viernes, 12 de agosto de 2011

De cómo armar un parche en tres pasos

EROTISMO EN LAS CALLES
(O como armar un parche en tres pasos)

I
Estaba allí parada frente a un negocio actual de esos de barrio: rejas de hierro, mil carteles de “cómprame” y una advertencia perentoria: “El que fía no está y el que está no fía”. Cuando el foco tedioso la ponchó en aquella pose: la cara bella de salmo 23 años en contraste con el pie izquierdo en pose chueca y el derecho actuando de talanquera que recuerda ese desparramarse a que invita el placer (ajena de cánones estéticos aunque ¡con qué personales-téticas); con el medio perfil del siempre anhelado chulo tirando a u, Vo.Bo. de los exámenes o las facturas que ahora se llama ingles atosigado de no sé que ínfulas, un espíritu súbito bajó por el pelo y subió hasta el guargüero afilado de unos ojos chispeantes: “La niña que se para mucho menos, pero se para mucho mejor”.

II
Ella sintió que la única tela que le cubría el ánima se le desnudó con una sonrisa y el espíritu súbito primero reflexionó: “una pelea; una pelea entre el gallo y la batea” (cuando la pobre batea tenía en aquel entierro apenas las velas de servir de envase al trigo que atacase un furioso pico) y luego de analizar tres, cuatro, cinco pasos de un pompis varonil y bien garboso replicó: “¡Más único serás vos!”.

III
Él no quería borrar la película que había empezado a hacer sin guionista: Un cartel de pañales “Pequeñín”, un brazo moreno con bordado computarizado: Fruco (y mira como sale, es rojita; eso sí es ketchup); otro brazo adosado al pecho con una libreta, cuaderno, minuta, lista de sentencias, o negativas de indulto y un minino valiente que salía siempre a dar vueltitas y saltar charcos que le exigieran, pero nunca más allá de mojarse la cola (esta vez el caudal había excedido los cálculos). Así que se devolvió haciendo de Pedro caminando sobre las aguas.
—Disculpe usted, ¿tiene horas?
—Las mismas de ayer a esta hora –y puso esa cara que ponen ellas de ¡qué fastidio!
Pero Cristo-Bon-Ice pasaba por allí a esas precisas horas y lo cogió de la mano con dos suculentos Chococonos, gelatos pura técnica italiana.
—Aquí tiene usted, se ha ganado el premio de la simpatía
Y se fueron ya que no había que marcar tarjeta a donde pudieran arreglar la pelea que ya había empezado cuando ella displicente cogió su gelato por el rabo y en vez de ofrecerlo al día radiante lo dejó colgando de una mano-garra morena y huesuda
—Ya veo, no le gusta el Chococono
—Ah, pero claro es que lo estoy dejando de-rre-ti-rse.

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