martes, 12 de febrero de 2013

DOCENCIA Y ACTUALIDAD


DOCENCIA Y ACTUALIDAD
(Una reacción)
·         Parece conveniente, de entrada, hacer la salvedad de que nuestra pretensión está dirigida exclusivamente a hacer un análisis de la pieza ensayística aparecida en Papel Salmón (20-1-13), tanto en su forma como en su fondo, por parte del académico Carlos Enrique Ruíz, y en modo alguno nuestras apreciaciones se dirigen a su persona que bien ganado tiene el mérito de su labor como maestro y activista de la cultura universal. El epígrafe de Ginner de los Ríos es bello y acaso apropiado para ilustrar el deseo pedagógico que se pueda tener con un hijo, empero para dar una idea o ilustrar las pretensiones generales de la pieza parece quedarse corto y, realmente el análisis que hace el Dr. Ruíz pareciera que, de tener en cuenta a qué clase de lector pudiese estar dirigido entonces, podría presumirse que su consideración es de la talla de la lectura de entretenimiento, puesto que si pretendiese hacer una apología –como él mismo le llama- en el que se pudiese intentar formar la opinión del lector –o acaso, simplemente, influir mediante una información dirigida a niños de escuela, por ejemplo, que bien podría ampliarse a maestros de toda clasificación -, entonces tendría que empezar por tener en cuenta que las fuentes clásicas a las que acude están semienterradas o, si no, mandadas a recoger en el baúl de los desperdicios por culpa de la banalidad moderna. Pero vamos por partes: es cierto que la educación y la docencia se conjugan como actividades inscritas en un claro marco institucional, pero la etimología no ayuda a persuadir puesto que docencia remite de algún modo a docilidad y hoy ese vocablo sólo produce sospechas (¿se habrá puesto a pensar el Dr. Ruíz en el bulling dicente y docente tan en boga, en el que la actitud no demuestra una simple y vulgar muestra de indocilidad y rebeldía gratuita, sino que se está mostrando que el ritmo de la conciencia escindida por tantos fenómenos espurios a la naturaleza: droga, alcohol, ideología de mala laya, no puede aceptar de buenas a primeras argumentos faltos de solidez y, aun más, faltos de claridad y siquiera de armonía?). Por otra parte, la apelación a la universitas como sinónimo de civitas  nos parece, cuando menos, un desacierto: la paradoja que comporta el hecho de que en la universidad se haga civilidad se cifra en el hecho de que lo universal gravita siempre sobre la ciudad –presupuesto que la civilidad se construye en la ciudad-, hay ciudades y civilidades -¡se puede comparar, aunque la actual administración capitalina tenga contactos basuriegos y de cualquier índole con Nueva York, la civilidad de las dos ciudades!- en cambio, es seguro que los problemas universales que se tratan en la Universidad de Caldas, por ejemplo, con las salvedades históricas, políticas y linguísticas del caso, son los mismos. Ahora bien, el tema Sócrates sólo parece ser la anunciación de que nadie ha comprendido que su condena por impiedad fue un profético suceso de lo que habría de suceder en el futuro: ¿No es acaso el anuncio de la muerte de Dios o el fin de la historia o el descubrimiento del pensamiento débil, o la reticulación del universo un anuncio de que la propiedad no es pro-piedad –dado caso que aceptásemos que piedad es la edad-de-π? Pero el asunto es aún más intrincado ¿si docencia y educación se conjugan entonces por qué el acude-a la-acción del vocablo educación se contradice con la idea de domesticar o de docilidad? Por eso debemos adoptar otro vocablo: pedagogía; pedagogía tiene que ver con pié: uno anda por que le da la gana, o porque lo necesita, pero necesitar acudir a una acción  o a una educación precisa de ideología (alguien dijo hace poco que las ideologías estaban superadas pero esa es sólo una afirmación, no pretenciosa, para las vanguardias). Es cierto que hay ciertas sutilezas de las que la Alta escuela no permite que se develen con la  sencillez que se abre una ventana al sol (precisamente porque la facilidad de abrir una ventana al sol no deja al descubierto la naturaleza total del sol), pero es, precisamente por la misma razón natural por la que uno corre la cortina que la ingenuidad abre el espacio necesario para que nuestras vidas y nuestras mentes se iluminen. La ingenuidad contiene aquello con lo nuestras vidas se nutren del conocimiento sin que hagamos cursos de científicos. En otras palabras la ingenuidad es la forma en que del mismo modo que por amor a nuestros padres nos dejamos influir de sus tendencias (además es importantísimo entender que si nuestros padres no tuviesen una tendencia genética que ellos no pueden manejar no existiríamos) hasta que nuestro aparato de razonar madure para asumirlo o rechazarlo y, peor aún, si no lo alimentamos de lo necesario: lectura, juego, comprensión, desasimiento, esa cualidad se atrofia para dar en arrogancia, egoísmo, agresividad y, el premio mayor, la pobre o rica herencia de nuestra estirpe. El sistema de hoy quiere que los niños acudan a educarse, pero la conciencia de hoy quiere que los docentes no se dediquen a replicar el modelo inconsciente de domesticación, de agresión, de adaptación maliciosa con que las ideologías se nutren. Es bueno apercibirse de que la especialización de los saberes que ha conducido a que las administraciones educativas se conviertan en un asunto de economía no es igual a que la valoración en dinero es la exacta medición de la calidad de los ofrecimientos, hay ideologías e ideologías, del mismo modo que existen métodos de vivir, uno de ellos es consumir. Consumir conocimiento es igual a desfilar por una pasarela;  pero otra cosa es saber vestirse con armonía entre gusto y moda, una cosa es describir nuestro atuendo y otra decir cuanto nos costó o de donde viene. La universalidad de Facebook y las redes sociales no parece digerir aún esas distinciones. Por contra, es por eso que la mayeútica  ya no es para maestros pillos o estudiados porque hacer parir ideas a los pupilos se convirtió desde hace mucho en adivinar las reglas de un juego y sus tácitas formas de violarlo, entonces la mayeútica es para profesores que entiendan que entre sofística y didáctica existe una mediación llamada pudor para la cual no se puede asumir la antigua acepción de que pudor es, por ejemplo, que alguien te descubra sin calzones –para todos es igual aparecer sin calzones-, sino que la forma en cada cual entiende es vivir sin calzones es diferente en cada caso; ahí es donde aparece la belleza de la ingenuidad (eso ahora se llama frescura, pero no porque acepte que estoy sin calzones, sino porque sé explicar, sin provocar una sonrisa o una mueca como es mi estar sin calzones, o si lo provoca es porque sé explicar que es algo más allá que estar sin calzones y llamo a solidaridad). Y más todavía, la educación siempre ha sido algo así como una forma de política: quién manda y quién obedece y el que no obedece es sub-versivo (hace un verso, ara, bajo la tierra que se ha construido) pero la didáctica da-idea-de-acto y si la raíz de ese acto sembrado en un verso no fructifica como fuerza con frutos, el dedo que lo señala produce vergüenza, de modo que ahí el poder no es inicuo o tirano; pero si el maestro no tiene raíces ¿cómo va a tomar el rábano por las hojas?       

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