratización del saber”.
Aunque para el crítico o el
estudioso también es válido realizar ponderaciones de valor con respecto a la
calidad de los productos en circulación, puesto que el hecho de que el
desencanto en el arte, el top insalvable
del que ya desciende toda su desconceptualización como vehículo de expresión,
de sublimación o búsqueda de los fines o destinos de la especie humana, ya que
el estallido de la ciencias, la moral, la política ha dejado ese sabor insípido
de que ya está todo dicho y hecho o no vale ya la pena y que escasamente el
arte de vanguardia, el arte de élite, que por más de vacío y carente
inteligibilidad sigue manteniendo las características contradictorias de lo que
se cataloga dentro de la excelencia, no es óbice para que las posibilidades de
comunidades en desarrollo puedan seguir el paso a paso que también les lleve
acaso a lo que ahora hace la contracultura, o por contrate, reflexión o
evolución, lleguen a encontrar los senderos del nuevo arte del futuro, no es
nuestro interés poner el acento en que el proyecto a que hacemos mención
contiene las manidas fórmulas decimonónicas (quizás con excepción del poema del
músico y artista Fernando Cano: “Ciudad
Invisible” y algún otro del poeta
León Darío Gil o Martín Rodas) de letras con descripciones amatorias o eróticas
sin muchos hallazgos lingüísticos o conceptuales, sino en el hecho de que la
incipiente carrera de Gestión Cultural puede estar rodando en los círculos
viciosos de las disciplinas subsidiarias de la antropología o la sociología y
tendiendo a una suerte de positivismo político simulado. Los personajes
mencionados anteriormente no son profesionales en gestión cultural (aunque son
profesionales en otras áreas, asunto no poco significativo) y sin embargo
lograron un producto acabado en el que la musicalización, la adaptación de
letras, el formato de presentación (convocatoria por medios de comunicación,
divulgación en blogs y redes sociales, presentación en un lugar de prestigio de
la ciudad –aunque la recepción del público finalmente sea exigua como sucede
con casi todos estos proyectos en los cuales por desconfianza, vulgarización,
desprecio de quien no tiene un gran cartel tras su imagen, las personas no
participan; lo importante es que finalmente el producto se realice-), para
finalmente ponerlo a disposición del flujo comercial, muestran trabajo, deseo
de agradar y una gran vocación ciudadana.
La lectura del dossier que ha presentado la Universidad
Nacional en su órgano de difusión Novum
nos deja un sabor agridulce cuando al tratar de sopesar la realidad nacional
con la realidad planetaria en la que la informacionalización de la sociedad
(que en términos prácticos viene a ser estupidización) se contrasta con las
carencias de infraestructura, con los altos índices de desigualdad, con la creciente
ejemplificación de la intolerancia que no permite que la nueva conciencia
civilizatoria en donde el amor y el juego descargados de su valencia simbólica
de lucha, persecución de fines utilitarios y/o gratificaciones para mostrar, se
hagan por fin a la tarea.
