Eran
una pareja de brujos. Saber si eran brujo y bruja o brujo y brujo o
vicegénera podría causar curiosidad pero para el caso, importaba
tanto como saber si la discusión o el delirio o la investigación
que ahora adelantaban era producto de una exquisita e inaudita bola
de cristal, si se encontraban en el éxtasis de alguna eco-localización de báquica orgía psilopcibínica o, simplemente, se
miraban en un espejo que nadie veía.
El
caso es que el frenesí de la escena a la que asistían, aunque era
el de una multitud, no era una multitud de seres humanos acaso
tratando de participar del demencial gorgotear de las maravillas
técnicas que como nudos de alevinos hambrientos se lanzan sobre una
larva de mariposa aún no vagarosa, pero sí, que la app para mirar
las constelaciones con mapa incluido, que el programa espía de
parejas celosas, que las formas de hacer conejo a las reglas
financieras, morales o políticas, y sus perras implicaciones.
- ¿Te
parece que le está dando un beso?
- Humm
¡en qué aprietos me pones!
Había
un febril revoloteo de abejas en torno a una exposición de vasos de
poliestireno en una galería inadvertida; cafetería de barrio. La
caldera herviente de un café
- Y si te dijese que mi percepción me indica que están haciendo un ritual de amor y muerte sin saber lo que una y otra cosa significan?
En
tanto unas y otras iban y venían (tal que los filósofos antiguos
alrededor del concepto tratando de entender los significados de lo
trascendental) como aves de rapiña que todavía no aciertan a
concluir si la mortecina les va a atacar o se va a defender, en el
borde del cráter aquel y sus vahos se colgaba alguna a la que,
peligrosamente, otra daba un rodeo para por detrás acercarse y
tantear con patas y órgano chupador, el sitio del aguijón.
- Entonces no pueden, ni de amor ni de
muerte, hacer ritual alguno, si no saben
- Pero algo comunican
La
mano aquella sentía
el cosquilleo de aquel ser ágil y curioso que se intercalaba con el
posarse de sus compañeras en el marco de las gafas exhibiendo la
entrada y salida del piquete, acaso
quería, con el calor de una fe para la que K no existía pero seguía
siendo ca-fé o, sencillamente, asumir la pose de como-si
(tengo
estilo, sí pero no estoy nervioso, estoy armonizando con él), abría
y cerraba los dedos por los que se colaba la curiosidad, tratando de
presentir un escarceo doloroso en una dimensión más acorde con su
capacidad aunque no también con su posibilidad; él también era un
insecto.
- Podría ser un marco de lenguaje?
- De qué ideas?
- De pensar y sentir; de ver y entender; de entrar y salir; de adentro y afuera.
- Pero, por eso te digo, si lo que hay en el fin del abdomen -y no vayas a decir boda-de-men- de la abeja es el aguijón...
El
dedo índice se acercó al marco de pulidos lentes portando el
cadáver de aquella pequeña criatura que en un momento dado se había
lanzado en un impulso suicida sobre aquel lago obscuro. Era una
incursión de abejas de una entre tantas colmenas. Había una
revolución. Estas adelantadas investigaban y exigían explicaciones
acerca de lo que se rumoreaba era la felicidad. Los rumores
extendidos indicaban que un sector privilegiado de la colmena había
descubierto el secreto: Una ciencia que los hombres que mataban y
explotaban por la simple avidez de contrastar el piquete del sexo
entre sus adentro y afuera sin el lastre de la llamada moral y la
crítica y que llamaban api-terapia
era
el secreto de la felicidad para las abejas. El Estado necesitaba un
chivo expiatorio.
Casualmente, en ese mismo momento,
pasaba por allí una manifestación de maestros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario