lunes, 5 de septiembre de 2016

ENSAYO

DE LA CIENCIA DE LOS BRUJOS

“El noventa por ciento de la gente del común está persuadida de que su vecino le hace maleficios”
Paul Feyerabend
(y el noventa y nueve por ciento del diez por ciento restante anhelan encontrar un método de vencer su miedo)


Las brujas no existen pero que las hay las hay, reza el adagio popular. Por contraste, los adivinos existen pero ascender a tal habilidad –dignidad sería la palabra, pero para picar a ciertas bajezas lo dejamos tal cual- no es cosa de estudios caros o baratos, reputados o comerciales, cuando no se puede ostentar la bendición de algo llamado don. Es por eso que los poetas verdaderos –no los rimadores ni los cantores de arrabal- se ríen cuando, aun sin saberlo rondan alguno de los múltiples escorzos de los baluartes de los perdidos y los malditos, una banda de pederastas, por ejemplo, cuando sus brujos se empeñan en sembrar huellas de sus poderes irrisorios, llámese el tabaco, el muñeco de vudú clavado de alfileres, o el simple bebedizo –aun veneno- deslizado de modo subrepticio. Y es que la brujería y ciertas prácticas ocultistas sólo pueden corresponder a ambiciones de poder bien camufladas en pseudo capacidades y en manipulaciones auspiciadas por ciertos escalones del poder que a su vez son manejados por el verdadero poder, el que sabe de ciencia, el que sabe de tecnología y que, no todo aspirante a científico llega a seducir al método, es regalado con el Don –no en vano uno de los dones del Espíritu Santo es el de ciencia-.
Pero el brujo no se tiene que remorder interiormente porque sus mandobles no resulten, del mismo modo que el pederasta no es digno de castigo por sus actos, sino porque el step by step de sus justificaciones, además de sus capacidades para mantener a raya sus impulsos e instintos inapropiados –todo me es lícito pero no todo me es conveniente predica san Pablo-, falta al principio de razón suficiente, razón que es vedada generalmente al ahora más común de los sentidos, el sentido común, para ello habría que dilucidar primero lo que significa el principio común. De igual modo procede la ciencia -¿no es significativo que la ciencia se ocupe primero de los asuntos más altruistas del hombre, antes que de los más deleznables?- La ciencia no tiene fe, la ciencia tiene empeño que no ostenta, detenta. El brujo tiene una fe inversa, cree que porque una piedra con la que tropieza y saca una chispa que le da un instante de fulguración, es un efecto de su dialéctica; eso es lo que ostenta y su detentación siempre es un batir palos de ciego en un laberinto de telarañas ¿por qué no malició el minotauro de las intenciones del vellocino de oro? Las correcciones de la ciencia no obedecen al principio de domeñar la fuerza con que el brujo pretende investir sus músculos espirituales, las cadenas de oración de las religiones institucionalizadas, rinden fruto porque sus practicantes lo hacen sin apostar a un número que se ajusta con cada yerro según la intuición del algoritmo con que las loterías juegan sus premios.

Si llegásemos a decir que –cada poeta debe debatirse en el medio que la vida le propone- los brujos modernos que persisten en recuperar hegemonías ya con tinte de recuerdo y de nostalgia vienen siendo malos herederos de pobres exiliados espirituales del horror de las guerras y, aun más, de ineptos diletantes del idealismo alemán, sería como decir que Donald Trump con sus farsas es tan potente con el don por su condición de raza adaptada desde el sufrimiento al nuevo mundo, del mismo modo que Ángela Merkel sería una exitosa degenerada porque ha sabido camuflarse bien en las nuevas disposiciones geopolíticas. Más bien es que la persistencia de las plagas siempre es posible porque un principio de equilibrio entre lo conveniente y lo desmerecedor bambolea los  platillos de la balanza  con tal capricho que es imposible asegurar la exactitud del baremo. Así, las luchas domésticas se ven obligadas a dejar que ciertas incomodidades con tinte de plagas se mantengan, no porque sus detractores no sean capaces de ponerles claros sus límites y posibilidades, es porque sus líderes no han sabido dilucidar las diferencias entre lo que quieren para sí y lo que quieren para la comunidad.      

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