Así, siendo el amor (a-mor, principio de costumbre) el centro
de todas las relaciones humanas, al cual (en el sentido verdadero y filosófico
de toda su complejidad) sólo puede accederse o ejercitarse luego de que la
singularidad ha podido sortear o levantar las capas de sedimentación (la economía, la educación,
la religión, la política) con que la historia de la civilización le ha cubierto
y cuya desnaturalización tiene parte importante la infelicidad de los hombres,
su relación con la razón práctica tiene que ver más con la proairesis a la cual la
libertad negativa, es decir, su concepto indeterminado regido por la razón
pura, que no puede rebasar su propia astucia, por cuanto su pureza será sólo
advenida como libertad determinada en razón práctica a la cual la norma le sirve de guía que con
la síntesis; pero la la proairesis como
preferencia razonada siempre se encontrará con el fantasma opositor de la
crítica. Así, la presunción (el presuntuoso) por la cual una singularidad puede
verse cuestionada en su camino de intención a la acción reglada motivada por el
amor y a la que, siguiendo a Kant, vemos como un exceso de amor propio y que
nosotros simplemente vemos como pre-(a)sunción
de la proyección; es decir, una actitud en la que el presuntuoso, antes de
ver que calidad de armonización mutua, cuánto puede la fuerza de su razonar o
de su actuar, recibir de la parte consecuente, contraria o interlocutora, ya
brilla en su visagismo, en su conducta él es pre-untuoso (presuntuoso), lo que impele al rechazo. A esta actitud
se podría contrastar la de la pretensión (pre-tensión);
el pretensioso podría alegar que dado que la experiencia con el otro es una
experiencia que la mayoría de las veces se ha visto confutada por la decepción,
entonces su actitud se constituye en un escudo que, hasta no ver qué hay en la
otra parte, no descubrirá su verdadera naturaleza; pero tal actitud aunque es
menos deleznable que la anterior también es despreciable, o cuando menos susceptible
de atacarse como excusa que, siguiendo la ética
a Nicomaco, tendría que ver con la noción de valentía, pues el pretensioso
no es más que un tímido en guardia. De modo pues que la proairesis sólo tendría que ser posible como sofronésis que indicada por el amor de los amores (la filosofía)
lleva a la singularidad por el camino de la elección del término medio, que no
es la misma que Jesucristo señala como tibieza (por tibio estoy a punto de vomitarte) pues en toda decisión se debe
mostrar temple, sino que en la otra parte Aristóteles recomienda la bondad de
carácter: la bondad de carácter no es más que la disposición armoniosa del
individuo para desenvolverse con el mundo por medio de la gentileza o lo que en
otros ámbitos se denomina diplomacia. De
ahí nace otra categoría: lo tierno = Ti- (t)erno;
lo tierno es el justo medio entre los extremos temple y debilidad, o, si se
quiere, es la conjunción de virtud, gozo y astucia Pero la más detestable de
las actitudes que atenta contra la disposición amorosa es la vanidad. Puesto
que, para quien la vida es una simple lucha con la necesidad, el amor es algo
absolutamente difícil de conseguir (cuando antes debía haberse puesto en la
tarea de razonable de intentar definir), ya que el amor, al igual que el bien,
es una muy diferente cosa para cada cual, a la gente sólo le queda atrapar del
río vertiginoso de la realidad, trozos de fuerza a los cuales denomina poder
(poder de dominar, poder de adquirir a antojo, poder de actuar sin razón);
entonces se atavía, se adorna, se enmascara y sólo le queda pavonearse como
quien dice: “tengo mi soledad única e
intransferible (y según eso también incomunicable), al menos bien dotada y bien lustrada para que tú no la mancilles (vana
noción de dignidad)”. Así, los
poderosos dominan(pero habría que ver qué, cómo y por qué dominan) y hoy, se
muestran presuntuosos, vanidosos, inasibles, es decir, irracionales, y los
dominados medran disfrazados, es decir, también irracionales pues se alienan
sólo con vistas a mantener una calma, una armonía despreciable. Por eso, nace
otra categoría de los que ni siquiera tienen mediana intuición de la razón
práctica: El petulante. El petulante parece que el mundo le dice “estás-tú-siempre-delante” como un
reproche de desconsideración; pero con el petulante tenemos un conflicto y es
que todos tenemos derecho a darnos aires, que no es un sinónimo de proairesis, pues la proairesis es una adquisición del estudio, de la reflexión y de la
interiorización, en cambio, darse aires es una actitud disimulada de vanidad
que es un amor propio irrazonable y que ni siquiera podría alegar méritos; por
eso el intercambio del sophos es
siempre, ya como trato gentil, bien como actor diplomático, una personificación
de aquella actitud con la cual Jesucristo ganó a toda la filosofía griega: la
mansedumbre, y que los griegos llamaron prudencia,
puesto que es una actitud absolutamente terrena, desdeñosa de la razón pura que
tiende a aretn (areté) y que más que virtud, como dice
Ricoeur, se traduce como excelencia; por eso la mansedumbre es la actitud que
supera a la excelencia, puesto que “los
humildes saben que todo poder es prestado” ; es decir, que toda adquisición
de las singularidades es dada por una cierta disposición a la que el
conocimiento tiende y que la sabiduría convoca y cuya imbricación tiene su
mecanismo bien oculto en la tensión entre intención y sentido. La mansedumbre
es, en absoluto, un sentido que aparece en los semblantes serviles o en las
alegrías fáciles; es, más bien, una huella que se va mostrando como gravedad;
pero la gravedad que va dejando la sofronesis
constituida por adquisiciones intelectuales no puede ser la misma que se va
decantando con el trato;; por eso, en
los tiempos infames que vivimos, negar el trato es la más despreciable demostración
de vileza y tal vileza no es sólo obligada por circunstancias, sino meditada
por perversidades. Así, los orgullos se pavonean bien perfumados, bien
trajeados y bien escudados en presunciones; son siempre talanqueras exteriores
a la corrosión que la crítica va ejerciendo por dentro. Por eso es admirable
que alguien pueda ser llamado transparente.
