miércoles, 21 de marzo de 2018

EL ARTISTA, LOS ARTISTAS




Por lo tanto, el lenguaje nunca puede seguir los dictados del poder,
ya sea político religioso o financiero, excepto como un catecismo de preguntas
y respuestas fijas, porque, a pesar de sus pretensiones de precisión
nunca puede afirmar nada indefinidamente”

La identidad que un escritor otorga a una sociedad depende de la identidad
que la lengua de esa sociedad inspira y determina”
Alberto Manguel

    • De verdad ¿pensaste eso? -le dijo mientras acariciaba el molde aún caliente de la escultura que acababan de fundir y cuyo vaciado se habían comido los espermicidas. Seguían dándose piquitos de pericos en una jaula de hotel barato como homenaje a los después sin obligaciones.
    • Claro que sí. ¿Por qué no habrías de creerme?
    • Bueno, pues, podría ser simplemente por darme gusto. O, simplemente pura casualidad. -Lo miró con un aire entre interesante y ofendido.
    • Ehh, entonces tendrías que conformarte con la casualidad de los imanes.

La telepatía era un hecho comprobado, pero ¿creía realmente la gente en ella? O ¿era el silencio al respecto, la duda, un arma táctica?
En verdad no le había adivinado el pensamiento; o no se lo había expresado tal como se lo leyó. Sólo cuando lo confesó y ella se mostró sorprendida.

«Se lo daría tetica si me diera platica»

Había estado pendiente todo el viaje mirándolo de reojo, después que lo descubrió relamiéndose los bigotes al cruzar la registradora. En realidad no estaba mal esa talla 36B y aunque el resto estaba más bien mal hecho, los paraguas de las orejas en oro goldfish, junto con la expresión plácida, la boquita carnosa, la mirada limpia de no buscona, simplemente trabajadora, le daban una cierta clase.

Se levantaron al unísono y los dos se refrenaron al darse cuenta.

Le daría lo que tengo pero me da miedo que usted me diga que es una limosna”, fue lo que le dijo cuando vio que ella se detuvo como desorientada con él detrás. “¿Perdón, habla conmigo?” Y, bueno, creo que sería de mal gusto dibujar exactamente cómo fue que el magnetismo se hizo con estos dos; o mejor, sería tontamente torpe porque ¿cómo se describe un deslumbramiento?

Cuando se despidieron él se echó a la espalda esa placidez orgullosa de cuando se está joven y se sintió un adolescente. Se metió al recién inaugurado centro cultural del banco de la república.

«Pago gallardo la aceptación sin melindres que nada les cuesta» Fue lo que pensó cuando le fue levantada la sanción por no entregar los libros en la fecha indicada. Somos una familia, siguió pensando, pero no una familia del hogar; una familia del foro ¿o del ágora?

Se intercambiaron monedas. “usted lee mucho, ¿no?” El hombre no era la gran cosa, pero se las traía -un compañero se había encargado de repartir la especie de desconsiderado ¡que yo le debo! Es que me vio la cara de pelotudo, o qué? Un perfecto hijueputa. Realmente no. ahí, por ejemplo, tiene este libro; no terminé de leerlo. Cuando uno quiere “hablar del asunto”, sencillamente se va a donde los amigos. Total, el libro “Hablando del asunto” es una solemne pendejada. Ahí es donde la gente sabe qué es lo interesante. Según el plato en el que come cada cual da el sobrado. Se estaba tirando una buena parada.

Pero no esperaba que el día le fuese a dar semejante lección de poesía. ¿Somos una familia? La premisa estaba mal formulada: “desear tener una familia”. ¿poesía? Quizás la poesía era tener la inteligencia o la sensibilidad para notar esos detalles que le dicen a uno hay un juego encima del juego. No la poesía de los locos, ven señales por todas partes; saber degustarlas.

Y hacerlas sentir. No había hecho mucho caso de la exposición. Pero estaba degustando profundamente la palabra: ex-posición. Ahora miraba con disimulo a la auxiliar de bibliotecología que departía con un compañero de servicios generales; bien podría apodarse “Betty la mierda”. Y eso que era diametralmente opuesta a su homóloga del segundo piso... En fin; ésta era bella y lo hacía saber desentendiéndose de la posibilidad de alma, de interés, de los otros y aquella despreciaba toda posibilidad de coincidencia, de empatía real; claro que si se acercaba alguno de los de jerarquía directa y de carrera, era todo esfuerzo y atención.

