ENFERMEDAD Y
MORAL
(Una
Poética)
Hay un programa radial ecológico: “Verde Claro”. En este programa que
tiene una temática variadísima, desde la formas más naturales de alimentarse
saludable y naturalmente, hasta formas de obtener energía amigable con el medio
ambiente, pasando por el mundo de la
medicalización de la vida, esa forma de vida surgida de los excesos de la
contracultura, de la fertilidad –viciosa- de la mente, que entre más hallazgos
realiza en el campo de la física, de la química, de la economía, del mismo modo
crea otras sofisticaciones problemáticas –que van desde la sensibilidad al
gluten, a la lactosa, de la necesidad de “probióticos”
, a la dependencia de los productos tecnológicos: Los pañales desechables,
el protector solar, el teléfono celular y aun el brassier, pasando por la seda dental, el condón o la aspirina y los
purgantes- de modo que lo que antes era la aspiración a la sabiduría
proveniente de nuestra propia forma de armonizar con el entorno, la naturaleza
y nosotros mismos, se ha convertido en la lucha por tener acceso a saberes que
cuestan dinero y a sus productos que demandan status. El término ecológico es
tan simple como que se refiere a: eco-lógico;
y el término verde-claro se refiere a
una sofisticación que ya no es de la mente y sus excesos, sino de la estructura
profunda del espíritu y su producto más notable: la economía lingüística. Nótese que el color verde es la mezcla de
dos colores del espectro de luz: amarillo y azul; el amarillo del sol y el azul
del oxígeno en cantidades de abundancia saludable; pero, todavía más, verde es de-ver –aunque el ver sea una aberración
del Ser para el poeta- y, verde claro no
necesita explicaciones. La filosofía de la ciencia dice que la ciencia es
simplemente un conjunto de ficciones
exitosas que, mediadas por un método y una serie de conjeturas y refutaciones
–falsación- termina en una ley universal –que en el fondo y en ocasiones no lo
es del todo- y un núcleo de personas que se encarga de regentar su reino
–el más exitoso desde luego, después del fracaso de los profetas y el exilio de
los poetas en el país de la embriaguez mental: léase confianza en el Ser y su
destino-.
En el programa verde claro se ha hablado de una enfermedad que ha marcado la pauta
–el poeta diría que el sino- del siglo XX: El cáncer; y sus realizadores –que
no son otra cosa que domésticos investigadores, e inquietos interrogadores de
ese mundo intrincado que es la sociedad, su manías y sus alienaciones- anuncian
lo que en los países avanzados se está descubriendo en clave de sinceridad-léase
ayuda fraterna-: resulta que el cáncer lo tenemos todos en situación potencial
y sólo en algunos –que con la tecnología se convierten en muchos- deviene
situación dinámica –puesta en marcha- y, se ha descubierto que muchos cánceres
como el de mama y el de próstata, que son de los más comunes (y nótese que
ambos tienen que ver con una actividad vital del ser humano: la reproducción y
su acicate atávico, el placer), pero también se ha notado que la preocupación
excesiva de los pacientes por atender a “probables
síntomas” a llevado a que diagnósticos precoces sugieran u ordenen
intervenciones agresivas que finalmente son los que desencadenan un verdadero
desequilibrio de la salud, pues, en situaciones más o menos normales –atenta y
armoniosa relación de nuestro yo, nuestros miedos y nuestras incomprensiones,
con nuestros comportamientos- remitirían de un modo natural, sin intervención
de quimioterapia, radioterapia, cirugía, etc.. La moral no es una ficción
inútil –tampoco utilitaria, a menos que sirva para meter miedo a un grupo o
para hacerse propaganda personal- del hombre con relación a su psiquis o a su
espiritualidad; la moral es una serie de extrapolaciones experienciales que en
el tiempo la especie ha ido asimilando en su relación con el entorno y su
vivencia interior mediada ya no por el consenso, sino por la adaptación (es tal
la poca probabilidad de que la moral pueda ser vista como una premisa
