viernes, 12 de junio de 2015

AYER DE PESCA



Ayer me fuí de pesca; quiero decir, Tomás González me llevó de pesca con Temporal y todo, lo que de emoción deliciosa de la realidad, no de la monda y lironda que te atraca, te injuria, te secuestra, te ilusiona vilmente, se burla de tu bondad -aunque la respete en su hipocresìa clàsica-, sino de la que te acaricia, te relaja, te perdona, te excita -con y sin pecado-, te hace crecer, te permite esconderte sin huir y todo lo que quieras agregar.

Ayer me fuì de pesca y, aunque no habìa podido ligar antes con Tomás, más que con lejanos saludos de afinidades no electivas sino compulsivas y seductoras como la noche, el alcohol, la mùsica, los paisajes, los sitios de goce pagano y por supuesto las letras, esta vez con unos cebos fluidos, hallazgos deliciosos de lenguaje, de insinuasiones y de sorpresa -el final de la jornada no lo barruntaba- y alguna que otra perla malformada para echar a los cerdos -que se la comieron sin chistar ni malagradecer-, pesqué meros y jureles y mojarrras y me liè a puñetazos con dos malditos sàbalos que finalmente se me rindieron con sus màs de cien kilos, no obstante que otros me dejaron derrotado cortàndome el sedal y se fueron, muertos de la risa a enterrar a sus muertos (los trescientos y algo màs kilos de pesca que con el viejo pescador farfullero y enfermo tocò echar por la borda...)

No sigo contando porque el video completo se lo pueden disfrutar con el libro que aùn huele a la bendiciòn del pan recièn horneado pero si puedo contar que me fui de pesca con la triste y deliciosa ilusiòn que tengo de algùn dìa realizar en cuerpo y alma por cualquier mar de cualquier mundo. Y llevè pasajera. Tan amada, tan posible e imposible -màs que ya probable- y, mientras los turistas de una playa que bien podrìa llamarse Playa Amar se emborrrachaban y cometìan los errores de todos los primerizos de cualquier cosa y los àngeles y los demonios alegaban y se reìan y anunciaban cochinadas y se jactaban de que probablemente ellos eran la ùnica y verdadera realidad -cosa que yo a cada rato les pruebo que no es cierta, pues aunque mi ego quede maltrecho siempre les hago entrar en razòn- discutí, amablemente -aunque muerto de la rabia- con ella. Ella trata de insinuarme -las insinuaciones son vàlidas y me agradan como una regla que se establece entre personas de experiencia y sensibilidad: en nuestra relaciòn no habrà mentiras, ni engaños; en cambio, serà vàlido sin alterar un àpice la relaciòn y la confianza, decir que se prefiere no pronunciarse acerca de algo o alguien, pues, aunque queda el beneficio de la duda, ésta siempre va a presumir de la buena fe de que en ocasiones hay inconveniencias, imposibilidades no maliciosas o estrategias no malvadas- que lo que deseo es vender mi imagen a costa de su circunstancia diferente respecto de la mìa, no porque yo sepa màs o ella sepa menos o porque ella sea màs o sea menos, sino porque seguramente despuès de que yo afiance mi circunstancia serà ella quien salga mal librada. Entonces le respondo que se equivoca de cabo a rabo, que una cosa es que yo tenga un tipo de gustos y de costumbres que no son congruentes con los de ella; ¿cuáles, los libros, las palabras finas, la comidas delicadas, los espectàculos de alta cultura? Esa es solo la fachada, la sensibilidad es la misma, ¿acaso no soy yo tambièn un pobre hombre que tuvo que aceptar el fracaso y la marginaciòn por obra de la misma clase a la que ninguno de los dos pertenecemos? ¿acaso no sè yo que tras bambalinas del gran espectàculo del mundo no hay màs que vanidad, envidia, intriga, desengaño, deslealtad, negocios torcidos? ¿acaso no puedo ser un hombre que ya està entrando en la etàpa final de su vida que no quiere perder la esperanza de encontrar una compañía con la cual compartir, sobrevivir, tener luchas y morir en paz con todo lo que la otra paz, la del afàn de cada dìa implica?

En el camino de regreso de nuestra jornada de pesca, con el maldito temporal gravitando sobre nuestras cabezas, con truenos y centellas y olas indecibles que sòlo la barca de nuestra caparazòn de personalidades puede solviantar, me encontrè con Berta Lucìa Estrada, estaba cabalgando en una nube maravillosa, de bellos ocasos y hermosuras entre palabras ruinosas; le hablè, a propòsito de las cirugìas estèticas y su inquietud de por què la gente se desvive por esa clase de vida, del prestigio; la gente ve una liposucciòn, un aumento de tetas o un arreglo de nariz como una inversiòn de prestigio sin parar mientes en la ironìa de que el prestigio es pre-Estigia, el rìo a donde todos vamos a parar. Le dije que el prestigio del futuro bien podrìa ser un prestigio metafìsico: Ver en los ojos que lo que hay en esa cava razonante no es simulacro -diferente de simulaciòn, todos simulamos, pero simulamos frente a la realidad, otros articulan simulacros para crear[les] realidades-. Cuando nos despedimos me encontrè de nuevo con mi invitada; estaba sana y salva aunque un poco pàlida, quizàs no hubiese podido conciliar el sueño por la fatiga, o quizàs habìa ido a festejar despuès la inauguraciòn de la copa amèrica pero lo uno o lo otro no me importò ni me importa, sè que disfrutè y disfruto enormemente de sus ser y de su vista y de su compañìa; cada momento tiene sus màs y sus menos; cada momento nos traga la vida en su fosa de muerte, ¿por qué no vamos nosotros a tragarnos todo el deseo que se nos atraviese en el camino del instante?

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