La exposición estaba titulada como “Los ilusos”. Pero el gran golpe fue sólo cuando fue a escoger entre los estantes los libros que iba a leer. Le gustaba creer que la poesía se le presentaba como un azar. Y ¡vaya qué azar! Entonces se fueron fundiendo todos los símbolos del jeroglífico. Era como si, a medida que leía, se fuese tejiendo de nuevo la madeja. Y, hoy el secreto estaba en el maridaje.

Recordó, entonces, el primer golpe de vista de la exposición, esa palabra; salirse de uno y poner una imagen; de ahí la palabra curaduría, el cuidado, el saneamiento: Un tal Bustos -el guachimán de turno en la puerta le esgrimió el pecho como la teta de una tía autoritaria reclamando su saludo-, todero, lustrabotas, garitero, pregonero de Cartagena. 1905-1956. Hoy, uno de los de su ralea (no es seguro que de su árbol genealógico) se doctoraba en ciencias de la religión; el poeta Rómulo Bustos Aguirre. Unos trazos tan ingenuamente entrañables y tan fieles a lo que el cerebro puede traducir como realidad cuando ha de ponerla en algún plano: papel, lienzo, tierra, aire, pixeles; una aproximación cuando no un mamarracho. Después lo asaltó “Pietro Crespi lee mientras Amaranta teje”. Ya está ahí, diría un reflexivo, la malicia refinada de la echada del paraíso, por contra de la humilde queja del anterior. Pero una cosa era la que decía la curaduría, a la cual, si nos atenemos al orden de artistas, le faltaba al respeto, y otra la forma en que la impresión psicológica se le mostraba, más aún, ahora que hacía ponderación de los dos primeros capitulos de los autores en liza: Guy de Maupassant y Michel Houllebuecq. Pero sería espectacular si es que se diera, como se daba en su mente, la riña entre la tal Sofía Urrutia y María Castañeda. Definitivamente se halaban de los pelos. Aquella con esos trazos serenos, ordenados, sobrios, estudiados, corregidos quizás; pletóricos de tiempo, de medios. En cambio, ésta pobre mujer, esposa de un hombre medianamente ilustrado que a escondidas tomaba lienzos y aguarrás y óleos e imitaba los tics pictóricos de su marido, hasta que fue descubierta y llena de besos y alabanzas por esos desvaríos de emoción y asimetría que, no obstante, llegaron a lograr un retrato impactante de ese que la impulsó y promovió. Pero todos aquellos eran personalidades comunes. Con más o menos dinero; con más o menos influencias eran anyone people.

Houllebuecq se fajaba su oficio con un pegajoso thriller; el típico artista posmoderno: snob, frívolo, ilustrado pero no preciosista; sabía burlarse de sí mismo, ahora que la fama y el dinero eran sus aliados; mostraba la sociedad en su opulencia y en su desvarío ahora que el encanto de la erótica reprimida se había diluido; ya el tema de las zagas era deleznable y superfluo, la metafísica fantasmal de antaño era ahora un vaho con aromas a elección: dulce aroma eutanásico, astringente picardía corrupta, sexo rancio con perfume francés, cotidianidad plagada de tedio universal. El mapa y el territorio.

