lunes, 5 de septiembre de 2016

INVENCIÓN DE LA VIOLACION



INVENCIÓN DE LA VIOLACIÓN

Sucedió que una vez Atenea, la diosa, supo lo que era el aburrimiento. Todo el tiempo indagando en el espejo de la sabiduría -por aquel tiempo sabiduría era un buscar destellos entre una telaraña para dar con una idea del camino a seguir en el escabroso camino del conocimiento-, pedirle al búho que le prestase sus ojos agudos para atrapar alguna centella con la cual humillar a los otros dioses en los postres, después de las cenas en las que se esnifaba especulación, vahos que tomaban de la reverberación de la luna -que aquí entre nos, por esos tiempos la luna era un tema de moda en el Olimpo ¿seria cierto que Zeus estaba tramando alguna jugada artera poniendo allí aquel disco en el que se miraban las sombras que pasaban fugaces buscando refugio luego de su escape del averno y todos los dioses, con cierta reserva gustaban de darse un pequeño aire? ¿O había razón en que era un huevo expulsado prematuramente  por una diosa todavía no identificada y con una mácula de culpa; y que también a Zeus se le había dado la real gana de  publicar en su blog estelar que ese era un huevo promisorio? muchas preguntas, muchos chismes-.

La habían invitado a la diosa a una fiesta -no se sabe si de estrellas o seres del inframundo o  es que ¿acaso se había inventado ya un departamento de hijos de mortales y dioses que se encargaban de mediar, hacer lobby e intrigar entrambos?-, de modo que se decidió a visitar los aposentos de su no muy querida colega Afrodita.  No, no quería platicar con ella acerca de los secretos de la seducción, tampoco pedirle algunos tips que hiciesen el papel de burundanga para convertirse en vulgar espía de los asuntos de los mortales; solo quería llevar a la fiesta un poco de gracia. ¿ El cinturón? Ni de fundas.

  - ¿Que te sorprende? no, no querida, no te sorprendas. Una también tiene que reconocer que tiene sus límites y... ¿Últimamente se te ha visto lucir esas faldas esplendorosas cuyos vuelos terminados en picos como de la más pura nieve van derritiéndose sin caer del todo al suelo y sin saberse si son hielo o esperma hirviente y que finalmente se adhiere a tus hermosas y torneadas corvas como un rocío magnifico; es que acaso tu ojeriza para con mis hallazgos que han hecho retroceder a más de un héroe que no era tu favorecido te va a impedir que me prestes alguna de las maravillosas piezas de tu ropero?

Afrodita se quedó mirándose la mano siniestra como si estuviese contemplandose  la manicura, con una sonrisa entre burlona y conmovida que se delataba por mirarla de reojo y como de hito en hito. Tomó una de sus manzanas, la partió a la mitad con un destello de su índice diestro y  ofreció una mitad a su visita. Es relajante, le dijo. Adivinando los pensamientos de su anfitriona, de que también ella creía que la inteligencia no sabía cogerle el tranquilo a la vida, añadió, es una simple cortesía, ayuda a limpiar los dientes.¿Por qué la belleza es irónica? Se dijo la linda de nariz ganchuda -se hila mejor el pienso entre el aroma y la vista, se decía el populacho- y enseguida recordó la leyenda de que las manzanas de Afrodita producían un fuerte deseo de hacer cosas inapropiadas (acaso sea pertinente recordar que por esos no tiempos lo apropiado y lo inapropiado no tenía que ver con lo lascivo o lo romántico, sino más bien con lo irreflexivo, pero, ante todo con lo soberbio), entonces, definitivamente, declinó.
Entonces, como en un acto de elegancia y también de supremacía que adornó con un mohín de sus labios gruesos y bastos -en ese tiempo no existía el término sensual-, arrancó una tira de la  cáscara de la manzana que de verde pasó a un rojo intenso y le dijo: Cierra los ojos y abre las piernas.

