martes, 12 de febrero de 2013

VANITY-DAD


"NO TENGAS EN CUENTA NUESTROS PECADOS SINO LA FE DE TU IGLESIA"


VANITY-DAD
Ya el primer golpe de mirada les había tendido un lazo indisoluble. Cuando ella le vio: Flaco y desgarbado y con aquella palidez mórbida, se explicó que la atracción y el fuerte vuelco de corazón que sintió cuando sus miradas se cruzaron se debía al mágico hilvanar de palabras suscitado en aquella intervención de la apenas promisoria Universidad Abierta y a Distancia. Él por su parte pensó que “Ángeles en el sol” sería un gran título para una historia de amor cuando ella hizo su parte en la presentación: Ángela Mégos es mi nombre; por contraste del nombre suyo: Solen Demián. Pero todo quedó como pensamientos febriles de circunstancias emocionantes ¿cómo no iba a serlo el estar en el primer semestre de una educación para reyes como le habían dicho a él sus compañeros? Si quieres ser una gran comunicadora debes tener excelentes bases filosóficas y literarias le había dicho su padre que se había hecho periodista y querido del poder gracias a su empírica nobleza y su innata capacidad de aprender en un sólo ejemplo.
La siguiente vez fue menos impactante, pero ¡acaso más traumática? Nunca más volvieron a cruzar como aquella vez sus miradas, ni sus almas volvieron a tener la confluencia de números en fila, o acaso pares que aparearon por el capricho de un frayluco en la clase de inducción que les hizo intervenir uno en oposición del otro; por más que se encontraron en pasillos y antesalas de entrevistas tutoriales, pero esta vez fue: ¿más hermosa que dolorosa pues tendría que ser la  única y la última? Él estaba a punto de recibirse en la orden de Santo Tomás de Aquino y hacía una visita de rutina  –ya había tomado sus clases correspondientes de teología en el Mayor de Cundinamarca- Ella había ido a solicitar apoyo para la práctica de locución en la “Radio Salvatoriana”,  pero esta vez –después ella se echaría la culpa-  su sonrisa le impulsó, sin la menor malicia a hablarle.
   — Hola, no me vayas a decir que vas a hacerte filósofa – se sintió extraño tuteando-
   — Y ¿Qué tal si sí? –le dijo con el mayor ánimo juguetón y con el menor ánimo de reconocer que interiormente deseaba con ansiedad que no fuese un encuentro de fórmula, pues al verlo rozagante y con un aire de interesante que no podía creer, deseó que esa inteligencia le llevara por los mismos caminos que los grandes de la comunicación, con su intercambio de frases elaboradas en el aire con barro de ganas de llevársela a la cama, le decían de lo promisoria y única que era su “capacidad comunicativa”
   — Pues, acaso fuera mi oportunidad de convencerla de que no
   — ¡Ah, si! Y ¿Por qué no? –fugazmente corrió por su imaginación la idea de que le dijese que las mujeres nunca habían podido decir nada interesante, ni en filosofía, ni en teología, ni en nada: acaso, y allí se sintió enormemente culpable, de cómo abrir las piernas y no decepcionarlos, pero también recordó que estaba invicta en estar a punto de graduarse sin entregarse a ningún“puesto de control” –ya tenían nombre en la sociedad de las promociones y los cargos-, aunque las había abierto, pero eso era parte de los archivos de“historias que no interesan a nadie” y también recordó que las decepciones no tenían nada que ver con el goce (qué culpa si cuando nos tomamos nuestros cuerpos, yo siento que me he tomado una “agüita aromática” y tu creíste que te ibas a tomar un tequila, o si te he tomado con los aires de quien cree tomarse un pulque y el gusano le salió muerto? Y que la abierta de piernas tenía que ver con un sistema de pico y placa interno en el que nada influía el que dirán.
   — Bueno, porque acaso tuvieras –seguía influido por el tu-teo- agua de otro pozo
   — No entiendo
   — No tendrías por qué; verás, ésta semana las lecturas bíblicas contemplan el episodio de la samaritana: Jesús dijo: ¡Dame agua! Y, yo diría: ¡quiero que me des de tu agua!  
    — Pero, ¡cómo; tú tienes que beber de otra agua!
    — Bueno, podría cambiar de manantial.

