jueves, 19 de enero de 2012

PASEO A LA WILLIAM JAMES POR EL CEMENTERIO INFORMÁTICO
(continuación)

Contrario a este sencillo y cuasi-cursi estilo de amor que se declaraba abierta aunque delicadamente, se olvidaba, o no se sabe si por alguna razón de esas en las que el pecador no por ser pecador, sino por una extraña forma de la misericordia, el pecador era protegido del escándalo de su pecado, decirle a aquella dama de alcurnia ciertas cosas a las que quería hacerle responder. No era una “Bugs-Bunnita” pues aunque tenía encantos suficientes para ser una Play-Mate-Madonna, sus aspiraciones eran mucho más discretas; quizás le alcanzaría para ser una in-tele-tu-ala, toda vez que le rozaba el ala a las más distinguidas inteligencias capitalinas y mucho más allá; pero si tenía la perspicacia de hacer pública la especie fuerte que implicaban los “Cuentos de Hoffman” para ilustrar sutilmente que se engañaba a gusto en aquel amor, entonces ¿por qué ella misma no tenía el coraje y la gallardía de hacérselo saber, o en su defecto defenderlo de la infamia a la que se le sometía? ¿No sería porque se lo impedía su sublime amor por Zara Radio y otras Saras?
Así tendría que ser la “política de la poesía” aunque en realidad la obra era “Política del Espíritu” lo que parece un desatino pues poner a la pureza del espíritu en los ruines quehaceres del hombre es más desmesurado que declarar que por más sublime que sea un poeta no está exento de inclinarse por la política, aunque sea de modo torpe, pues poesía y política no riman del mismo modo que cuando el corazón siente un desgarre como el de un león metiendo su garra en la guarida oscura donde cree que habita alguna presa de ilusión sabe que ese desgarre no es la misma sensación de cuando el verdadero amor se manifiesta como un ave que aletea en el cielo del pecho sobre aquello que imagina el nido del corazón. Entonces podría ser que, del mismo modo que no habría sido posible encontrar una oportunidad apropiada y propicia para intercambiar impresiones y acaso para realizar su atracción, y que, sin que existiera una intención real de rechazo, aparte de la natural resistencia de la hembra al macho en el cortejo, pudiese decir: “y es que acaso ¿qué le puede interesar un bebé a un señor adulto como usted?” a lo que podría responder que aquel interés podría ser el mismo por el cual esa bebé no podría entender todavía por que ella que era mayorcita –y además legalmente suficiente- no podía responder a la simpatía en tono de pureza. Afortunadamente no son los tiempos de William y Henry James –pensó- y en cambio si se pueden trocar filosofía y literatura sin que la psicología venga a ser una charlatana.
Se esforzó inútilmente en imaginar una probable forma de que, una vez aceptada la invitación llegasen a conversar de lo que significaría haber respondido al piropo con una sonrisa impostada, lo cual sería tremendamente difícil de interpretar, aunque no de enfrentar, toda vez que el mismo acto daría la respuesta: “eso no es una sonrisa; eso es una mueca...y si hace una mueca es porque quiere pelear...y entonces, ¿qué, me quiere cachetear?, porque en ese caso usted ganaría y yo no tendría como corresponderle, a menos que aceptara la recomendación de ir a un psiquiatra por histérica...”
Pero todo eso era ir demasiado lejos. No había que olvidar que ella en realidad era una niña menor de dieciocho años; que siendo inteligente su capacidad histriónica no le alcanzaba para hacerle entender a la jauría que ella sabía bien lo que era poner “Banderas en Marte” y aun en guerra para con su ayuda mandarlos a comer espárragos a Venus; que en realidad el obstáculo no era tanto por las diferencias sino por el trato y la posición de quinta categoría que todos le daban debido a su particular circunstancia –que no obstante podría ofrecer ventajas-. Por lo demás, él ya había hecho lo posible para acercarse; si había buena voluntad e intenciones nobles, ahora estaba el balón en su campo.

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