Cuenta una de las
tantas leyendas que un día, Sidharta Gautama, Buda, buscando la
iluminación, se sentó a la sombra del
árbol de la vida y se quedó dormido. En el sueño tuvo una visión: soñó que se
comía el mundo y no pudo volver a despertar. Desde entonces, la leyenda
proclama que nosotros somos su proceso digestivo. Pero tal leyenda y su
contenido está supeditada al proceso de elevación que tienen las almas. De modo
que uno sabe que está dentro del proceso
digestivo de Buda cuando, a fuerza de piedad, adquiere un estado de conciencia.
Sin embargo, Buda, al no escoger comerse al mundo, lo que significa no tener la
voluntad de poder para semejante proeza, sufre de indigestión; de modo que
emerge como reflujo exofágico y agrieras que, en la conciencia –dormida- es el
pobre jugo de la razón que, al contacto con el aire, que no es más que el sí mismo salido de sí, cambia su rumbo y
se va a intercambiarse, a contrastarse, con los pulmones, que, salidos ellos
mismos de sí, se vuelven plumones,
para saber lo que es volar, se tornan en caos de la naturaleza del fuego: Un
día nieve que vuela cayendo sobre la levedad del ser; otro, lluvia que llora el
tiempo en que era fuego sólido; uno más, eructo de las entrañas en forma de
llama, que no es fuego verdadero; otrora a modo de fuego fluido que es el
viento solo, sin conversar sus alter ego.
Pero sus discipulos
nunca supieron interpretar su doctrina: Creyeron que el dormir, la ataraxia,
era la iluminación suprema. Por eso pretenden anular las pasiones, el
pensamiento y el juego de contrarios.
Imagino, yo que no
soy uno de sus adeptos, que antes de cada evacuación, nace un poeta, y que,
bueno, la evacuación no vale la pena, es una resolución más de lo que llaman
Historia, el papel higiénico de cada deposición tiene marca: Ciencia. Sólo que
a nadie se le ocurre decir que los científicos son los ángeles caídos, sus
diablos, los seres rebeldes que pretenden negarlo. Pero lo niegan y lo
confiesan. Así se hacen dueños del sueño de Buda y del mundo, ese nudo, mi-un-nudo.
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