II
El hombre creía saber disfrutar del mundo y lo que en él se contenía; el tiempo y los tiempos eran”harinas de cada costal”; su vida se debatía entre cada nueva idea descollante que aparecía; no era que cada moda, o que cada capricho de teoría le hiciera mella, era que su pensamiento sólo tenía miras para otro nuevo pensamiento. Subió a su habitación  permanente del hotel Scaramouche; detestaba las aglomeraciones y el general sentido de unión distante y separada de las masas que se reunían periódicamente cada año  para festejar las fiestas de navidad; acababa de dejar a las masas en estado beatífico con su teorías novedosísimas de que entre Facebook,  Twitter y todas las demás redes socialesque empezaban a aparecer: “No trines como no quieres trinar” “Escoge tu Interface” sólo existía  el primer paso de querer ser original ¿pero, qué era ser original? Era algo que todos debatían –y ya había muchos que preconizaban que no por mucho tiempo- ¿acaso definirse como seguidor de una red que tenía muchos seguidores?  Pero, el secreto era ¿tener muchos seguidores, o tener mucha fuerza? La fuerza ya no se definía por tener muchos seguidores, sino por decir cosas que impactaban con una gran fuerza; pero la fuerza era medida por unos ciertos host que basaban sus mediciones en una cierta calificación como de pedigree –a tal punto habían llegado los manejadores de la capacidad de seguir y ser seguido y ¿si la fuerza de seguir y ser seguido sólo correspondía a ciertas insurrecciones inidentificadas que se constituían como fuerzas en contienda con aquellas redes que se podían identificar?
Acababa  de “subir” su última novedad a la red: La conferencia dictada en la universidad donde era profesor y que hablaba de la rápida deserción de la gente de las organizaciones religiosas, pero de la creciente propensión mística que hacía que los modos de relación cambiaran de un sentido menos político a uno más fraterno; era el último trabajo del año antes de las vacaciones de navidad. Se sirvió un buen wisky y al segundo sorbo se le subió la melancolía de la celebridad o, más bien, se le encaramó la nostalgia del anonimato. Odiaba no querer o no poder llamar a una prepago que le hiciera más amable su soledad escogida por el meditado egoísmo y sufrida por temor a la pérdida de la reputación y tener que esperar a que alguna de sus amigas –connotadas profesionales, esposas de empresarios o políticos con quienes tenían sus encuentros generalmente fuera del país- pudiese organizar su agenda y poder estar en medio de las masas pero sin pertenecer a ellas y a su vértigo. Estaba seguro de que un día las gentes dejarían de pensar en la divinidad como una fuente de poderes para pensar en el poder de la razón para desentrañar sucesos que se aparecen como divinos. Como un buen vasallo de la ansiedad se preparó un sándwich gigante de caviar con miel y se asomó al balcón de su sexto piso para degustar un poco la tranquila algarabía de la ciudad.
III
Todo nos llega tarde, hasta la muerte, dice el viejo adagio y esta vez parecería contradecirlo para decir Todo lo consumamos antes, hasta las fiestas. Celebramos nuestra Primera Comunión cuando ya hemos perdido la inocencia; los novios se comen sus dulces antes de prometerse; la fiesta de las velitas la celebramos la víspera; el día de la Natividad lo pasamos en cama, con guayabo, viendo televisión y recordando todas las incidencias de la farra; por consiguiente el Año Nuevo lo recibimos con dolor de cabeza y un embotamiento que no nos permite tener claro lo que el porvenir nos presenta.
Ahora es la noche del día de navidad en aquel piso de hotel, en el sitio de vacaciones de un fraile connotado entre los círculos católicos por su agudeza y prosapia, en la recamara de una nobel locutora en la que antes se forjaban dulces ensoñaciones y en todo corazón de una ciudad que nunca cree que del cielo llegan bendiciones Él había llegado con prisa a entregar el último trabajo. Ella aún se preguntaba quien sería ese inteligente y agudo creador del programa que ella con esa angelical y dulce voz se encargaba de poner en los oídos de gentes desde los más humildes de condición intelectual hasta encumbrados líderes con humildad interior, para todos ellos estaba hecho:Dios nos habla. Siempre en Domingo. Ya por fin libre de sus afanes Fray Solen quiso darse un buen esparcimiento, de modo que ocupó una de las mesas con parasol de las que en el lobby del hotel Scaramouche servían a turistas y paseantes.
   — Vaya, Angelita ¡qué sorpresa!, querida; ven hazme compañía –ella había terminado su trabajo en la radio que en la manzana siguiente daba buenas nuevas espirituales a los encarcelados, enfermos, afligidos, solitarios; “En el principio era el Verbo y en él estaba Dios y Él era Dios”  “Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso que debe conocerse en toda la tierra”
   —  Ay, pero ¡qué lindo estás como todo un señor sin esa capa de mendicante! –Ahora él era todo un garboso y rubicundo señor que empezaba a denotar una prematura panza obispal y en sus ojos se notaba la agudeza del zorro o el águila
   — Entonces el traje hace al hombre y esconde al monje –le dijo con una cierta picardía
   — Pues sí;  fíjate que sólo es decir hombre y ya el traje cobra su sentido; en cambio dices monje y entonces el miedo empieza a ponerse otro vestido. La fuerza de la palabra ¿no?
  — Si, pero para tener verdadero sentido de la palabra debes hacerte niño. ¿No te haz dado cuenta de la originalidad de la palabra de los niños? Ellos no piensan para hablar, piensan hablando; en cambio nosotros estamos siempre cerrando una puerta tras nuestro pensamiento
Y estuvieron hablando un rato de las diferencias entre palabra y acto; del abismo entre conversación y discurso, de la cercanía entre espíritu y fuerza; de la convivencia de ignorancia y temor; mientras ella le hacía glosas y comentarios admirados de los contrastes de aquel personaje al cual prestaba la voz para sus escritos: Cómo combinaba la misericordia y la erudición para hacerle a uno sentir que los errores son escalones de la iluminación y que cada vez que uno persevera en mejorar su arrepentimiento, encuentra un método para que lo que se llama pecado se llame buen método. Hasta que él le hizo saber quién era el autor de aquellas disertaciones y dejó que su espíritu dejara en su corazón la fuerza de sus ganas de darle ternura y ¿porqué no? Amor.
Sonaba aquella vieja canción “Que se vayan al diablo/con sus tontos prejuicios/que se vayan al diablo/que nos tiene de sobra/como quieran tomarlo/a favor o en contra cuando se levantó de la mesa para poner de cara al cielo acaso una pregunta para su azoramiento y su confusión; un chorro de dulce miel y huevas de esturión le bañaron la cara que acaso la lengua de aquel señor vestido de civil limpió y degustó como ahora degusta los silencios de la Natividad.     
            



