“Por
lo tanto, el lenguaje nunca puede seguir los dictados del poder,
ya
sea político religioso o financiero, excepto como un catecismo de
preguntas
y
respuestas fijas, porque, a pesar de sus pretensiones de precisión
nunca
puede afirmar nada indefinidamente”
“La
identidad que un escritor otorga a una sociedad depende de la
identidad
que
la lengua de esa sociedad inspira y determina”
Alberto
Manguel
- De verdad ¿pensaste eso? -le dijo mientras acariciaba el molde aún caliente de la escultura que acababan de fundir y cuyo vaciado se habían comido los espermicidas. Seguían dándose piquitos de pericos en una jaula de hotel barato como homenaje a los después sin obligaciones.
- Claro que sí. ¿Por qué no habrías de creerme?
- Bueno, pues, podría ser simplemente por darme gusto. O, simplemente pura casualidad. -Lo miró con un aire entre interesante y ofendido.
- Ehh, entonces tendrías que conformarte con la casualidad de los imanes.
La
telepatía era un hecho comprobado, pero ¿creía realmente la gente
en ella? O ¿era el silencio al respecto, la duda, un arma táctica?
En
verdad no le había adivinado el pensamiento; o no se lo había
expresado tal como se lo leyó. Sólo cuando lo confesó y ella se
mostró sorprendida.
«Se
lo daría tetica si me diera platica»
Había
estado
pendiente
todo el viaje mirándolo de reojo, después que lo descubrió
relamiéndose los bigotes al cruzar la registradora. En realidad no
estaba mal esa talla 36B y aunque el resto estaba más bien mal
hecho, los paraguas de las orejas en oro goldfish, junto con la
expresión plácida, la boquita carnosa, la mirada limpia de no
buscona, simplemente trabajadora, le daban una cierta clase.
Se levantaron al unísono y los
dos se refrenaron al darse cuenta.
“Le daría lo que tengo
pero me da miedo que usted me diga que es una limosna”, fue lo que
le dijo cuando vio que ella se detuvo como desorientada con él
detrás. “¿Perdón, habla conmigo?” Y, bueno, creo que sería de
mal gusto dibujar exactamente cómo fue que el magnetismo se hizo con
estos dos; o mejor, sería tontamente torpe porque ¿cómo se
describe un deslumbramiento?
Cuando se despidieron él se
echó a la espalda esa placidez orgullosa de cuando se está joven y
se sintió un adolescente. Se metió al recién inaugurado centro
cultural del banco de la república.
«Pago
gallardo la aceptación sin melindres que nada les cuesta»
Fue lo que pensó cuando le fue levantada la sanción por no entregar
los libros en la fecha indicada. Somos una familia, siguió pensando,
pero no una familia del hogar; una familia del foro ¿o del ágora?
Se
intercambiaron monedas. “usted
lee mucho, ¿no?” El
hombre no era la gran cosa, pero se las traía -un compañero se
había encargado de repartir la especie de desconsiderado ¡que
yo le debo! Es que me vio la cara de pelotudo, o qué? Un
perfecto hijueputa. Realmente no. ahí, por ejemplo, tiene este
libro; no terminé de leerlo. Cuando uno quiere “hablar del
asunto”, sencillamente se va a donde los amigos. Total, el libro
“Hablando del
asunto” es una
solemne pendejada. Ahí es donde la gente sabe qué es lo
interesante. Según el plato en el que come cada cual da el sobrado.
Se estaba tirando una buena parada.
Pero
no esperaba que el día le fuese a dar semejante lección de poesía.
¿Somos una familia? La premisa estaba mal formulada: “desear
tener una familia”. ¿poesía?
Quizás la poesía era tener la inteligencia o la sensibilidad para
notar esos detalles que le dicen a uno hay
un juego encima del juego.
No la poesía de los locos, ven
señales por todas partes;
saber degustarlas.
Y
hacerlas sentir. No había hecho mucho caso de la exposición. Pero
estaba degustando profundamente la palabra: ex-posición.
Ahora miraba con disimulo a la auxiliar de bibliotecología que
departía con un compañero de servicios generales; bien podría
apodarse “Betty la mierda”. Y eso que era diametralmente opuesta
a su homóloga del segundo piso... En fin; ésta era bella y lo hacía
saber desentendiéndose de la posibilidad de alma, de interés, de
los otros y aquella despreciaba toda posibilidad de coincidencia, de
empatía real; claro que si se acercaba alguno de los de jerarquía
directa y de carrera, era todo esfuerzo y atención.