La representante de la frontera entre lo terrible y lo admirable obedeció, no sin antes fruncir con un gesto de humillación que se dibujó en sus labios fruncidos, y seguidamente añadió -aunque puso en su sentencia un aire coqueto y medianamente juguetón- Haz de saber que soy inmune a cualquier tipo de cosquillas. No te preocupes, no eres de mi tipo, explico Afrodita.

La fiesta realmente  era un éxito  ¿A quién se le ocurrió montar esa hermosa carpa entre la tierra y la luna; y el diseño... qué, no hay problema en uno de esos huecos de nube, pisar inadvertidamente. ¡Tú sabes! -Y es que resulta que muchas Eras más tarde la moda de los tacos puntilla de diez centímetros volvió, y andar en esos adminículos era simplemente la evolución de la sensación de concentrar la fuerza de los talones en la coordinación de los sentimientos y el centro de las piernas sin que se note el esfuerzo; las mujeres aprendieron de allí el concepto de la coquetería y los hombres en venganza porque les sobrepasaba el reto de las tres sensaciones y de sobremesa tener listos los músculos del pecho, olvidarse y arremeter con una cosa o la otra: las razones -o las negociaciones- o las dominaciones y  alzarla en brazos antes de que otro vuele mejor.

 Por ese tiempo Sátiro no sabía de quien era hijo y se emborrachaba menos tratando de indagar todo sobre el asunto -también mucho tiempo después alguna refundida prueba genética daría noventa y nueve punto nueve de probabilidad a que el ADN de esas muestra podría corresponder a Nietzsche y Mesalina-, de modo que se acercó a la solitaria atenea, centro de las miradas y la atención

Se acercó a la diosa que se hallaba muy incómoda porque las miradas no podían disimular muy bien que todas confluían sobre ella. Sentía unas ganas inmensas de confrontarlas: Eah, que, ¿no han visto nunca a una diosa con clase mezclarse con bazofia? pero eso sería arruinarse la noche; por lo demás, ella, la que siempre encontraba el camino apropiado para las circunstancias, no iba a descubrir el cobre así no más.