PUNTO DE ENCUENTRO
No tenían nada en común. Él era joven y –al menos en lo que a la exterioridad respecta- bello. El otro, en cambio, era viejo y –al menos mientras no se tuviera algún intercambio con él- poco agradable. Él era bien atendido y celebrado. El otro, en cambio, ignorado y comentado entre dientes. Él estaba por encima de todo duda. Él otro, en cambio, era objeto de rumores y consejas que nadie se preocupaba por validar o desvirtuar, incluyéndolo a él que también comentaba con los otros de sus dotes no reconocidas.
Le habían operado sus ojos con láser y ahora que no tenía las gafas de sol para protegerse le parecía al otro que la expresión era como si un fisicoculturista estuviese haciendo ostentación de sus bíceps tensándolos de medio lado delante de un público que lo ovaciona, o de un roedor neonato que recién sale de su madriguera. En ese contraste y en el instante en que él dijo:Dios, líbrame especialmente de la soberbia,  se acordó del sueño que había tenido la noche anterior cuando se había visto en un escenario diciéndole a unmanager lo difícil que era estar delante de un público, pero el orgullo que ello representaba. Mientras escuchaba la homilía pletórica de buenos consejos y una retórica hábilmente intercalada con los gestos de gratitud por tener que irse a servir a la Patagonia, el otro pensó en la agonía de su pata de gallina y se asombró de que nunca hubiese pensado que cuando las gentes usan gafas de sol no lo hacen para que no se vea a donde se dirigen sus ojos, sino para que el fuego que de ellos brota no llegue a parte alguna o, lo que es igual, para que no se note que, por duelo, por vicio o maldad, en esos ojos no hay fuego alguno. Pero no tenía con que comprarse unas gafas de sol para apagar su fuego despreciado.

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