Todo lo contrario del pobre Maupassant y su abigarrada paleta con un trasfondo único. El ejemplo de “Bola de sebo” era aleccionador. Esa dulce madeimoiselle Elizabeth, zorra de profesión en tiempos de la guerra prusiana convertida en lienzo de la voluble nube del alma humana. En eso estaba pensando...en eso y en todos los contrastes que se iban dando: Eso sois vosotros pobre pueblo arrebañado. Esos trazos torpes, incoherentes, faltos de reflexión y cultivo son el retrato de vuestras mentes, parecían decir los curadores de la exposición. Todos habían muerto ya y no habían logrado gran figuración en las candilejas del gran mundo de la propaganda y el mutuo elogio. Claro que había que mostrar los contrastes: Sofía Urrutia, por ejemplo, dejaba ver en sus trazos delicados y firmes, de cuidada simetría y manejo del espacio y la armonía cromática, que tenía tiempo, serenidad de entorno, materiales y un espíritu fogueado en los salones y las ideas. Por contraste, ese otro artista que escasamente logró figuración como arquero de un equipo de fútbol y que seguramente fue lo que le permitió poner su nombre en consideración de los administradores de las reputaciones y los privilegios, ponía sobre unas piedras de aluvión y montañitas de niño, caligrafías a modo de aviso que denunciaban las infamias sobre las que se construyó la ciudad de Cali. “Si observan bien -decía la bonita y carnuda guía de un grupo de señoritas estudiantes de enseñanza media, que apenas en sus rasgos vulgares sabían mantener la solemnidad que ofrecía el momento y el sitio – podrán colegir (sic) que la disposición de las formas organiza y da sentido al espacio”, eran unos palos altísimos torneados todos de la misma forma con curvas que daban la impresión de pechos y panzas y que dispuestos con diferentes orientaciones parecían intentar recordar la era de los gigantes o los titanes y su caos. Cuando al salir al rellano del ascensor se topó de frente con aquel poeta; le había herido profundamente con su actitud imitativa del desdeñoso divo de multitudes y, sin embargo, esa frase que gracias a los espías satelitales fue conocida y que rezaba más o menos: ¡cuánto gusto, poeta, saludarlo humildemente, incluso sabiendo que merece un puñetazo de hombre por negarse a tomarse un café con un colega!, nunca (excepto sotto voce) fue dicha ni publicada hasta hoy, y en el azoro del momento, siendo que el otro pareció saltar sobre un resorte que escasamente le permitió dar la espalda, pareció decirle: bien pueda, siga usted funcionando con los ascensores. Siga mostrando que hoy no se estila aquella frase irlandesa de “matando a golpe de rimas a las ratas”, sino que, calladamente “se festejan a las ratas con rimas”; yo me quedo aquí, arriba, mirando el panorama por la ventana, a ver si un día decido matarme.

Pero en el fondo de su corazón parecía sentir cierta lástima y estimarle, puesto que, a su juicio, se parecían en compartir una cierta tragedia de poetas: Tenía que haber alma y nobleza, toda vez que había amado a aquella que sin ser una reina de las formas físicas bellas, había compartido con él las mieles del amor y las bellas artes y había muerto joven y en la belleza de su arte. O a lo mejor ¿quién sabe? Quizás fue él, al igual que la fea e innoble de su ex-esposa quién se negó a seguir apoyando un mundo que era de dos; él, le regaló su mundo y ella, escasamente le abrió sus piernas. Quizás allí, en ese bello edificio que ilustraba tan bien la mascarada, que se parecía tanto a la ciudad que, como artista, no como arquitecto, no como científico, supo imaginar Hipodamo, donde con barricadas simbólicas (una terraza-mirador accesible sólo mediante reserva previa, igual que con los reyes y jefes de estado), con modales delicados, dispuestos y abiertos a la contradicción que finalmente, según el rango y la educación del interlocutor podrá decir: Esa es su percepción y respeto su derecho o, lo siento pero eso no me concierne y es imposible. Quizás, algún día y poco a poco esa esperanza que aunque se vea defraudada va a enseñar que construir una sociedad igualitaria y desarrollada es una cuestión de lucha encarnizada; quizás las infanterías dichosas con su pan y circo vayan a ser capaces de montar sus armas semióticas y linguistícas para matar el virus que al hombre que levantó la sanción por el retardo en la entrega de los libros se lo inoculó otro, de un rango jerárquico menor a él, que siendo un hombre decente, con una familia, con un salario respetable, era un intrigante lleno de envidia que no compartían fraternalmente él y sus compañeros pero que secretamente alimentaban y eso los unía, además de las normas del buen vivir, porque los de arriba, los de el último piso se habían preparado precisamente para eso. Betty “la mierda” no era quien podría tener sentimientos lujuriosos hacia el Cargo los Gustos, administrador en jefe, era él quien mediante su séquito leal y finamente organizado le llevaría a su palacio y harén invisible y a la vista de todos.

Cuando el ascensor finalmente fue llamado mediante la pulsión del botón electrónico se dio cuenta de que toda aquella ufanía de adolescente nunca había sucedido, fue la vista del poeta y de la poesía la que produjo la explosión.



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