jueves, 18 de agosto de 2011

LA PROBADA

Casi se dan un beso distinto del que por el ritual de socialización se da en las mejillas cuando por la avidez de buscarse en medio de la multitud que cruzaba y entraba en la cafetería donde se habían citado dieron de cara boca con boca y acaso fue la causa –descontado el hecho de la alineación de tiempos y ánimos- de la particular atmósfera que se vivió a continuación:
—Veo que entonces lo trajiste –le dijo después de mirar con un poco de disimulo bajo la mesa.
—Pero claro que lo traje, mujer ¿me lo quieres probar? –sus ojos chispearon al tiempo que hizo un movimiento de casi que de mago, igualmente bajo la mesa.
—Ahí lo tenemos con sus “javieradas”. Pero qué quieres que pruebe si se podría decir que ya lo conozco –le dijo casi con ternura.
El ambiente se caldeaba más al calor del intenso verano y los dos pensaron al mismo tiempo si no hubiese sido mejor pedir helados en lugar de cerveza, pues después de la primera quería otra y luego otra y después otra más, y él que ya estaba luchando con su cerebro vertiginoso «Quien iba a pensar que el amor, ese informal/se acordaría de ellos, tan formales...»; y ella que también empezaba a ponerse un tanto romántica con la música cross-over «¿cuánto hace que no te invitan a bailar?».
—Ah, y hablando de todo un poco, me contaron que también se lo probaste a Adalberto, y a Orlando, y a Juan Carlos –dijo ya en un tono serio.
—Uff –resopló hacía arriba y el mechón dorado jugó con sus ojos ávidos (los de él)- y ¿quién fue el chismoso?
—reserva del sumario.
—Sí, es cierto y no se puede dejar de mencionar en algunos un cierto desaseo.
— ¿Pero qué, es bueno o malo?
—A mi me parece bueno; es un cierto sabor a mar.
— ¿Por lo grande o por lo penetrante?
— Sobre todo por lo salado.
—Ah, la sal de la vida –suspiró.
Llegaron las cervezas rezumando espuma y al unísono se lanzaron sobre ellas con una cierta timidez mal disimulada. Ella fue más atrevida y se lamió el dedo después de limpiarle el bigote.
— ¿Y bien? –inquirió ella después de un rato.
—Me imagino que tú también lo trajiste –respondió con una cierta incomodidad teñida de modestia.
—Desde luego, pero sácalo tu primero. –dijo ella con cierto aire sumiso
—Que sea al tiempo.
Y los dos se dieron probaditas dialécticas del tremendo río que con orgullo se plasmó en la Opera Prima que los bien blindados editores oficiales contra fiascos de influencias se habían dignado otorgarles como premio a su disciplina solitaria aunque estuvieron de acuerdo en que los editores privados también se blindaban, pero ellos lo hacían contra fiascos económicos; sólo que de fiascos económicos también salían editadas obras que eran fiascos del espíritu.




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