DOCENCIA Y
ACTUALIDAD
(Una
reacción)
·
Parece conveniente, de entrada, hacer la
salvedad de que nuestra pretensión está dirigida exclusivamente a hacer un
análisis de la pieza ensayística aparecida en Papel Salmón (20-1-13), tanto en su forma como en su fondo, por
parte del académico Carlos Enrique Ruíz, y en modo alguno nuestras
apreciaciones se dirigen a su persona que bien ganado tiene el mérito de su
labor como maestro y activista de la cultura universal. El epígrafe de Ginner
de los Ríos es bello y acaso apropiado para ilustrar el deseo pedagógico que se
pueda tener con un hijo, empero para dar una idea o ilustrar las pretensiones
generales de la pieza parece quedarse corto y, realmente el análisis que hace
el Dr. Ruíz pareciera que, de tener en cuenta a qué clase de lector pudiese estar
dirigido entonces, podría presumirse que su consideración es de la talla de la
lectura de entretenimiento, puesto que si pretendiese hacer una apología –como
él mismo le llama- en el que se pudiese intentar formar la opinión del lector
–o acaso, simplemente, influir mediante una información dirigida a niños de
escuela, por ejemplo, que bien podría ampliarse a maestros de toda
clasificación -, entonces tendría que empezar por tener en cuenta que las
fuentes clásicas a las que acude están semienterradas o, si no, mandadas a
recoger en el baúl de los desperdicios por culpa de la banalidad moderna. Pero
vamos por partes: es cierto que la educación y la docencia se conjugan como
actividades inscritas en un claro marco institucional, pero la etimología no
ayuda a persuadir puesto que docencia remite de algún modo a docilidad y hoy
ese vocablo sólo produce sospechas (¿se habrá puesto a pensar el Dr. Ruíz en el
bulling dicente y docente tan en
boga, en el que la actitud no demuestra una simple y vulgar muestra de
indocilidad y rebeldía gratuita, sino que se está mostrando que el ritmo de la
conciencia escindida por tantos fenómenos espurios a la naturaleza: droga,
alcohol, ideología de mala laya, no puede aceptar de buenas a primeras
argumentos faltos de solidez y, aun más, faltos de claridad y siquiera de
armonía?). Por otra parte, la apelación a la universitas como sinónimo de civitas
nos parece, cuando menos, un
desacierto: la paradoja que comporta el hecho de que en la universidad se haga
civilidad se cifra en el hecho de que lo universal gravita siempre sobre la
ciudad –presupuesto que la civilidad se construye en la ciudad-, hay ciudades y
civilidades -¡se puede comparar, aunque la actual administración capitalina
tenga contactos basuriegos y de cualquier índole con Nueva York, la civilidad
de las dos ciudades!- en cambio, es seguro que los problemas universales que se
tratan en la Universidad de Caldas, por ejemplo, con las salvedades históricas,
políticas y linguísticas del caso, son los mismos. Ahora bien, el tema Sócrates
sólo parece ser la anunciación de que nadie ha comprendido que su condena por
impiedad fue un profético suceso de lo que habría de suceder en el futuro: ¿No
es acaso el anuncio de la muerte de Dios o el fin de la historia o el
descubrimiento del pensamiento débil, o la reticulación del universo un anuncio
de que la propiedad no es pro-piedad –dado
caso que aceptásemos que piedad es la
edad-de-π? Pero el asunto es aún más
intrincado ¿si docencia y educación se conjugan entonces por qué el acude-a la-acción del vocablo educación
se contradice con la idea de
domesticar o de docilidad? Por eso debemos adoptar otro vocablo: pedagogía; pedagogía tiene que ver con
pié: uno anda por que le da la gana, o porque lo necesita, pero necesitar
acudir a una acción o a una educación
precisa de ideología (alguien dijo hace poco que las ideologías estaban
superadas pero esa es sólo una afirmación, no pretenciosa, para las vanguardias).
Es cierto que hay ciertas sutilezas de las que la Alta escuela no permite que se develen con la sencillez que se abre una ventana al sol
(precisamente porque la facilidad de abrir una ventana al sol no deja al
descubierto la naturaleza total del sol), pero es, precisamente por la misma
razón natural por la que uno corre la cortina que la ingenuidad abre el espacio
necesario para que nuestras vidas y nuestras mentes se iluminen. La ingenuidad contiene
aquello con lo nuestras vidas se nutren del conocimiento sin que hagamos cursos
de científicos. En otras palabras la ingenuidad es la forma en que del mismo
modo que por amor a nuestros padres nos dejamos influir de sus tendencias
(además es importantísimo entender que si nuestros padres no tuviesen una tendencia
genética que ellos no pueden manejar no existiríamos) hasta que nuestro aparato
de razonar madure para asumirlo o rechazarlo y, peor aún, si no lo alimentamos
de lo necesario: lectura, juego, comprensión, desasimiento, esa cualidad se
atrofia para dar en arrogancia, egoísmo, agresividad y, el premio mayor, la
pobre o rica herencia de nuestra estirpe. El sistema de hoy quiere que los
niños acudan a educarse, pero la conciencia de hoy quiere que los docentes no
se dediquen a replicar el modelo inconsciente de domesticación, de agresión, de
adaptación maliciosa con que las
ideologías se nutren. Es bueno apercibirse de que la especialización de los
saberes que ha conducido a que las administraciones educativas se conviertan en
un asunto de economía no es igual a que la valoración en dinero es la exacta
medición de la calidad de los ofrecimientos, hay ideologías e ideologías, del
mismo modo que existen métodos de vivir, uno de ellos es consumir. Consumir
conocimiento es igual a desfilar por una pasarela; pero otra cosa es saber vestirse con armonía
entre gusto y moda, una cosa es describir nuestro atuendo y otra decir cuanto
nos costó o de donde viene. La universalidad de Facebook y las redes sociales
no parece digerir aún esas distinciones. Por contra, es por eso que la mayeútica ya no es para maestros pillos o estudiados
porque hacer parir ideas a los pupilos se convirtió desde hace mucho en
adivinar las reglas de un juego y sus tácitas formas de violarlo, entonces la mayeútica es para profesores que entiendan
que entre sofística y didáctica existe una mediación llamada
pudor para la cual no se puede asumir la antigua acepción de que pudor es, por
ejemplo, que alguien te descubra sin calzones –para todos es igual aparecer sin
calzones-, sino que la forma en cada cual entiende es vivir sin calzones es
diferente en cada caso; ahí es donde aparece la belleza de la ingenuidad (eso
ahora se llama frescura, pero no porque acepte que estoy sin calzones, sino
porque sé explicar, sin provocar una sonrisa o una mueca como es mi estar sin
calzones, o si lo provoca es porque sé explicar que es algo más allá que estar
sin calzones y llamo a solidaridad). Y más todavía, la educación siempre ha
sido algo así como una forma de política: quién manda y quién obedece y el que
no obedece es sub-versivo (hace un
verso, ara, bajo la tierra que se ha construido) pero la didáctica da-idea-de-acto y si la raíz de ese acto
sembrado en un verso no fructifica como fuerza con frutos, el dedo que lo
señala produce vergüenza, de modo que ahí el poder no es inicuo o tirano; pero
si el maestro no tiene raíces ¿cómo va a tomar el rábano por las hojas?
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