El evento que impactó la vida de Perriovska
Natasha Sánchez en la madrugada del primer día del final de la primera década
del siglo XXI sólo fue advertido por la interesada unos meses más tarde y,
aunque era un recuerdo grato lo que sucedió aquella noche vieja pues, cómo
olvidar aquella noche solitaria y fría en la que después de una cena opipara, (un
delicioso pavo lacado bañado con salsa de trufas, una copa de champagne con
D.O. y mucha, mucha cerveza; detalle este que parecería ser vulgar pero que
tenía su razón de ser en el hecho de que el efecto diurético de este producto
era tenido como un asunto tremendamente erótico en este lar misterioso. Ella
hubiese preferido que en lugar del pavo se hubiese preparado un pequeño faisán
o, acaso urogallo, pero dadas las condiciones de mercado de esta pobre comarca sudamericana
habría que conformarse con lo que se tenía a mano; en cambio se vio compensada,
pues también el asunto del origen tenía que ver con el hecho de escoger ave y
no puerco, o pescado, por ejemplo, imaginándose el papel que desempeñaría en el
paraíso el familiar no comestible, o al menos más apreciado como comodín y que
debía significar para los primeros timados, el aviso de que exhibirse demasiado
era peligroso o, al menos de que el tornasol fastuoso del pensamiento y el
caminar con ritmo y señorío tenía su precio y no merecía nunca el canje dudoso
de la manzana, o cualesquiera que fuese el fruto-espejo con el que el rastrero
ángel hacía su guerra ajena; en cambio
éste, con su estampa grosera, con su coto extravagante que debía hacer pensar
en la diferencia cognitiva de estar babeándose cuando el palo del tiempo del
dueño del jardín iba moldeando la arcilla ética, por contra de cuando se
quedaban quietos y agazapados y
expectantes encontraban que había salida al mar y dulces playas y frutos
extraños y no prohibidos, también debía haber servido de advertencia de que no
era sólo terminar ensartados en un palo abrasándose para convertirse en eso que
se deja atrás y no se mira ni se pisa) se echaron, uno junto al otro, él a
otear insondablemente el aire y ella a disfrutar de sus pequeñas fantasías
auspiciadas por la deliciosa rapsodia que brotaba de sus audífonos (Pink Moody
Blues Band), mientras allá afuera el mundo burbujeaba como al principio, sólo
que ahora con sentido, desaforado pero con sé-en-tí-do
en todo caso, enviándose de burbuja a burbuja señales.
Natasha, o Natti como la
llamaban cariñosamente en su trabajo, pese a que era tenida como rara, disfrutaba enormemente de aquella
noche bajo los efluvios alcohólicos y la puya de la cerveza en su vejiga, al
igual que la de su compañero, sin necesidad de lo que era tan común y en boga:
unos pases de cocaína, marihuana
sintética, éxtasis y muchos otros productos de diseño que competían también en
unos increíbles nichos de mercado con unos incentivos y tácticas de mercadeo
dignas de cualquier Jobs o Gates, sólo que los motivos deleznables de estos
podrían llegar a ser muchísimo más filantrópicos que los de aquellos, con los barr-untos que, de los Clásicos del futuro, en la realización del la banda mencionada: Arreglos de Seamus Heaney y que para
ella era, simplemente, Seamos mieles con
miles, cualquiera cosa que eso significara, y se preguntaba si para el que
ahora le acompañaba en su mente podría evocar, porque para él
seguramente el significado tendría la
más mínima importancia: Hey-Annie
Sea-musas. Pero se perdía, y no era porque el que yacía a su lado pudiese tener
algún impedimento para entenderlo y aun profundizarlo, sino que era ella quien,
por esas exigencias de la contemporioespacialidad
se había hecho devota y sacerdotisa de la sociología (honor que adornaba con el
de bióloga que le permitía ser una ciudadana del mundo líder en la labor de
auditora de proyectos de investigación de un reconocido laboratorio) y
entonces, estaba convencida de que, aunque le fascinara, Shakespeare era otra
lengua enredadora que se encargaba de matar la vocación de los que con la
ciencia y el número llevaban la vida, la felicidad y el desarrollo del mundo
por el camino adecuado, amén de que filósofos y otros contemplativos cedieran
el puesto de la evanescencia a la lucidez....sin embargo fue él quien después
de que este difícil y sinuoso
sentimiento que dio paso a aquel otro más libre y expansivo, más tolerante y
cálido, vino e hizo lo suyo; bueno, más exactamente lo nuestro porque ya había
pasado mucho tiempo de galanteo y de conocimiento, de intercambio, de adaptación.
Enero
se despertó radiante como era de esperarse. Perriovska Natasha sirvió jugo de
naranja, huevos con tocino, pankekes de avena con banana y vainilla y café negro, mientras había estado haciendo
balance, pero no podía dejar que se le entremezclaran la ideas y las
sensaciones; en realidad no tenía la suficiente preparación para entender lo
que decía Seamus Heaney, o lo que decían los arreglos (una cosa es garrapatear
inglés y otra hablar y entender
irlandés)...protestar, reformar, regir, vencer, convencer; celebrar en
masculino o en más-culona; amar con
el alma o amar con el cuerpo; el asunto de elegir estaba hecho, pero el asunto
de edificar ¿con que se sostenía? ¿amar en Belfast se hacía con coraje y
sentimiento? ¿y en Londres con
presunción y dinero? y ¿decir en uno y otro lado era tener la cabeza de la
culebra asida del pié mientras la cola les hacía cosquillas en el culo? y en
vez de decir métemelo decir explícame ¿por qué el lenguaje es tan
eunuco y tan fullero? Bueno, lo de eunuco lo apruebo pero, aunque también de
fullero lo in-tuyo, explícame ¿por
qué fullero? Pregúntale a la ñola española
si sepa que es porque le huye a la fe y se hace el hero, pero mentiras, es tan astuta la ñola espa-ñola que oculta que es la fe-que-huye-de-eros...
