viernes, 12 de junio de 2015

LA IRONÍA DE LA SOCIEDAD DE CONSUMO MÁGICO-RELIGIOSA

LA IRONÍA DE LA SOCIEDAD DE CONSUMO MÁGICO-RELIGIOSA

Es inevitable, la sociedad de consumo es otra veta de las formas de conocimiento. Pero la sociología, al igual que la filosofía se dejó avasallar de la tecnología –íbamos a decir se dejó montar, lo que es cierto y no sólo más exacto, al igual que ingenuo, sino que las distinciones del lenguaje no pueden perder su categoría de uso, precisamente porque lo ordinario se niega a las categorías de cambio, no a los valores-. Es así que la teoría de la sociedad de consumo se ha extendido hasta la ideología mágica y/o religiosa sin siquiera ser adecuadamente estudiada, pero es precisamente por la nobleza de su objeto y de su método –tanto la filosofía pura como la sociología como ciencia sólo se preocupan de adentrarse en lo profundo de la verdad- que se dejan montar (alguien vendrá a echarles el agua caliente al par de perras desvergonzadas y no por inmorales sino por estúpidas). Como las masas son tan extensas y variadas entonces la pseudociencia de los simulacros las seduce por segmentos. Asumida la sociedad de la gran superficie, donde ya el ego no echa mano del prestigio del dinero sino del de la marca y se autoengaña de la exclusividad que ya no le interesa ostentar sus escaños, la distinción, la calidad se ha ultra-estratificado de tal modo que no es lo duradero o efímero el sello, sino lo críptico de su resolución lo que los hace.
Es muy común ver hoy los escudos de las batallas posmodernas, los slogans, en los pechos, de las multitudes, de los futbolistas, de los artistas en su rol de ciudadanos. Unidos en Cristo, o algo parecido formando una cruz simbólica de amalgama lingüística y mensajes tan variados como efímeros de la batalla semiótica a la que la soledad metafísica somete a los individuos (entre más comunión multitudinaria, más desespero de comprensión) que se convierte en un simple señuelo sin hambre (si algo cae, bien, si no, hay otras formas de alimento psicosocial); pero entre más masivos los mensajes, o los escudos semiológicos, signos de pertenencia que buscan anular el ninguneo del sistema, más obedecen a la ciega obediencia de adiestramiento de un clan, de una tribu, de una secta y que obtienen su retribución en la sensación gratificante de rebaño que atraviesa los meandros peligrosos de un presente infestado de caimanes desconocidos y ávidos, máquinas cognitivas que devoran el instinto de conservación de la identidad.
Hay una ironía muy profunda en el combate semiológico mágico-religioso que se configura en varios niveles:
1º) Los grupos más abiertos –transparentes- denotan una ignorancia más profunda de las resoluciones cognitivas de la sociedad consumista actual.
2°) Los grupos más cerrados –crípticos y misteriosos- hacen una cosmogonía para iniciados basada en indicios superfluos (no tienen metodología científica pero la aparentan) y consumen indiscriminadamente símbolos auténticos y espurios (por auténticos entendemos los propios de su secta o tribu y por espurios los generalizados)
3°) Los que no se pueden catalogar dentro de una categoría por indiferentes, por abiertamente agnósticos, por sencillamente indolentes, tienden a entrar más fácilmente dentro de una sub-especie de gentes que tienen una especial sensibilidad en asuntos deontológicos (la deontología es aquella rama del saber ético que se ocupa del deber y como premisa destacada postula que deontológicamente el individuo debe estimarse como fin en sí mismo, no por lo que tiene o es, sino en el simple hecho de ser una creatura racional-humana).
