DE
LA CIENCIA DE LOS BRUJOS
“El noventa
por ciento de la gente del común está persuadida de que su vecino le hace
maleficios”
Paul
Feyerabend
(y el noventa y nueve por ciento
del diez por ciento restante anhelan encontrar un método de vencer su miedo)
Las brujas no existen pero que las hay las
hay, reza el adagio popular. Por contraste, los adivinos existen pero ascender
a tal habilidad –dignidad sería la palabra, pero para picar a ciertas bajezas
lo dejamos tal cual- no es cosa de estudios caros o baratos, reputados o
comerciales, cuando no se puede ostentar la bendición de algo llamado don. Es
por eso que los poetas verdaderos –no los rimadores ni los cantores de arrabal-
se ríen cuando, aun sin saberlo rondan alguno de los múltiples escorzos de los baluartes
de los perdidos y los malditos, una banda de pederastas, por ejemplo, cuando
sus brujos se empeñan en sembrar huellas de sus poderes irrisorios, llámese el
tabaco, el muñeco de vudú clavado de alfileres, o el simple bebedizo –aun
veneno- deslizado de modo subrepticio. Y es que la brujería y ciertas prácticas
ocultistas sólo pueden corresponder a ambiciones de poder bien camufladas en
pseudo capacidades y en manipulaciones auspiciadas por ciertos escalones del
poder que a su vez son manejados por el verdadero poder, el que sabe de
ciencia, el que sabe de tecnología y que, no todo aspirante a científico llega
a seducir al método, es regalado con el Don –no en vano uno de los dones del Espíritu
Santo es el de ciencia-.
Pero el brujo no se tiene que remorder
interiormente porque sus mandobles no resulten, del mismo modo que el pederasta
no es digno de castigo por sus actos, sino porque el step by step de sus justificaciones, además de sus capacidades para
mantener a raya sus impulsos e instintos inapropiados
–todo me es lícito pero no todo me es conveniente predica san Pablo-, falta
al principio de razón suficiente, razón que es vedada generalmente al ahora más
común de los sentidos, el sentido común, para ello habría que dilucidar primero
lo que significa el principio común.
De igual modo procede la ciencia -¿no es significativo que la ciencia se ocupe
primero de los asuntos más altruistas del hombre, antes que de los más
deleznables?- La ciencia no tiene fe, la ciencia tiene empeño que no ostenta,
detenta. El brujo tiene una fe inversa, cree que porque una piedra con la que
tropieza y saca una chispa que le da un instante de fulguración, es un efecto
de su dialéctica; eso es lo que ostenta y su detentación siempre es un batir
palos de ciego en un laberinto de telarañas ¿por qué no malició el minotauro de
las intenciones del vellocino de oro? Las correcciones de la ciencia no
obedecen al principio de domeñar la fuerza con que el brujo pretende investir
sus músculos espirituales, las cadenas de oración de las religiones
institucionalizadas, rinden fruto porque sus practicantes lo hacen sin apostar
a un número que se ajusta con cada yerro según la intuición del algoritmo con
que las loterías juegan sus premios.
Si llegásemos a decir que –cada poeta debe
debatirse en el medio que la vida le propone- los brujos modernos que persisten
en recuperar hegemonías ya con tinte de recuerdo y de nostalgia vienen siendo
malos herederos de pobres exiliados espirituales del horror de las guerras y,
aun más, de ineptos diletantes del idealismo alemán, sería como decir que
Donald Trump con sus farsas es tan potente con el don por su condición de raza
adaptada desde el sufrimiento al nuevo mundo, del mismo modo que Ángela Merkel sería
una exitosa degenerada porque ha sabido camuflarse bien en las nuevas
disposiciones geopolíticas. Más bien es que la persistencia de las plagas
siempre es posible porque un principio de equilibrio entre lo conveniente y lo
desmerecedor bambolea los platillos de
la balanza con tal capricho que es
imposible asegurar la exactitud del baremo. Así, las luchas domésticas se ven
obligadas a dejar que ciertas incomodidades con tinte de plagas se mantengan,
no porque sus detractores no sean capaces de ponerles claros sus límites y
posibilidades, es porque sus líderes no han sabido dilucidar las diferencias
entre lo que quieren para sí y lo que quieren para la comunidad.
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