miércoles, 2 de octubre de 2013

EL BEBÈ DE SHAKESPEARE




EL BEBÉ DE SHAKESPEARE

El evento que impactó la vida de Perriovska Natasha Sánchez en la madrugada del primer día del final de la primera década del siglo XXI sólo fue advertido por la interesada unos meses más tarde y, aunque era un recuerdo grato lo que sucedió aquella noche vieja pues, cómo olvidar aquella noche solitaria y fría en la que después de una cena opipara, (un delicioso pavo lacado bañado con salsa de trufas, una copa de champagne con D.O. y mucha, mucha cerveza; detalle este que parecería ser vulgar pero que tenía su razón de ser en el hecho de que el efecto diurético de este producto era tenido como un asunto tremendamente erótico en este lar misterioso. Ella hubiese preferido que en lugar del pavo se hubiese preparado un pequeño faisán o, acaso urogallo, pero dadas las condiciones de mercado de esta pobre comarca sudamericana habría que conformarse con lo que se tenía a mano; en cambio se vio compensada, pues también el asunto del origen tenía que ver con el hecho de escoger ave y no puerco, o pescado, por ejemplo, imaginándose el papel que desempeñaría en el paraíso el familiar no comestible, o al menos más apreciado como comodín y que debía significar para los primeros timados, el aviso de que exhibirse demasiado era peligroso o, al menos de que el tornasol fastuoso del pensamiento y el caminar con ritmo y señorío tenía su precio y no merecía nunca el canje dudoso de la manzana, o cualesquiera que fuese el fruto-espejo con el que el rastrero ángel hacía su guerra ajena;  en cambio éste, con su estampa grosera, con su coto extravagante que debía hacer pensar en la diferencia cognitiva de estar babeándose cuando el palo del tiempo del dueño del jardín iba moldeando la arcilla ética, por contra de cuando se quedaban  quietos y agazapados y expectantes encontraban que había salida al mar y dulces playas y frutos extraños y no prohibidos, también debía haber servido de advertencia de que no era sólo terminar ensartados en un palo abrasándose para convertirse en eso que se deja atrás y no se mira ni se pisa) se echaron, uno junto al otro, él a otear insondablemente el aire y ella a disfrutar de sus pequeñas fantasías auspiciadas por la deliciosa rapsodia que brotaba de sus audífonos (Pink Moody Blues Band), mientras allá afuera el mundo burbujeaba como al principio, sólo que ahora con sentido, desaforado pero con sé-en-tí-do en todo caso, enviándose de burbuja a burbuja señales.
    Natasha, o Natti como la llamaban cariñosamente en su trabajo, pese a que era tenida como rara, disfrutaba enormemente de aquella noche bajo los efluvios alcohólicos y la puya de la cerveza en su vejiga, al igual que la de su compañero, sin necesidad de lo que era tan común y en boga: unos pases  de cocaína, marihuana sintética, éxtasis y muchos otros productos de diseño que competían también en unos increíbles nichos de mercado con unos incentivos y tácticas de mercadeo dignas de cualquier Jobs o Gates, sólo que los motivos deleznables de estos podrían llegar a ser muchísimo más filantrópicos que los de aquellos, con los barr-untos   que, de los Clásicos del futuro, en la realización del la banda mencionada: Arreglos de Seamus Heaney y que para ella era, simplemente, Seamos mieles con miles, cualquiera cosa que eso significara, y se preguntaba si para el que ahora le acompañaba  en su mente podría evocar, porque para él seguramente el significado  tendría la más mínima importancia: Hey-Annie Sea-musas.  Pero se perdía, y no era  porque el que yacía a su lado pudiese tener algún impedimento para entenderlo y aun profundizarlo, sino que era ella quien, por esas exigencias de la contemporioespacialidad se había hecho devota y sacerdotisa de la sociología (honor que adornaba con el de bióloga que le permitía ser una ciudadana del mundo líder en la labor de auditora de proyectos de investigación de un reconocido laboratorio) y entonces, estaba convencida de que, aunque le fascinara, Shakespeare era otra lengua enredadora que se encargaba de matar la vocación de los que con la ciencia y el número llevaban la vida, la felicidad y el desarrollo del mundo por el camino adecuado, amén de que filósofos y otros contemplativos cedieran el puesto de la evanescencia a la lucidez....sin embargo fue él quien después de que  este difícil y sinuoso sentimiento que dio paso a aquel otro más libre y expansivo, más tolerante y cálido, vino e hizo lo suyo; bueno, más exactamente lo nuestro porque ya había pasado mucho tiempo de galanteo y de conocimiento, de intercambio, de adaptación.
  Enero se despertó radiante como era de esperarse. Perriovska Natasha sirvió jugo de naranja, huevos con tocino, pankekes de avena con banana y vainilla  y café negro, mientras había estado haciendo balance, pero no podía dejar que se le entremezclaran la ideas y las sensaciones; en realidad no tenía la suficiente preparación para entender lo que decía Seamus Heaney, o lo que decían los arreglos (una cosa es garrapatear inglés y otra  hablar y entender irlandés)...protestar, reformar, regir, vencer, convencer; celebrar en masculino o en más-culona; amar con el alma o amar con el cuerpo; el asunto de elegir estaba hecho, pero el asunto de edificar ¿con que se sostenía? ¿amar en Belfast se hacía con coraje y sentimiento?  ¿y en Londres con presunción y dinero? y ¿decir en uno y otro lado era tener la cabeza de la culebra asida del pié mientras la cola les hacía cosquillas en el culo? y en vez de decir métemelo decir explícame ¿por qué el lenguaje es tan eunuco y tan fullero? Bueno, lo de eunuco lo apruebo pero, aunque también de fullero lo in-tuyo, explícame ¿por qué fullero? Pregúntale a la ñola española si sepa que es porque le huye a la fe y se hace el hero, pero mentiras, es tan astuta la ñola espa-ñola que oculta que es la fe-que-huye-de-eros...