  - Bueno, hay que reconocer que se ha anotado un hit, madame -dijo el viejo Sileno escarbando con su pezuña delantera en acolchado suelo mientras trataba de imponer el ritmo de la música con sus cuartos traseros y meneaba la cola de un modo bastante gracioso- Vea que swing, todo el mundo disfruta de lo lindo y celebra con el rockallenato, hartos ya de ditirambos y yambos. Venga, muestre todas sus dotes para el ritmo y la cadencia -la miraba de arriba abajo, se acercaba con disimulo y auscultaba por detrás; le observaba el cabello, pero no podía sacar nada en claro, solo que la túnica vaporosa con que se había ataviado, prenda que entre otras cosas la gran mayoría estaba calificando de mal gusto, toda vez que si bien la tela se pegaba bien a sus carnes, dando la posibilidad de que sus caderas esplendorosas exhibieran esa marea de carnes firmes y la curvatura del seno, que si bien no era grande, ofrecía todo lo que necesita una mirada para hacerlo apetitoso, pero cada vez que el pliegue de la tela iba a poner a la imaginación en un fácil trabajo, la imagen se difuminaba en arabescos y figuras caprichosas que desviaban la atención; era como esos futuros salvapantallas que adornarían los dispositivos digitales.
  - Ay mi querido y admirado Sati-Dioni-Silenos, mucho me temo que yo no sería capaz de disfrutar aguantando la risa de  verlo con sus cuatro pezuñas hacer el ridículo por querer amacizarme; quizás si me dejara montar a  horcajadas sobre sus lomos y pusiera riendas a esos bellos cuernos, lográsemos una coreografía aceptable. A propósito, digame, ¿que es lo que ve en mí que me observa con tanta profundidad?
  - Ay mi antena Atenea, excelso pozo sin fondo, jofaina para recoger lagrimas que ya no produzco, flautín que me escalda la lengua. Se quedó mirándola con ojos que echaban chispas: Un enigma el doblehijueputa! -y  encabrito sus pezuñas sentándose sobre el trasero, solo para que su inmenso vástago se exhibiera desde su peluda vaina. Pero no se retiró, se quedó en su posición intentando recoger los escombros; de modo que la olímpica, que a estas alturas ya se había bebido no se sabe cuántas copas de ambrosía -¡Ambrosía, mis gónadas! Era pura Guaraná que, poco después un dios celoso exiliaría a las selvas del amazonas y sólo se descubriría veinte siglos después- con agua, de Ninfa; ambrosía con gotas amargas de psylopcibe y soda de extracto de hachís; de vino del Ponto con cascaras de ambrosía, pidió permiso para ir al servicio.
 -Vaya, será que esta maldita bruja de la Afrodita no me hizo nada, y, en cambio, realzó mis defectos? Trató de hacer memoria y recordó que no había sentido nada cuando le abrió las piernas a su colega; nada de escarbar en sus partes, nada de operaciones, solamente una especie de tibia efervescencia chispeante que le fue subiendo desde su entrepierna hasta el estómago, lo que la puso a salivar más de la cuenta. En este momento recordó el piropo que el viejo Dionisos había largado al principio: Querida, solo sería cosa de que te acercaras al mirador, apoyaras tus codos sobre la baranda y te pusieras como si estuvieras observando las delicias de la eternidad, nadie tendría nada que fisgonear, nada que comentar, yo solo estaría detrás lisonjeándote y mostrándote las constelaciones. Había sentido el mismo chispear efervescente y el salivar, pero había disimulado. Así que tomó una decisión; en un dos por tres fue hasta el mar, desolló una foca y se hizo un leggis. Con capuchas de medusa se confecciono un topless y volvió al salón; para evitar que los mirones se extasiaran con la transparencia de sus pezones turgentes se hizo apliques con cromatóforos de pulpo y jibia en el leggis, de modo que se vio emocionada escuchando como Aquiles le decía a Ulises en un rincón: ¿No es absolutamente delicioso ese triángulo lanzando destellos de faro? Yo le haría un anillo hermoso con el cabello de mi Penélope, repuso el átrida. Aquiles le hizo una mirada de reproche malicioso. ¡Que no te escuche! Amigo, que ingenuo eres, o ¿acaso poco ilustrado? ¿No sabes lo que es un palíndromo? repuso el héroe . Ah, viejo zorro, no eres exacto, eso es amalgama, meneo la cabeza, peló-ne pe. No sabían los dos rumberos, bien merecido se lo tenían, que estaban inventando el DIU.
Muchas cosas se dijeron después de aquella fiesta, y más innumerables fueron las consecuencias. El caso es que muy entrada la madrugada se había visto a una lechuza inmensa sobre el techo de la exclusiva casa de Palas. Era una casa estilo inglés, la única en el olimpo; la había divisado en una visión en un rapto de futuro y se la mando construir. El pajarraco estuvo largo rato regurgitando pedazos como de un reptil que los iba depositando sobre un hueco, la misma gotera por donde habían estado espiando Ares y Hera unas horas antes; los pisoteaba hasta formar la teja; eran ocho letras, los pedazos de un idioma extraño y conformaban la palabra: S-I-L-E-N-C-I-O.
El asunto fue más bien sencillo aunque lleno de enredos porque cuando en un momento dado -no se sabe si antes o después de lo que sucedió- Atenea se topó con Ares en el salón mientras masticaba con cierto aire de suficiencia una goma roja que luego llamarían los mortales chicle, esta se llenó de ira (recordó la cascara de manzana que Afrodita había desgarrado con sus unas y que cuando abrió los ojos no vio por ninguna parte). ¿A que te atreviste, maldito. A mí que me esculquen. Si bien es cierto que el coro de las Erinias repartieron por el cielo un estribillo auspiciado por Afrodita: La sabiduría tiene desde hoy algo que ninguna diosa tiene, yo soy absolutamente inocente. Bien podría yo haberte ofrecido un trago de mi secreta pócima con orines de araña y seis ingredientes más, pero no me atraes ni cinco, no paras en este hogar: Paranoica, para,n-oikos. ese era el motivo de la curiosidad.
Cuando la diosa fue hasta el mar, el viaje no le sirvió para atenuar la fuma -no olvidemos que fue en un dos por tres-, de modo que se paró en el jardín a darse los últimos toques. Ella se cuenta para si misma que sólo recuerda que estaba caminando por entre unas inmensas matas de abalazo cuando una bestia se le echó encima; tenía el mismo olor de almizcle de circo del viejo sátiro y se despertó toda despeinada y mojada en la entrepierna. Pero una mirla chismosa que andaba sin sueño cuenta que un feo galán, eso sí muy bien ataviado se le había acercado, le había dicho unas cuantas cosas al oído, le había hecho unos cuantos arrumacos y hubo un pequeño forcejeo; en el momento que rodaron por el suelo y él había quedado encima de ella, había arqueado la espalda y había gritado algo como: P-sciiiiiiiiiii.