Pero el consumo mágico religioso se ha adaptado a la lógica evolutiva del consumo: Pertenecer a un cierto tipo de comunidad que se dice poseedora de la verdad o un tipo muy especial de verdad con la cual sostienen sus edificios egológicos; se adaptan a las modernas técnicas de mercado, tienen sus propias estrategias de merchandising y fidelización. Sin embargo, el prestigio y posicionamiento de marca va en vía inversamente proporcional del prestigio y llamamiento de atractivo. Para poner un ejemplo concreto, las modernas agremiaciones Gnósticas, cuyo slogan es el autoconocimiento y una serie sofisticada de fórmulas de vida e intercambio que sólo funcionan completamente dentro de su sistema, se adaptan a las nuevas formulaciones científicas de manera errónea o distorsionada, Vr. Gr. Tienen rituales de internalización de lo políticamente correcto mediante una apelación a la hipocresía, a dejar entrever en todo momento, en tanto no se esté exclusivamente dentro del ámbito exclusivamente cerrado o privado de su esfera, que las acciones y descripciones están ceñidas a las normas morales y/o éticas, cuando la postulación de lo políticamente correcto se refiere más al hecho de que las acciones o descripciones tiene que ver en la excelencia del tiempo, el modo y la circunstancia, de modo que no perturbe el orden, el ambiente y el cometido. Esto muy en congruencia con la doctrina cristiana que no pone mucho énfasis en lo políticamente correcto o incorrecto, sino, más bien en lo armonioso del convivir entre las comunidades mediante el mandamiento del amor, cualquiera que sea su concepción que, de todas formas tiene en cuenta lo desordenado en cambio, lo gnóstico, en la profusión de definiciones y fórmulas, al igual que lo judío, se pierde en la letra y olvida el espíritu, con la salvedad de que lo judío, con todo, ha producido las inteligencias más progresistas e inventivas de la historia: La píldora anticonceptiva fue inventada por un judío, la bomba atómica se creó gracias al concurso determinante de judíos y, así.
El diablo de la sospecha podría venir a hacer de abogado de los ángeles inocentes por tener el diapasón de su espíritu demasiado corto y la escala de su saber incompleta. Los líderes de las sectas, de las iglesias, de los movimientos, tienen en la política (del ego, del presupuesto, del prestigio, del poder) su caballito de batalla, pero nada más deleznable y digno de ignorarse, el presupuesto roussoniano el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe, brilla por su soledad, cada uno está dotado para perseguir la sabiduría, ese don precioso que aun al hombre más fallido de la historia, Salomón, le fue dado. La armonía como la felicidad es un estado que se está actualizando pero bajo el soporte de principios firmes y razonados, responder a una doctrina sin antes haberla sopesado dentro de mi intelecto, ceder a la maravilla de un dispositivo tecnológico, un smart phone, sin siquiera sentir el escozor de saber cuáles son sus principios básicos es como sentirse importante de sentir que mediante mis adecuaciones psíquicas soy capaz de manifestarme a otros en la forma de una mosca o en un envío dirigido que le hace rascarse la nariz o muchas otras cosas que la teoría de los qualia ha dejado atrás y cuyas investigaciones llegaran a nosotros no como dones de iniciados, sino como implantaciones de creencias que están por comprobarse su sentido, utilidad y eficacia, como cuando nos digan que la teletransportación ya es un hecho, antes habrán de suceder muchos trucos a manera de experimentos, hasta que una porción grande del espíritu compre la idea, mientras, la gente se desvivirá no por conocerse a sí misma y conocer a si hermano, sino que pagará para que le enseñen el atajo más largo.
Y lo más simpático es que todas las distribuciones actuales y desuetas de la sociedad de consumo mágico-religiosa, están dirigidas desde y hacia la pulsión más primitiva del ser humano. ¡Qué risa! Cada cura o heresiarca cree sinceramente en su doctrina, pero sus milagros dicen de su fe por los hechos de sus apóstoles.

PS. La verdadera ironía es que el objeto de culto que se pierde en la obsolescencia metafisíca del mercado mágico-religioso tiene más asidero de posibilidad de permanencia en el cambiante imaginario de la sociedad de consumo efímero y banal.

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