(Un texto a propósito
de homenajes póstumos a Fernando Calle)
¡Qué duro es el pan
cuando no es de uno! Es la primera frase que se me ocurrió con ocasión de
escribir estas líneas. Su leit motiv es
el homenaje póstumo a un hombre de letras, José Fernando Calle, que hace la
separata lietraria de un pequeño pasquín que recrea la movida intelectual de Manizales:
Quehacer cultural. Y lo de pasquín no es necesariamente despectivo, es porque
se corresponde con esa idea comunistoide y por eso odiosa, de la tutela del Estado
para el actuar de los artistas. Entonces viene el problema de quienes son los
que se afilian y participan de la tribuna, ni siquiera de las dádivas; las
dádivas se las lleva el director del pasquín por su trabajo. Y viene la idea de
que los que utilizan esa figura comunistoide son burgueses de alto coturno.
Pero la digresión no es culpa del muerto, es culpa del equívoco que le provoca
la marginalidad: confundía a Andrés Calle y su obra, “Palabras de pan duro” con
el avatar del tuitero exitoso –hasta eso- Fernando Calle, hasta que vio su
fotografía en uno de los obituarios: Era ese señor respetable y de figura
carismática que se atravesaba a veces en los pasillos de la facultad de derecho
de la universidad de Caldas y nos miraba con un interés especial; pero nunca
nadie nos dijo nada.
Pero el equívoco
también tenía su razón de ser: la separata literaria del pasquín reproducía las
palabras de cuatro personajes, dos de alto reconocimiento gremial e intelectual
y otros dos de menos figuración; dos peones, dos engranajes, por decirlo así,
del sistema de tamizado de aspirantes a la palestra pública. Más lo que
descolló en nuestra mente fue el escrito de Tomás David Rubio, un librero de la
ciudad que seguramente tiene su fanaticada pero que no descolla en los
mentideros y escarceos de salón. Y el asunto era el de la importancia y
profundidad del mundo de los bibliófilos; ese mundo tan interesante y
enmarañado. Comenzó con una minucia retórica: A primera vista no resultaba correcto
el “A la sombra de las hojas son la
evidencia de cómo lo que lee un hombre termina siendo su vida misma”. Si es
una serie de columnas o de reseñas reunidas en un libro, lo correcto sería que “
A la sombra de las hojas es...”, pero
resulta que A la sombra de las hojas es el
título del apartado que el boletín de una librería tiene, para sus lectores y
clientes, destinado para las reseñas encargadas a ese personaje particular. Y
entonces el asunto se hace más interesante aún: Hay una sesuda reflexión de
cómo, desde la inquietud de un músico como Jhon Cage, quien crea una obra a partir
del I Ching , que como bien se sabe, es una serie determinada de exagramas que
inducen, según el momento actual de quien los convoca por un procedimiento
azaroso, a que el convocante cree lo
que puede ser su linea de acción, de reflexión para ese momento determinado;
según lo que uno entiende a partir de las palabras de Tomás, el homenajeado en
ciernes tenía una especie de don creativo en su escogencias bibliófilas y el
tratamiento creativo en las que creaba “...por
encima de todo, un lugar artificial,
abstracto en el que se mueven copos de exclamaciones, clichés exquisitos, monólogos dispersos y fragmentarios”,
citas de citas, un palimpsesto infinito (las palabras anteriores entre comillas
son de Giorgio Manganelli) y a continuación el autor, Tomás Rubio, cita “¿pero es que alguien vive, imagina o sueña
en orden?” (Pierre Jacomet) y acaso para alguien pueda aparecer claro que
la intención del autor es oportunista: meter a su auditorio en los meandros de
lo que administra, pero a nosotros nos viene a mientes ese mundo intrincado del
editor, que también tiene que ser un bibliófilo, y piensa en ese titán Jorge
Herralde, y en como la capacidad del editor de descubrir las miserias del
escritor y a partir de esas miserias, añadidas a la feroz lucha del capital por
mantener su autonomía sobre ideologías, credos. filosofías, egos, contruir un
imperio, no sólo económico, sino también intelectual, en el que confluyen
intereses, políticas, miserias, juegos sucios, mentes lúcidas, mentes maquiavélicas
y, a veces, la ingenuidad del artista, que es, siempre, el bagaje del artista
autentico, lo otro son calculos de ajedrecista.
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