Vengo a preguntar, amiga, conocida
¿dónde vive, puedo hacerle la visita?
Pues si anoche en el momento en
que pedía
al ángel del último pensamiento
que
tomara de la mano a mi sueño
y lo llevara a buen puerto
vino usted a rascar con su deseo la
cabecera de mi cama;
todo porque en la mañana mientras iba
de pasada
me agarré de la rienda de su trenza
hecha con crines de yegua alebrestada,
es porque el aire de su deseo le
corcovea;
y eso que fue sólo un instante,
¡qué de festín se hubiera dado su uña
con mi desolada carne.
PS.: Cuando este poema fue a ser
entregado, su autor debió escribir en el aire de los corcoveos: ¡Amiga, no me
gustan los números, me gustan las letras!
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