El columpio del chiste ocupa aquí
un doble papel en el juego de los simbolismos absurdos; por una parte la
informacionalización parece pender sobre los asuntos humanos sin que haya mucho
por hacer; por otra parte la negativa de los individuos –quizás los ilustrados
menos que los aforados pero de todos modos ambos tendiendo a una emancipación
total de imperativos categóricos- a
armonizar con los ideales simbióticos de la naturaleza, deja el azar cumpliendo
los lineamientos que la tecnología aparenta regir: «El ascenso de las civilizaciones
presenta en este caso el juego y el agon como una “función creadora de cultura”; su
ritual y sus reglas generan solidaridades; es una estructuración externa de
instintos, orientada hacia el afuera y lo público. La decadencia de las
civilizaciones atestigua el crecimiento del individualismo y el egotismo y la
“estructuración interna de los instintos”. En este sentido el aventurero y el
apostador acompañarían el ascenso de la civilización occidental, mientras que
los individuos introspectivamente estructurados de la sociedad del riesgo
acompañarían su declinación »*. El
charco aparece luego de que el columpio ha sido instalado, debido a que la
natural inquietud de sus usuarios hace que estos, del mismo modo que para
impulsarse debieron usar su fuerza cinética, para detenerse no usan la misma
forma armónica, por lo que el suelo se erosiona; El suelo de la cultura sigue
teniendo el mismo sustrato por el cual la civilización ha llegado hasta cúlmenes
insospechados, pero el bajarse de los usos al antojo hasta llegar a los abusos
pierde referencia; así la identidad muta y los dominios cambian de espacio. Las
instituciones propenden por mantener el orden y el Estado implementa acciones
que impulsen el bienestar de sus asociados; los individuos malgastan o
tergiversan sus beneficios. Las civilizaciones más desarrolladas lo han sido
gracias a una fuerte cohesión de propósitos y defensa idiosincrática; en los
países subdesarrollados los nacionalismos son vistos con reservas por quienes
se preocupan más por mantener el estatus que por adaptarse a los cambios. Es
por lo anterior que nos preguntamos
¿Contribuyen realmente carreras profesionales como la Gestión Cultural
al desarrollo social; o acaso los esfuerzos de la academia por implementar
programas que fortalezcan la innegable complementación disciplinar podrían
tener mejor resolución impulsando, por ejemplo, estrategias de promoción
ciudadana de la educación, en la que la escolarización sea una forma de vida
antes que imposición para crecer en la sociedad? o ¿Sin negar las fortalezas
que pueden aparecer en la “tecnificación” de las formas de hacer cultura, sería
más práctico incluir la idea anterior como una materia del pensum?.
Por
último, el decir que no es relevante la pregunta objeto del título del artículo
respecto de si la identidad es realmente un problema de discusión ontológica
y/o epistemológica más que un problema relacional, nos parece un poco
presuntuoso puesto que anteponer un
interés disciplinar a un interés general es negarle a quien se interesa lo
mismo que la inquietud plantea. Lo ontológico y epistemológico es un asunto de
todos; otra cosa es que todos puedan hablar del asunto.
*Lash, SCOTT.
Crítica de la información. Amorrortu Ed. 2005. p,273