sábado, 11 de febrero de 2017

DE DONDE BROTAN LAS FUENTES DEL AFECTO

(A propósito de uno de los libros escritos por una de las musas de Philip Larkin, Maeve Brennan)

Entonces uno se quedaba maravillado de pensar ¿de dónde brotan "Las fuentes del afecto"? de, cómo acaso la diferencia estaba en las formas de hablar para referirse a los otros. Esta madre le decía a su hijo, su cómplice "ya ves como me trata"; -el marido- pero a continuación añadía "Hubert no es capaz de ser mejor"; y ciertamente por motivos que no eran desdeñables para mostrar una forma sutil de desprecio como es ignorar al otro después de que pasan los años febriles y viene el hastío. De modo que uno concluía, por acá lo mejor que podría decirse: "Tenemos que tener paciencia con ese imbécil".


Pero esa fuentes del afecto eran también un hermoso río dublinés de los mismos años en que otro dublinés célebre se debatía con sus Earwicker y Ulyses; por eso llegaba uno a pensar que así ha sido y será (¿?) siempre: Los espíritus bellos aferrados a las cuerdas del títere moral que mueve cupido, por un lado, y por el otro, espíritus sublimes de artistas que hunden lo mejor que pueden sus narices en el barro rebelde y todo aquello sumido en la semi-penumbra tratando de atrapar alguna gema prodigiosa.

Así que se le ocurría a uno un contraste: Aquel dedo delicadamente parado que en la caja tonta y vertiginosa, cuando los ríos hermosos aún existían pero escondidos de todas las inmundicias modernas que negaban el afecto, que anunciaba que las vías diplomáticas a las cuales se tenían que ceñir los funcionarios del estado no estaban abiertas para conflictos personales. Mientras, aquel otro dedo tiesa y malogradamente parado -por la corrupción de las fuentes del afecto- se quejaba de que sus iguales no salieran a rodearle por decir: "Esto no es para 'venecos'" pero tal vez el contraste no era afortunado.

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