martes, 10 de julio de 2018

ACMÉ



ACMÉ DE TRANSMIGRACIÓN

Quién podría decir, a ciencia cierta

que esa grasa que llaman acmé,

no es otra orilla de las plegarias

adolescentes cuando ya viejas y olvidadas

las mentes y las caras

las almas reflejan, de pronto, en un rostro

común y anónimo,

veinte o cincuenta años después de muertas

las Janis Joplin, los James Joyce,

con un hijo montando en bicicleta

que dice que los aromas de esa grosura grosera

no los recibieron los dioses

y que alguna peseta, firmada sin intención en un bigote

pudiera ser Pessoa en algún heterónimo

que le tomó por las solapas y le dijo:

Sos digno…de éste poeta.



***

LECTURA DE RANCIERE

Ranciere era-un-cierre, tan sólo un cierre

como la sutura en la herida

para que cicatrice y se haga espejo,

mentira de la mentira.

las tenía todas consigo, las fórmulas

y armaba el rompecabezas

pero nunca salía la figura

verdad-era

ella y su era, cada una

la piedra y la literatura

y de la ella, ésta

el silencio y su urna

siempre huyendo

¡pero que reloj!

cada grano de arena soplado

recién salido del fuego

formando el vítreo, el vaso

en el que se va a escanciar la poesía

y sin embargo, el insano

no podía llamarse poeta,

sólo lecho del río mostrando

el agua, no llevándola

porque la llevaba el viento y la nube

la llevaba el ánfora y la basura

la llevaba el vicio y la llevaba el beso,

la llevaba el libro,

puro o corrompido;

pero ella siempre tan pura

y al poeta le ilusionaba que fuera una herencia

del anuncio mudo, Racine,

el-cine-de-Ra  y su ansia

¡pero qué maldita ilusión!

la imagen con vida

y el cuerpo como proyector

¡quiero del aullido una fotografía!



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