   ...Y también, entre todo eso se le mezclaba aquello que le rondaba la mente desde hacía un buen tiempo: el vecino de al lado y su contraste: soledades unidas en sólidos bloques de apartamentos, de clases, de profesiones, de credos. Se habían cruzado muchas veces con indiferencia, hasta aquel día en que coincidieron en la mini-tienda del conjunto y él le dijo: “¿Sabe usted cuál es la diferencia entre la ternura y el miedo?  A lo que ella respondió  ¿Y por qué cree usted que puede interrogarme de ese modo cuando es la primera vez que le veo? “porque aunque usted no lo sepa, desde que se cruzó conmigo en el pasillo de nuestros apartamentos y sus óvulos cargados de hormonas le dijeron hazlo tuyo, usted me visita en sueños; y yo la visito y la pienso”   “ah, ¿sí, y entonces cuál es la diferencia entre la ternura y el miedo?” la diferencia es que mientras yo estaría decidido a cuidarla, acompañarla, protegerla solo con el patrimonio de mis presupuestos, usted tendría primero que domeñarme, es decir, acomodarme dentro del estrecho mundo de sus conceptos y llegar a la conclusión de que el paisaje, es decir, el eje de ese p - # irracional- que ha creado; dese cuenta: dos oblicuas contra dos paralelas:  p - pasa –ese-eje, pero sé que el triqui que se juega en esos para-lelos no tiene vencedor ni vencido, sólo una apoteosis al derecho”.
  Entonces ella que sólo poseía la pobre herencia genética de aquel padre que le legó su nombre sólo porque, como funcionario de segunda en la delegación diplomática adscrita a la extinta U.R. S.S., había conocido aquella mujer enigmática, dulce como la remolacha, pero impredecible como el vodka que se gestaba en su fermentación (sólo aquel que ahora la galanteaba había tenido la feliz, aunque imprecisa  extrapolación de que betabel era la repetición de Abel), le había querido hacer honor a sus ojos grises, a su estampa siberiana que en los lobos  ponía el más asombroso milagro y misterio de la desolación, como si una explosión inconcebible hubiese repartido los fragmentos del rompecabezas entre la babel de las lenguas, se resistía de todos modos.
   Hubiese podido al menos  ser del común de las gentes que hoy se ayuntan sin tener en cuenta mayores consideraciones que las del equilibrio entre producir y administrar, el resto era dejar que el pajarito hurgara hasta encontrar la rama más apta para resistir el nido, el próximo verano ya veríamos; incluso en el rastrojo habían buenas probabilidades; pero era que a ella ya la habían metido en un  tremendo zarzal, todo zetas enredadas en un no mas abecedal.
      Él, en cambio, que también había leído a Shakespeare, pero a profundidad, y se había  nutrido de la leche de las ranas de Aristófanes  y que imaginaba el sapo (o el gato, qué más da) de ella dándole pábulo a su lengua, la compadecía de algún modo por que se daba cuenta de que si Shakespeare, avasallado por la sociología, se  había convertido en una simple fórmula pseudomatemática  según la cual, si tomas pasiones, las unificas y las guías, tienes los rieles para montar el tren de la civilización; del mismo modo, pero con TINO (no el tino Asprilla, desde luego), si coges los números y los entronizas entonces serás el dueño del mundo; pero sólo hasta que una inclinación del amor arraigada en no sabes donde de tu pecho denuncie la falla y desfalco que te harán ser tierno (digamos que, para comenzar: tri-en-no,  Santísima Trinidad del gobierno), tres no, matemáticamente tri-viejos.     
    Cuando después de que sus armonías con la luna dejaron de ser gratas y se decidió a que la bitácora de su viaje fuesen sus sueños; como quien dice cuando las mareas, las embriagueces,  los desesperos se trasladaron a aquel mundo medio lúcido, medio alucinado  en el que la sociología es aceptada en el salón de la ciencia como una señora extrovertida que nos valida sus investigaciones mediante un método de carisma (hombre, sus piernas son francamente hermosas, pero cuando sus galimatías me confrontan, no tengo por qué negar que quiero hacer sus tetas mías), ella decidió que tendría la criatura.
     El contraste del frío gel en su barriga le hizo recordar cuando su larga lengua le hacía cosquillas y su aliento tan sabroso, logrado con excelente comunicación y buena dieta, se combinaba con los versos tan logrados de Pink Moody Blues en Seamus Heaney. El médico le había dicho: Mire, apenas tiene veinte semanas y no se distingue bien si tiene cabeza u hocico de perro. Ella sólo supo decir es bello.
  Cuando tuvo aquel bello y sano bebé quiso llamarlo Shakespeare, como a su perro, un soberbio híbrido de mastín y rodwailler con envidiable instrumento. 

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