sábado, 25 de noviembre de 2017

DE BIBLIÓFILOS Y RETÓRICAS


(Un texto a propósito de homenajes póstumos a Fernando Calle)
¡Qué duro es el pan cuando no es de uno! Es la primera frase que se me ocurrió con ocasión de escribir estas líneas. Su leit motiv es el homenaje póstumo a un hombre de letras, José Fernando Calle, que hace la separata lietraria de un pequeño pasquín que recrea la movida intelectual de Manizales: Quehacer cultural. Y lo de pasquín no es necesariamente despectivo, es porque se corresponde con esa idea comunistoide y por eso odiosa, de la tutela del Estado para el actuar de los artistas. Entonces viene el problema de quienes son los que se afilian y participan de la tribuna, ni siquiera de las dádivas; las dádivas se las lleva el director del pasquín por su trabajo. Y viene la idea de que los que utilizan esa figura comunistoide son burgueses de alto coturno. Pero la digresión no es culpa del muerto, es culpa del equívoco que le provoca la marginalidad: confundía a Andrés Calle y su obra, “Palabras de pan duro” con el avatar del tuitero exitoso –hasta eso- Fernando Calle, hasta que vio su fotografía en uno de los obituarios: Era ese señor respetable y de figura carismática que se atravesaba a veces en los pasillos de la facultad de derecho de la universidad de Caldas y nos miraba con un interés especial; pero nunca nadie nos dijo nada.
Pero el equívoco también tenía su razón de ser: la separata literaria del pasquín reproducía las palabras de cuatro personajes, dos de alto reconocimiento gremial e intelectual y otros dos de menos figuración; dos peones, dos engranajes, por decirlo así, del sistema de tamizado de aspirantes a la palestra pública. Más lo que descolló en nuestra mente fue el escrito de Tomás David Rubio, un librero de la ciudad que seguramente tiene su fanaticada pero que no descolla en los mentideros y escarceos de salón. Y el asunto era el de la importancia y profundidad del mundo de los bibliófilos; ese mundo tan interesante y enmarañado. Comenzó con una minucia retórica: A primera vista no resultaba correcto el “A la sombra de las hojas son la evidencia de cómo lo que lee un hombre termina siendo su vida misma”. Si es una serie de columnas o de reseñas reunidas en un libro, lo correcto sería que “ A la sombra de las hojas es...”, pero resulta que A la sombra de las hojas  es el título del apartado que el boletín de una librería tiene, para sus lectores y clientes, destinado para las reseñas encargadas a ese personaje particular. Y entonces el asunto se hace más interesante aún: Hay una sesuda reflexión de cómo, desde la inquietud de un músico como Jhon Cage, quien crea una obra a partir del I Ching , que como bien se sabe, es una serie determinada de exagramas que inducen, según el momento actual de quien los convoca por un procedimiento azaroso, a que el convocante cree lo que puede ser su linea de acción, de reflexión para ese momento determinado; según lo que uno entiende a partir de las palabras de Tomás, el homenajeado en ciernes tenía una especie de don creativo en su escogencias bibliófilas y el tratamiento creativo en las que creaba “...por encima de todo, un lugar  artificial, abstracto en el que se mueven copos de exclamaciones, clichés exquisitos, monólogos dispersos y fragmentarios”, citas de citas, un palimpsesto infinito (las palabras anteriores entre comillas son de Giorgio Manganelli) y a continuación el autor, Tomás Rubio, cita “¿pero es que alguien vive, imagina o sueña en orden?” (Pierre Jacomet) y acaso para alguien pueda aparecer claro que la intención del autor es oportunista: meter a su auditorio en los meandros de lo que administra, pero a nosotros nos viene a mientes ese mundo intrincado del editor, que también tiene que ser un bibliófilo, y piensa en ese titán Jorge Herralde, y en como la capacidad del editor de descubrir las miserias del escritor y a partir de esas miserias, añadidas a la feroz lucha del capital por mantener su autonomía sobre ideologías, credos. filosofías, egos, contruir un imperio, no sólo económico, sino también intelectual, en el que confluyen intereses, políticas, miserias, juegos sucios, mentes lúcidas, mentes maquiavélicas y, a veces, la ingenuidad del artista, que es, siempre, el bagaje del artista autentico, lo otro son calculos de ajedrecista.          



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