...Y
también, entre todo eso se le mezclaba aquello que le rondaba la mente desde
hacía un buen tiempo: el vecino de al lado y su contraste: soledades unidas en
sólidos bloques de apartamentos, de clases, de profesiones, de credos. Se
habían cruzado muchas veces con indiferencia, hasta aquel día en que
coincidieron en la mini-tienda del conjunto y él le dijo: “¿Sabe usted cuál es la diferencia entre la ternura y el miedo? A lo que ella respondió ¿Y por
qué cree usted que puede interrogarme de ese modo cuando es la primera vez que
le veo? “porque aunque usted no lo sepa, desde que se cruzó conmigo en el
pasillo de nuestros apartamentos y sus óvulos cargados de hormonas le dijeron
hazlo tuyo, usted me visita en sueños; y yo la visito y la pienso” “ah, ¿sí, y entonces cuál es la diferencia
entre la ternura y el miedo?” la diferencia es que mientras yo estaría decidido
a cuidarla, acompañarla, protegerla solo con el patrimonio de mis presupuestos,
usted tendría primero que domeñarme, es decir, acomodarme dentro del estrecho
mundo de sus conceptos y llegar a la conclusión de que el paisaje, es decir, el
eje de ese p - # irracional- que ha creado; dese cuenta: dos oblicuas contra dos
paralelas: p - pasa –ese-eje, pero sé que el triqui que se juega en esos para-lelos no tiene vencedor ni vencido, sólo una
apoteosis al derecho”.
Entonces ella que sólo poseía la pobre
herencia genética de aquel padre que le legó su nombre sólo porque, como
funcionario de segunda en la delegación diplomática adscrita a la extinta U.R.
S.S., había conocido aquella mujer enigmática, dulce como la remolacha, pero impredecible
como el vodka que se gestaba en su fermentación (sólo aquel que ahora la
galanteaba había tenido la feliz, aunque imprecisa extrapolación de que betabel era la repetición de
Abel), le había querido hacer honor a sus ojos grises, a su estampa siberiana
que en los lobos ponía el más asombroso
milagro y misterio de la desolación, como si una explosión inconcebible hubiese
repartido los fragmentos del rompecabezas entre la babel de las lenguas, se
resistía de todos modos.
Hubiese
podido al menos ser del común de las
gentes que hoy se ayuntan sin tener en cuenta mayores consideraciones que las
del equilibrio entre producir y administrar, el resto era dejar que el pajarito
hurgara hasta encontrar la rama más apta para resistir el nido, el próximo
verano ya veríamos; incluso en el rastrojo habían buenas probabilidades; pero
era que a ella ya la habían metido en un
tremendo zarzal, todo zetas enredadas en un no mas abecedal.
Él, en cambio, que también había leído a Shakespeare, pero a profundidad,
y se había nutrido de la leche de las
ranas de Aristófanes y que imaginaba el
sapo (o el gato, qué más da) de ella dándole pábulo a su lengua, la compadecía
de algún modo por que se daba cuenta de que si Shakespeare, avasallado por la
sociología, se había convertido en una
simple fórmula pseudomatemática según la cual, si tomas pasiones, las
unificas y las guías, tienes los rieles para montar el tren de la civilización;
del mismo modo, pero con TINO (no el tino Asprilla, desde luego), si coges
los números y los entronizas entonces serás el dueño del mundo; pero sólo hasta
que una inclinación del amor arraigada en no sabes donde de tu pecho denuncie
la falla y desfalco que te harán ser tierno (digamos que, para comenzar: tri-en-no, Santísima Trinidad del gobierno), tres no,
matemáticamente tri-viejos.
Cuando después de que sus armonías con la luna dejaron de ser gratas y
se decidió a que la bitácora de su viaje fuesen sus sueños; como quien dice
cuando las mareas, las embriagueces, los
desesperos se trasladaron a aquel mundo medio lúcido, medio alucinado en
el que la sociología es aceptada en el salón de la ciencia como una señora extrovertida
que nos valida sus investigaciones mediante un método de carisma (hombre, sus
piernas son francamente hermosas, pero cuando sus galimatías me confrontan, no
tengo por qué negar que quiero hacer sus tetas mías), ella decidió que tendría
la criatura.
El
contraste del frío gel en su barriga le hizo recordar cuando su larga lengua le
hacía cosquillas y su aliento tan sabroso, logrado con excelente comunicación y
buena dieta, se combinaba con los versos tan logrados de Pink Moody Blues en
Seamus Heaney. El médico le había dicho: Mire,
apenas tiene veinte semanas y no se distingue bien si tiene cabeza u hocico de
perro. Ella sólo supo decir es bello.
Cuando tuvo aquel bello y sano bebé quiso llamarlo Shakespeare, como a
su perro, un soberbio híbrido de mastín y rodwailler con envidiable
instrumento.
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