viernes, 20 de abril de 2018

ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE UN GENIO





Amanezco,

parando la oreja encuentro una dirección

un lienzo deletéreo insertado en el silencio

del tiempo como muecas del eco

en la pantalla interior de un murciélago,

o de un loco

ciento sesenta y cinco; y siento

extiendo los brazos del corazón

los años, abrazando un paraninfo

la avenida y la calle: 65; uno siente

esa fuente junto a la que se sentaron contigo

tantas cópulas de café instantáneo

en venganza porque no se aprendían, todavía

los silogismos y el natural delirio permanente

viendo boquear con nuestras tristezas a los peces,

pescando uno con la astucia del cuenco de la mano

-aterrizar del suelo del agua en el cielo-

para tu hijo

qué iba a entender de bailarinas del conocimiento, él

que se extrañaba de que empezaras a ver nítido

las sombras de los fantasmas de antiguos teólogos

que purgaban sus pecados reales en las ilusiones especulares

de los triviums y cuatriviums....

y sus preguntas, como orejas pegándose a la actualidad

de los edificios donde muchachas díscolas

que escalados los lomos del espectro técnico

esconden en sus apartamentos con la sombra de sus voces

la mentira y el jadeo que viajan hasta hacerse gasas

sólo reproducidas por el latir de los perros

pero que se van a dormir y pagan hospedaje

a los cedazos que recogen el oro en cintas de magneto

Las palmas seguramente recogen tu grito, ahora

que la sintonía afina la lente en semejante nebulosa

'Rodin no usa el color, por tanto no es él;

tampoco Monet es el que descubre la magia,

soy yo, el colorista que ha de abrir el ojo de la adoración,

el pintor del futuro'

entonces, se van a ese parque, las voces de los heresiarcas

-“quizás por sentirse incomprendido”-

y descargan tu temblor como un lugar común,

donde se mean y escupen todos los intelectos cuando ya no hay donde:

Es-pe-culación, con la que deslumbran a la mezquindad, esa piquiña

que no te obliga a rascarte la humilde admiración:

«sólo después de la muerte se reconocen los genios»

mientras, desde allá, desde ese sésamo de interesantes bandidos

de excelentes fijadores del miedo escénico,

se echan a fundir en el crisol toneladas y toneladas de materia prima,

papel moneda de las efigies de la sobremesa o de la cena

pero se olvidan de espumar -al menos con un título- la escoria

que curiosamente venció a Lot y a su mujer, esa bandida

y se olvidó que yo, desde el principio de los principios ya tenía

la cámara transmitiendo, en vivo y en directo,

sin apuntador y sin ingeniero porque, contigo,

le echó una pizca de tu oreja al huevo

que eclosionaría en polilla de todos aquellos

sin el dolor de parto del metro y el boceto

sin la logística del reparto, sin el vaho del vino coctelero

sin el diván de Freud y, sobre todo

con la bendita gana de babearte, hasta el desayuno

en mi blanquear los ojos.












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