La versión de Hera y Ares cambia mucho con el tiempo pero la más aceptada reza que como se turnaban para mirar por el hueco, no podían contrastar lo que veían. Hera dice que simplemente vio que afrodita hacia un juego de manos y como un soplo desde el cuenco de la mano, envió una serie de destellos chispeantes como estrellitas doradas que se abrieron paso por la entrepierna y se esparcieron por todo el cuerpo. Hera dice ese era el destello chispeante de la divinidad. Ares, por su parte cuenta que Afrodita puso un poco de saliva en la cáscara de manzana, la estrujó, la ensurulló, luego la abrió y la lanzo como quien lanza una atarraya sobre los sábalos, sobre la entrepierna, seguida del mismo séquito chispeante y dorado. Este mismo dios asegura que Afrodita, celosa de las dotes de inteligencia de su corregente en el Olimpo, puso esta malla en el órgano femenino para hacer avergonzar a Atenea de sus deslices, pero que luego se arrepintió y retiró la membrana sabiendo las intenciones del dios Dionisos; por eso no hubo sangrado y Dionisos no pudo hacer ostentación de su fechoría. Es más, como se nos había olvidado decir más arriba que por esos tiempos el asunto de la cama en los cielos no era un asunto trascendente; travesuras y juegos de dioses insomnes, aburridos o curiosos, la fila de todas las diosas de la corte celestial solicitando de la diosa del amor ese nuevo aditamento para la política, los negocios, la guerra, etc. etc., muchas veces tenia de parte de la diosa ciertos sesgos de favorecimiento tramposo: Se dice que cuando Afrodita se agachó a mirar los atributos de Atenea, Exclamó: Vaya obscuridad y desolación la que tienes ahí dentro, amiga. Entonces puso una música secreta que solo pudo reproducir alguna vez Orfeo. Cuando una diosa le caía en gracia a la diosa de las gracias y sus relaciones no parecían convenientes a la luz pública, esta tenía la cuerda de la lira llamada himen para que el instrumento entrara y tocara su música sin que el secreto se revelase. Desde entonces se dice que no es que haya hímenes complacientes sino penes caballerosos. Por su parte la diosa del hogar, que se conformó con esa dignidad luego de que no se le permitiera andar al tiempo con Artemisa y con las vestales un día sí y otro no, aunque también sucede que se hacen sus trampas, dice que el hombre o el dios con sus cambios de humor y de parecer como el mar, a veces apacible y dulce y tierno, otras tormentoso y violento, otras mohíno y silencioso, no es digno de disfrutar de ese  santuario donde se sueña, se descansa, se bebe, se ríe, se canta, se baila, se rememoran las gloriosas gestas, hasta que sosiegue definitivamente sus impulsos. Eso es lo que se llama un marido, mar-ido.  
      

     


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