POÉTICA DE UN FRAGMENTO DE TEOLOGÍA Y
PORNOGRAFÍA
Como una migaja de algo que ha caído de la
boca de un dios, cae en el dedo descuidado que pasa por el cuello desnudo del
lector, un milímetro de vida amarilla como el pétalo mínimo de una flor de
verano. Ha sido tan suave el paso del dedo por ese cuello desnudo, pues la
cosquilla va bajando por el escote de la camiseta en V puesta sin cálculo de un
día con anuncio de lluvia, ha anunciado al inconsciente que ahora está
confinado – o libre en el contraste- en la conciencia que trabaja en la cantera
del lenguaje que se está sucediendo en la página del libro ‘la teología sólo es posible como lenguaje
perverso y como perverso, el cuerpo, al abandonar toda posible beatitud en la
maldad que subyace al movimiento –pues toda gracia o santidad es quietud
aterradora-que le confieren las palabras, crea la verdadera gracia. Sólo como
pornografía el arte puede traer la realidad a representación. La diosa –o el
dios- que subyace en la nada de lo invisible, pero que baña su desnudez de
atributos, es traída a realidad por la palabra, ha sido vista-o por el mortal,
acaece lo obsceno y el lenguaje la posee en la forma de ciervo-humano cornudo
por el lado que niega la relación entre cópula y reproducción. Es el arte la
única forma de dar sentido a la realidad sin perder la certeza del sinsentido;
pero si el arte hiciera esto en la obra, desprestigiaría la misión del artista –poner
en obra la obra, la industria-que es:
Mantener e mito de la evocación de la esencia divina en el origen del culto y multiplicarlo...’ El
cadáver del insecto deja ver aún en la yema del dedo del lector sus alas iridiscentes intactas, del mismo
tamaño que el cuerpo; consciente de la poesía subyacente en tal acto, el lector
se dispone a erigirle un sagrario funerario para el bicho: Una cartulina de
propaganda de hotel para ratos de mediano precio, que se convierte en alas por
el pliegue, una destinada a números tele-fónicos o direcciones, la otra para
actualizar las coordenadas del tiempo en el mapa de un semestre. El cadáver
rueda hasta el sitio de su último movimiento, es decir hasta el instante de su
muerte, pero no quiere pararse en esa tierra de números que ponen hitos al tiempo,
no obstante, la gesta del hombre pone los despojos en el sitio que se ha propuesto y no se puede
negar a consignar el epitafio: “Aquí yace la ironía de lo pequeño y lo grande
del espíritu”.
No era una ridícula mosquita negra, venida de
algún foco de infección; era un trozo de luz, un pedazo de sol mañanero donándose
para la urna del símbolo, desde la cuidada y aséptica biblioteca del Banco de
la República.
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