EL ASUNTO DE
LA MANZANA
Cuando
Dios anunció a Eva y Adán que no debían
comer de la manzana estaba
haciendo trampa, pues recién se daba cuenta de que había creado el árbol de la
ciencia del bien y del mal y no quería que nadie se subiese al árbol a robarle
su rica cosecha. La pobre serpiente simplemente
había escogido vivienda pero ni siquiera le gustaban las manzanas; el
veneno se lo puso Adán cuando la puso de cuidandera pues no le gustaba hacer
negocios sólo con voces sospechosas. El enredo con el cuento de la costilla fue
que cuando este se durmió, Dios todavía abrigaba esperanza de que no se le iba
a ocurrir encaramarse, entonces le puso quien lo entretuviera. Desde ese
momento la lucha entre Adán y Dios la canta el ‘pájaro que da cuerda al mundo’:
La mujer y la guerra.
***
LA FELICIDAD
DE LAS PALABRAS
Las palabras vivían felices en su sentimiento
ufano de conocerlo todo –incluso a Dios-, hasta que les dio por conocerse a sí
mismas; fue entonces cuando enloquecieron y como terapia se inventaron las
bellas letras. Pero cual no sería su desengaño cuando se dieron cuenta de que
eran usadas por el hombre. Desde entonces las palabras se encargan de engañar a
los hombres que las pretenden con
paradojas. Pero en ocasiones se enamoran y entonces inician romances con los
poetas y entablan fructíferas amistades con los novelistas. A los filósofos y
brujos los vuelve huraños, solitarios y silenciosos. Pero a quienes desposa los
desquicia. Ahora tiene tamaño problema con los computadores.
***
IDA Y VUELTA
Era perfecto por haber nacido entre sabios
monjes místicos; tanto que supo de antemano que no sería su líder y guía pues
siempre encontraba mejores metas que el Nirvana. De modo que un día fue hasta
donde el anciano preceptor y le dijo:
« Maestro, cuando fui agua fluí feliz por
cañadas y ríos hasta que empecé a sentir recelo por la unidad y dureza de la
piedra; de como se interponía en mi camino y me hacía cambiar de curso;
entonces me hice remanso pero empecé a extrañar la variedad del paisaje y quise
ser aire para viajar a donde quisiese. Me indigné con el cieno que se iba
acumulando en mi fondo y recordando cómo las oquedades me sacaban de sí
formando remolinos me propuse penetrar la tierra y sus secretos. Así me hice
gota de estalactita para vengarme de la piedra, pero andando el tiempo me herí
de orgullo con las estalagmitas. Definitivamente me hice piedra pero la
impeturbabilidad del tiempo y la quietud me llenaron de tedio, además que moría
de vergüenza y desazón por no haberme percatado de que el agua va sacando
pequeñas partículas de la piedra y las lleva en su lomo sirviéndoles y no
poderme dar cuenta de cómo iba creciendo. De modo que definitivamente me
convencí de que siendo aire se acabarían todas mis penurias y angustias: iría
donde quisiese, nada ni nadie me podría retener por mucho tiempo, no
necesitaría crecer, por lo que enfilé todos mis esfuerzos en aprender a ser
aire y lo logré; más, ¡oh desdicha no ser visto!, qué tristeza embarrarme de
aromas nauseabundos, empalagarme de perfumes, ser humillado por el humo;
entonces descubrí que el fuego tenía todas las propiedades deseadas: mientras vivía
en el mundo visible como llama alcanzaba a abarcar grandes espacios y al
hacerme invisible como calor me fundiría con el aire que me llevaría y traería
por todos los elementos; entonces hice grandes estudios, sacrificios,
trasmutaciones y llegué a ser fuego, pero ah, qué vértigo en la llama y que
soledad en el calor y que envidia de la tierra solidaria en sus granos que
albergan la semilla y los despojos que crecen, se transforman y se multiplican,
entonces he sido tierra y ahora soy hombre; ¿qué me falta?» entonces el maestro
esbozó una sonrisa amarga y dijo:«Ahora ve y cultiva todas las imperfecciones y
yerros de los hombres, a ver si encuentras, por fin, la chispa que te funda con
el Supremo»
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