silogística, por la poca capacidad de la especie de hacer acopio estadístico en
el tiempo, que se convierte simplemente en una reacción instintiva inserta en
la memoria cósmica; tanto que el filósofo interesante la llamó la casa del Ser; se le puede llamar
evolución, pero eso sólo es el resultado visible de comportamientos aprendidos
después que los usos han dejados de ser necesarios para convertirse en
accesorios); ahora bien, es probable que la moral sea simplemente un intento de
definición de una serie de comportamientos –de ahí las investigaciones éticas y
que la ética sea para el poeta la moral
saliendo de casa- y que de la in-moralidad
también puedan deducirse una serie de definiciones que impliquen otro tipo
de adaptaciones –caso nihilismo, caso drogadicción, caso neurosis, etcétera,
etcétera-, pero esas son conjeturas y
refutaciones que dan sus frutos en
la especie después de generaciones y generaciones de ensayo y error. La gripe,
o la influenza –este nombre es también muy significativo- es de aquellas
enfermedades que se podrían catalogar de males
necesarios –se dice que dejar madurar
una gripe es fortalecer el sistema inmune- y es tan interesante el hecho de
que el virus que produce esta enfermedad sea tan singular que varía con la
estación; es decir, con cada ciclo del conteo del tiempo que se ha inventado el
hombre de acuerdo a todos aquellos fenómenos macro-cosmológicos que ha podido
deducir y comprobar, que al poeta sólo se le ocurre pensar que es esa otra
sabiduría que gravita sobre la realidad, que con cada gripe y con cada fiebre
hacemos como la serpiente con su piel, sólo que nosotros dejamos la piel de lo
que no entendemos para pasar a entender sin entender, es decir, adaptándonos;
pero cuando las ficciones como el virus de la gripe aviar –h1n1- que finalmente
vienen siendo muy reales pero como producto de excesos ratio-irracionales –léase fenomenologías o epistemologías
incompletas, o simplemente anomalías-, penetran las sensibilidades espirituales
–como cuando el inversor o el corredor de bolsa tiembla con las oscilaciones de
la Bolsa de New York o Tokio, porque sabe que finalmente puede quedar en la
ruina pero no piensa en que por más en la ruina que quede siempre habrá quién
le de una mano y un plato de comida- así, es bueno ser un poco atento a la moral
y las buenas costumbres sin necesidad de ser gazmoño o tener el
misal ante la vista del Satán que es el otro y lo Otro.
Los chinos y la cultura oriental en general
saben y predican que los parásitos que llevamos en nuestro organismo nos
ayudan-como esa parte olvidada o irracional: memoria cósmica que se encarga de
hacer camino, ir tirando- a mantener
nuestro equilibrio de PH, alcalino o ácido según nuestra adaptación ambiental y
de ahí muchas otras operaciones que no alcanzamos a registrar. Mi amiga vino
hoy a visitarme; vivo en un ambiente húmedo y de construcción antigua –diría
que su PH se ha adaptado a los procesos
naturales de degradación natural y el mantenimiento que le prodigo a mi
hábitat: aseo, pintura, decoración, disfrute del paisaje, invocación por
cambios saludables y su lucha-; la he invitado a almorzar; la pungencia de mis
potages le ha obligado a estornudar –he de aclarar que luego de que ha
disfrutado de la novedad de mi cocina- siete veces, las he contado, su sistema
inmune se ha puesto en acción –vive en un ambiente más seco-, pero luego he
reflexionado. Según mi código cultural el siete es símbolo de perfección, pero
también es el número, que comparto con ella, de los pecados capitales, sólo que
mis pecados capitales –según un examen de conciencia que no ha temido
contrariar la lista tradicional- son: Salud, dinero, amor, sexo, rock-and-roll,
poesía y transparencia: tengo salud; el dinero no me enferma; trabajo por el amor, pero si me llega sexo no lo
desprecio; me hipnotizo con el rock-and-roll, lo que no puedo llevar a ciencia
lo hago poesía, y ya que no puedo ser totalmente privado, por obra y gracia de
la tecnología, no me preocupo por aparentar.
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