viernes, 21 de junio de 2013

Mini-emociones


EL ASUNTO DE LA MANZANA
 Cuando Dios anunció a Eva y Adán que no debían  comer  de la manzana estaba haciendo trampa, pues recién se daba cuenta de que había creado el árbol de la ciencia del bien y del mal y no quería que nadie se subiese al árbol a robarle su rica cosecha. La pobre serpiente simplemente  había escogido vivienda pero ni siquiera le gustaban las manzanas; el veneno se lo puso Adán cuando la puso de cuidandera pues no le gustaba hacer negocios sólo con voces sospechosas. El enredo con el cuento de la costilla fue que cuando este se durmió, Dios todavía abrigaba esperanza de que no se le iba a ocurrir encaramarse, entonces le puso quien lo entretuviera. Desde ese momento la lucha entre Adán y Dios la canta el ‘pájaro que da cuerda al mundo’: La mujer y la guerra.
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LA FELICIDAD DE LAS PALABRAS
Las palabras vivían felices en su sentimiento ufano de conocerlo todo –incluso a Dios-, hasta que les dio por conocerse a sí mismas; fue entonces cuando enloquecieron y como terapia se inventaron las bellas letras. Pero cual no sería su desengaño cuando se dieron cuenta de que eran usadas por el hombre. Desde entonces las palabras se encargan de engañar a los hombres  que las pretenden con paradojas. Pero en ocasiones se enamoran y entonces inician romances con los poetas y entablan fructíferas amistades con los novelistas. A los filósofos y brujos los vuelve huraños, solitarios y silenciosos. Pero a quienes desposa los desquicia. Ahora tiene tamaño problema con los computadores.
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IDA Y VUELTA
Era perfecto por haber nacido entre sabios monjes místicos; tanto que supo de antemano que no sería su líder y guía pues siempre encontraba mejores metas que el Nirvana. De modo que un día fue hasta donde el anciano preceptor y le dijo:
« Maestro, cuando fui agua fluí feliz por cañadas y ríos hasta que empecé a sentir recelo por la unidad y dureza de la piedra; de como se interponía en mi camino y me hacía cambiar de curso; entonces me hice remanso pero empecé a extrañar la variedad del paisaje y quise ser aire para viajar a donde quisiese. Me indigné con el cieno que se iba acumulando en mi fondo y recordando cómo las oquedades me sacaban de sí formando remolinos me propuse penetrar la tierra y sus secretos. Así me hice gota de estalactita para vengarme de la piedra, pero andando el tiempo me herí de orgullo con las estalagmitas. Definitivamente me hice piedra pero la impeturbabilidad del tiempo y la quietud me llenaron de tedio, además que moría de vergüenza y desazón por no haberme percatado de que el agua va sacando pequeñas partículas de la piedra y las lleva en su lomo sirviéndoles y no poderme dar cuenta de cómo iba creciendo. De modo que definitivamente me convencí de que siendo aire se acabarían todas mis penurias y angustias: iría donde quisiese, nada ni nadie me podría retener por mucho tiempo, no necesitaría crecer, por lo que enfilé todos mis esfuerzos en aprender a ser aire y lo logré; más, ¡oh desdicha no ser visto!, qué tristeza embarrarme de aromas nauseabundos, empalagarme de perfumes, ser humillado por el humo; entonces descubrí que el fuego tenía todas las propiedades deseadas: mientras vivía en el mundo visible como llama alcanzaba a abarcar grandes espacios y al hacerme invisible como calor me fundiría con el aire que me llevaría y traería por todos los elementos; entonces hice grandes estudios, sacrificios, trasmutaciones y llegué a ser fuego, pero ah, qué vértigo en la llama y que soledad en el calor y que envidia de la tierra solidaria en sus granos que albergan la semilla y los despojos que crecen, se transforman y se multiplican, entonces he sido tierra y ahora soy hombre; ¿qué me falta?» entonces el maestro esbozó una sonrisa amarga y dijo:«Ahora ve y cultiva todas las imperfecciones y yerros de los hombres, a ver si encuentras, por fin, la chispa que te funda con el Supremo»
  


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