La
exposición estaba titulada como “Los
ilusos”. Pero el
gran golpe fue sólo cuando fue a escoger entre los estantes los
libros que iba a leer. Le gustaba creer que la poesía se le
presentaba como un azar. Y ¡vaya qué azar! Entonces se fueron
fundiendo todos los símbolos del jeroglífico. Era como si, a medida
que leía, se fuese tejiendo de nuevo la madeja. Y, hoy el secreto
estaba en el maridaje.
Recordó,
entonces, el primer golpe de vista de la exposición, esa palabra;
salirse de uno y poner una imagen; de ahí la palabra curaduría, el
cuidado, el saneamiento: Un tal Bustos -el guachimán de turno en la
puerta le esgrimió el pecho como la teta de una tía autoritaria
reclamando su saludo-, todero, lustrabotas, garitero, pregonero de
Cartagena. 1905-1956. Hoy, uno de los de su ralea (no es seguro que
de su árbol genealógico) se doctoraba en ciencias de la religión;
el poeta Rómulo Bustos Aguirre. Unos trazos tan ingenuamente
entrañables y tan fieles a lo que el cerebro puede traducir como
realidad cuando ha de ponerla en algún plano: papel, lienzo, tierra,
aire, pixeles; una aproximación cuando no un mamarracho. Después lo
asaltó “Pietro
Crespi lee mientras Amaranta teje”. Ya
está ahí, diría
un reflexivo, la malicia refinada de la echada del paraíso, por
contra de la humilde queja del anterior. Pero una cosa era la que
decía la curaduría, a la cual, si nos atenemos al orden de
artistas, le faltaba al respeto, y otra la forma en que la impresión
psicológica se le mostraba, más aún, ahora que hacía ponderación
de los dos primeros capitulos de los autores en liza: Guy de
Maupassant y Michel Houllebuecq. Pero sería espectacular si es que
se diera, como se daba en su mente, la riña entre la tal Sofía
Urrutia y María Castañeda. Definitivamente se halaban de los pelos.
Aquella con esos trazos serenos, ordenados, sobrios, estudiados,
corregidos quizás; pletóricos de tiempo, de medios. En cambio, ésta
pobre mujer, esposa de un hombre medianamente ilustrado que a
escondidas tomaba lienzos y aguarrás y óleos e imitaba los tics
pictóricos de su marido, hasta que fue descubierta y llena de besos
y alabanzas por esos desvaríos de emoción y asimetría que, no
obstante, llegaron a lograr un retrato impactante de ese que la
impulsó y promovió. Pero todos aquellos eran personalidades
comunes. Con más o menos dinero; con más o menos influencias eran
anyone people.
Houllebuecq
se fajaba su oficio con un pegajoso thriller;
el típico artista
posmoderno: snob, frívolo, ilustrado pero no preciosista; sabía
burlarse de sí mismo, ahora que la fama y el dinero eran sus
aliados; mostraba la sociedad en su opulencia y en su desvarío ahora
que el encanto de la erótica reprimida se había diluido; ya el tema
de las zagas era deleznable y superfluo, la metafísica fantasmal de
antaño era ahora un vaho con aromas a elección: dulce aroma
eutanásico, astringente picardía corrupta, sexo rancio con perfume
francés, cotidianidad plagada de tedio universal. El
mapa y el territorio.
