lunes, 11 de diciembre de 2017

SOBRE HISTORIA Y DESTINO DE LA LITERATURA

SOBRE HISTORIA Y DESTINO DE LA LITERATURA
(a propósito de una entrevista a Isaías Peña Gutiérrez)
Solamente escuché una parte de la primera hora de la entrevista a Isaías Peña Gutiérrez en el programa de la Radio Nacional de Colombia #Entrelíneas, pero fueron muchas las inquietudes que plantearon sus declaraciones. Para empezar he de decir que me sorprendió muchísimo la franqueza -no me decido aún a llamarla cinismo por la sencilla razón de que la contradicción entre el carácter inseguro de un personaje puede inducirle a decir cosas de las que después puede arrepentirse y, sin embargo, me hace dudar el hecho de que siendo un avezado profesor universitario e inveterado analista, acaso simplemente sabe perfectamente que la crítica ya no afecta el poder que detenta- con que se declaró un tipo tímido, nervioso y hasta “cobarde en la militancia política”.
Recordé entonces aquellos tiempos lejanos cuando, en la segunda promoción del taller de escritores de la universidad Central, me presenté con la ilusión, no sólo de “aprender” un poco más de lo que es ese raro prurito del poeta que “ve cosas” más allá de lo que la realidad muestra del mundo común y que no se estudia sino que se cultiva, sino también con el deseo enorme de conocer otros a quienes esa misma ilusión o fiebre que se pasa pronto cuando las mieles amargas del fracaso o las garras crueles de un gremio vanidoso y guerrero por antonomasia le dan su inmerecido. Presenté un texto de corte autobiográfico como creo que son todos los textos del escritor bisoño que hace sus primeros experimentos generalmente imitando a alguno de sus ídolos. Recuerdo perfectamente que el personaje que contaba sus afanes y afugias con la gran ciudad se llamaba Tontríz, en un juego inocente con la palabra tristón y el equívoco de sus aventuras; pero no era que quisiera presentar a un personaje tonto, más bien, creo, quería llamar a la ternura en lo que contaba y la forma acaso un poco barroca (acababa de leer Los pasos perdidos de Alejo Carpentier por consejo del escritor César Pérez Pinzón quien a la postre era cuñado de mi patrón en una imprenta) se encargaría, talvez de mostrar el talento en ciernes. No recuerdo bien el momento de la presentación, lo que si recuerdo como si fuera hoy es que, con el afán de intentar “influir” un poco o mostrar mi interés en ser aceptado me presenté una segunda vez y esta vez las ya acendradas barbas y el estilo desdeñoso del ayer entrevistado me intimidaron profundamente. Preguntó mi nombre y consultó un listado, luego me respondió secamente que debía esperar el proceso de selección ante lo cual sería llamado.
Nunca más volví a saber de Isaías ni de mi texto y ayer (claro que en medio de la cantidad de información que un diletante busca acerca de su afición algunas veces ese nombre apareció en alguna noticia pero nunca en reseña alguna, tal vez artículos periodísticos de la casa editorial El Tiempo, a la postre otra de mis decepciones) entre las anécdotas risueñas y de voz engolada del personaje, me enteré de que, entre otras actividades, había sido fundador de la Unión de escritores de Colombia y fue tan franco al declarar que no cree que el gremio de escritores llegue algún día a tener una solidez y fuerza tal que permita alcanzar realizaciones en bien propio de aquellos que no tienen ni el dinero ni las influencias necesarias para cultivar y promover su arte, como si lo han logrado otros países, que me hizo pensar en cuanta razón tiene, pero también me hizo caer en la idea de que el destino de los escritores de una nación tiene que ver directamente con el desarrolllo histórico de su pueblo y, realmente, nuestra historia, y la historia de la generalidad de los pueblos latinoamericanos, excepción hecha de México, que quizás por la cercanía al sueño americano y por esa estirpe guerrera que ya ha trascendido la historia, pero que, en contraste con el pueblo Inca, no se ha dejado sojuzgar por la tecnología, por el vértigo de la modernidad y por la debacle de las costumbres, antes bien, ha usado toda su mitología, toda su parafernalia alógica, mística, de misteriosa solidaridad de manada de lobos; y ahí es donde tal vez nuestra historia sólo tal vez esté empezando a despertar.
Me pregunté si ese hombre que hasta hoy me doy cuenta es tímido, nervioso, cobarde, vio también en mí sus características y entonces tuvo miedo de sus privilegios, los mismos que el sistema ha estado usando con los que son  impresionables y tienen algún talento y para mantener su status quo los adoctrinan en mansedumbre, y la vieja táctica de palo, pan y zanahoria. También me percaté de que los pueblos con tradición e historia todavía usan el mecenazgo, acaso de una manera muy diferente que incluye hoy las parafernalias del capitalismo salvaje y bandido, pero también recordé el relato de Robert Walser Los artistas en el que retrata la corte de un príncipe a donde llega una compañía de representantes de todas las bellas artes y los instala allí, poniendo a su disposición sus bodegas, sus cocinas y recomendando a sus aúlicos y cortesanos tratarlos como a seres dignos de admiración y respeto, y a tal punto llegó la fascinación en ese principado que la duquesa preferida del príncipe fue seducida por el poeta quien luego ferió su golosa realeza enamorándose de una de las sirvientas. Pero ese no es el punto: Fue tal la vida regalada y llena de placeres que la compañía degeneró en un hastío y una apatía terribles que los obligó a pedir al príncipe les otorgara el permiso de ir a seguir buscando la utopía, a seguir guerreando con el acaso, a buscar las musas en la necesidad y la carencia. Qué diferencia con la vida del artista moderno, ese parásito cabildeante de las mieles podridas de una cultura relamida, llena de remilgos y encima degenerada en canibalismo mutuo que disimula sus aromas putrefactos con el perfume del mutuo elogio. Al único nobel que este país ha tenido lo salvó de ese triste destino de lamesuelas el saber combinar la malicia mestiza con el riesgo constante de contar con gracia y sin miedo,  eso sí con la tontería del que sabe guardar el pan para la leche.        

   

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