jueves, 22 de junio de 2017

BRUJOS




Eran una pareja de brujos. Saber si eran brujo y bruja o brujo y brujo o vicegénera podría causar curiosidad pero para el caso, importaba tanto como saber si la discusión o el delirio o la investigación que ahora adelantaban era producto de una exquisita e inaudita bola de cristal, si se encontraban en el éxtasis de alguna eco-localización de báquica orgía psilopcibínica o, simplemente, se miraban en un espejo que nadie veía.

El caso es que el frenesí de la escena a la que asistían, aunque era el de una multitud, no era una multitud de seres humanos acaso tratando de participar del demencial gorgotear de las maravillas técnicas que como nudos de alevinos hambrientos se lanzan sobre una larva de mariposa aún no vagarosa, pero sí, que la app para mirar las constelaciones con mapa incluido, que el programa espía de parejas celosas, que las formas de hacer conejo a las reglas financieras, morales o políticas, y sus perras implicaciones.
        - ¿Te parece que le está dando un beso?
        - Humm ¡en qué aprietos me pones!
Había un febril revoloteo de abejas en torno a una exposición de vasos de poliestireno en una galería inadvertida; cafetería de barrio. La caldera herviente de un café
  • Y si te dijese que mi percepción me indica que están haciendo un ritual de amor y muerte sin saber lo que una y otra cosa significan?
En tanto unas y otras iban y venían (tal que los filósofos antiguos alrededor del concepto tratando de entender los significados de lo trascendental) como aves de rapiña que todavía no aciertan a concluir si la mortecina les va a atacar o se va a defender, en el borde del cráter aquel y sus vahos se colgaba alguna a la que, peligrosamente, otra daba un rodeo para por detrás acercarse y tantear con patas y órgano chupador, el sitio del aguijón.
       - Entonces no pueden, ni de amor ni de muerte, hacer ritual alguno, si no saben
       - Pero algo comunican
La mano aquella sentía el cosquilleo de aquel ser ágil y curioso que se intercalaba con el posarse de sus compañeras en el marco de las gafas exhibiendo la entrada y salida del piquete, acaso quería, con el calor de una fe para la que K no existía pero seguía siendo ca-fé o, sencillamente, asumir la pose de como-si (tengo estilo, sí pero no estoy nervioso, estoy armonizando con él), abría y cerraba los dedos por los que se colaba la curiosidad, tratando de presentir un escarceo doloroso en una dimensión más acorde con su capacidad aunque no también con su posibilidad; él también era un insecto.

  • Podría ser un marco de lenguaje?
  • De qué ideas?
  • De pensar y sentir; de ver y entender; de entrar y salir; de adentro y afuera.
  • Pero, por eso te digo, si lo que hay en el fin del abdomen -y no vayas a decir boda-de-men- de la abeja es el aguijón...
El dedo índice se acercó al marco de pulidos lentes portando el cadáver de aquella pequeña criatura que en un momento dado se había lanzado en un impulso suicida sobre aquel lago obscuro. Era una incursión de abejas de una entre tantas colmenas. Había una revolución. Estas adelantadas investigaban y exigían explicaciones acerca de lo que se rumoreaba era la felicidad. Los rumores extendidos indicaban que un sector privilegiado de la colmena había descubierto el secreto: Una ciencia que los hombres que mataban y explotaban por la simple avidez de contrastar el piquete del sexo entre sus adentro y afuera sin el lastre de la llamada moral y la crítica y que llamaban api-terapia era el secreto de la felicidad para las abejas. El Estado necesitaba un chivo expiatorio.
Casualmente, en ese mismo momento, pasaba por allí una manifestación de maestros.




No hay comentarios:

Publicar un comentario