domingo, 14 de junio de 2015

LA ÚLTIMA CARTA

LA ÚLTIMA CARTA
Sabes, te escribo estas líneas en medio del temblor –tú sabes bien a qué me refiero y sabes bien que aunque hemos pasado muchos temblores juntos, incluso terremotos, no es ese tipo de temblor; tampoco es el temblor de la emoción de cuando el amor y la pasión, aunque también, ponen nuestros corazones y todos nuestro músculos y nervios en el tope máximo de la llama que sube y baja como una ola aun sin playa-. Sé que tu también estás escuchando la música mientras te escribo y la escuchas del mismo modo que yo, sin sorprenderte, sin abrazar la curiosidad de asomarte al papel. Cuánta gente hay en este inmenso recinto; qué hermosos se ven todos ataviados con sus mejores galas y ese gesto solemne y respetuoso. Es agradable esta sensación ¿no es cierto? La música va y viene como si hubiese una falla en los altoparlantes y sin embargo su ritmo y su melodía la entendemos y la disfrutamos con plenitud. ¿Que te parece una pendejada que te escriba ahora, yo que nunca te he escrito? Pues a mí no me lo parece. Veo que no me miras a los ojos, no creas que me hace falta. Si estás lejano, distante, con tu gesto hierático y soberbio, tú que dices cómo se equivocan todos con su espectáculo de la dignidad, yo no me arredro y me siento tu reina en mi bata humilde y mis pies vestidos de despojos de sandalias. ¡qué si estoy viendo! A esos niños juguetones y llenos de inquietud y travesuras disimuladas para no importunar, claro que los veo y son hermosos, y mira los padres se les ve como la gacela de la inquietud se revuelca en sus pechos pidiendo que se la deje ir a pastar a su pradera silvestre y serena; está bien, tienes razón, esa no es una pradera serena, es una pradera apacible pero surge del aire un sofoco que tiende a ser bochorno mientras los pájaros en sus bandadas surcan el cielo de la labor de mañana; el nido sin terminar, la escasez de semillas para repartir en los surcos aunque miríadas de insectos sin que alcance el hambre para mantener el equilibrio del vecindario. Bueno, y a ti que te importa, ¿es que acaso quieres ayudarle a airear el ambiente a la mujer de tetas grandes que está a nuestro lado? Ah, socarrón; no, no me burlo, si quieres te doy permiso; está bien, está bien, déjame disfrutar a mí y tu laméntate si quieres. Bueno, nos toca ir a recibir la torta; ¡que es pan! Bueno, no importa; que no todavía? Cuál mano, ¿para qué manos? Está bien, no jodas tanto; mucho gusto señorita. Oye y si son capaces de joder tanto viniendo a dar manos por qué no vienen a invitarnos al convite. Hombre no seas porfiado, mira que sí estás temblando; si, yo sé que no es de rabia, pero no te empeñes en darme tu la mano antes de ponerte tú en camino.
Qué bueno es poder ir por nuestra ración mientras las sombras difusas pasan por nuestro lado, presurosas e indiferentes, y volver a nuestro sitio atiborrados de ese pan de la alegría de esperar, falta muy poco, llegar a la meta de los cien años. Y que sepas que también te amo.

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