martes, 13 de diciembre de 2011

TERNURA DE LEONES

Las gotas de lluvia de comenzaron a caer intempestivamente. La primera le cayó justo en la mejilla cuando se cruzó con aquella que le había plantado la noche anterior. El acto de secársela con el dorso de la mano vino a ser como el acuse de recibo, que acompañó con una rápida mirada lastimera, de una dura cachetada a su ingenuidad ilusa. Pero la tristeza duró lo que la fugaz caricia de la gota y su fría mirada porque media cuadra más adelante de ese día de diciembre dí-si-hembra, se topó de boca a jarro con aquellos ojos ardientes que le habían echado un día de su raro negocio de cabinas telefónicas y lencerías y como no escarmentaba de dar más gusto a sus impulsos que a los cálculos aunque las caídas eran duras y muchas le espetó: “¿cómo será que funciona la ternura de los leones?”
El ritmo de gotas haciendo de música para un corazón que no sabe bailar intempestivas siguió un buen trecho tanteando el aturdimiento; pero al cambio de compás de darse vuelta:
—De modo que así es como funciona- Le dijo con una franqueza que más parecía un acto de intimidación cuando era de miedo mientras la tomaba por la manga de la camisa.
— ¿De qué habla?- Le respondió con un mohín despectivo.
—La ternura de los leones funciona mojándonos la melena pero sin luz-. Ese había sido el resorte de impulso cuando al voltearse a ver ella respondía con llevarse a la rubia cabellera la bolsa azul que llevaba en la mano
— ¿Y que va a hacer?- Se repiló con un gesto entre coqueta y desafiante.
—Llevarla a donde la más negra luz le deslumbre el gusto.
No se dieron cuenta de que esa tarde el chaparrón fue un espantabobos y que un sol radiante iluminó toda la tarde.

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