Todo
lo contrario del pobre Maupassant y su abigarrada paleta con un
trasfondo único. El ejemplo de “Bola
de sebo” era
aleccionador. Esa dulce madeimoiselle
Elizabeth, zorra de
profesión en tiempos de la guerra prusiana convertida en lienzo de
la voluble nube del alma humana. En eso estaba pensando...en eso y en
todos los contrastes que se iban dando: Eso
sois vosotros pobre pueblo arrebañado. Esos trazos torpes,
incoherentes, faltos de reflexión y cultivo son el retrato de
vuestras mentes,
parecían decir los curadores de la exposición. Todos habían muerto
ya y no habían logrado gran figuración en las candilejas del gran
mundo de la propaganda y el mutuo elogio. Claro que había que
mostrar los contrastes: Sofía Urrutia, por ejemplo, dejaba ver en
sus trazos delicados y firmes, de cuidada simetría y manejo del
espacio y la armonía cromática, que tenía tiempo, serenidad de
entorno, materiales y un espíritu fogueado en los salones y las
ideas. Por contraste, ese otro artista que escasamente logró
figuración como arquero de un equipo de fútbol y que seguramente
fue lo que le permitió poner su nombre en consideración de los
administradores de las reputaciones y los privilegios, ponía sobre
unas piedras de aluvión y montañitas de niño, caligrafías a modo
de aviso que denunciaban las infamias sobre las que se construyó la
ciudad de Cali. “Si
observan bien -decía
la bonita y carnuda guía de un grupo de señoritas estudiantes de
enseñanza media, que apenas en sus rasgos vulgares sabían mantener
la solemnidad que ofrecía el momento y el sitio – podrán
colegir (sic) que la disposición de las formas organiza y da sentido
al espacio”, eran
unos palos altísimos torneados todos de la misma forma con curvas
que daban la impresión de pechos y panzas y que dispuestos con
diferentes orientaciones parecían intentar recordar la era de los
gigantes o los titanes y su caos. Cuando al salir al rellano del
ascensor se topó de frente con aquel poeta; le había herido
profundamente con su actitud imitativa del desdeñoso divo de
multitudes y, sin embargo, esa frase que gracias a los espías
satelitales fue conocida y que rezaba más o menos: ¡cuánto
gusto, poeta, saludarlo humildemente, incluso sabiendo que merece un
puñetazo de hombre por negarse a tomarse un café con un colega!,
nunca (excepto sotto
voce) fue dicha ni
publicada hasta hoy, y en el azoro del momento, siendo que el otro
pareció saltar sobre un resorte que escasamente le permitió dar la
espalda, pareció decirle: bien
pueda, siga usted funcionando con los ascensores. Siga mostrando que
hoy no se estila aquella frase irlandesa de “matando
a golpe de rimas a las ratas”,
sino que, calladamente “se
festejan a las ratas con rimas”; yo me quedo aquí, arriba, mirando
el panorama por la ventana, a ver si un día decido matarme.
Pero
en el fondo de su corazón parecía sentir cierta lástima y
estimarle, puesto que, a su juicio, se parecían en compartir una
cierta tragedia de poetas: Tenía que haber alma y nobleza, toda vez
que había amado a aquella que sin ser una reina de las formas
físicas bellas, había compartido con él las mieles del amor y las
bellas artes y había muerto joven y en la belleza de su arte. O a lo
mejor ¿quién sabe? Quizás fue él, al igual que la fea e innoble
de su ex-esposa quién se negó a seguir apoyando un mundo que era de
dos; él, le regaló su mundo y ella, escasamente le abrió sus
piernas. Quizás allí, en ese bello edificio que ilustraba tan bien
la mascarada, que se parecía tanto a la ciudad que, como artista, no
como arquitecto, no como científico, supo imaginar Hipodamo, donde
con barricadas simbólicas (una terraza-mirador accesible sólo
mediante reserva previa, igual que con los reyes y jefes de estado),
con modales delicados, dispuestos y abiertos a la contradicción que
finalmente, según el rango y la educación del interlocutor podrá
decir: Esa es su percepción y respeto su derecho o, lo siento pero
eso no me concierne y es imposible. Quizás, algún día y poco a
poco esa esperanza que aunque se vea defraudada va a enseñar que
construir una sociedad igualitaria y desarrollada es una cuestión de
lucha encarnizada; quizás las infanterías dichosas con su pan y
circo vayan a ser capaces de montar sus armas semióticas y
linguistícas para matar el virus que al hombre que levantó la
sanción por el retardo en la entrega de los libros se lo inoculó
otro, de un rango jerárquico menor a él, que siendo un hombre
decente, con una familia, con un salario respetable, era un
intrigante lleno de envidia que no compartían fraternalmente él y
sus compañeros pero que secretamente alimentaban y eso los unía,
además de las normas del buen vivir, porque los de arriba, los de el
último piso se habían preparado precisamente para eso. Betty
“la mierda” no
era quien podría tener sentimientos lujuriosos hacia el Cargo los
Gustos, administrador en jefe, era él quien mediante su séquito
leal y finamente organizado le llevaría a su palacio y harén
invisible y a la vista de todos.
Cuando el ascensor finalmente
fue llamado mediante la pulsión del botón electrónico se dio
cuenta de que toda aquella ufanía de adolescente nunca había
sucedido, fue la vista del poeta y de la poesía la que produjo la
explosión.
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