martes, 4 de noviembre de 2014

LA GESTON DE DIOS


LA GESTIÓN DE DIOS
Dios no era perfecto en aquel tiempo. Era demiurgo: De-mi-(h)u-rgo, y en su calidad de tal se asumía como constructor. Estaba dedicado a insuflar el fuego en los seres. Pero algo extraño sucedió: La boca con que el fuego era trasladado de su ser a las criaturas se selló; sólo podía, mediante el mismo esfuerzo que hace el trompetista para tocar con éxito su instrumento, insuflar el fuego, sólo que su éxito con el fuego era mínimo. Entró en profunda depresión. Los elementos dijeron que había que acudir en su ayuda; entonces la obsidiana se restregó contra el rayo y se hizo cuchillo, pero la boca no cedió. La era glacial se hizo y la situación fue catastrófica para la maravillosa naturaleza que había alcanzado a construir. El Hierro entonces tuvo unas larguísimas nupcias con Obsidiana – Gea, la tierra, participó desde sus entrañas- y el acero nació pero tampoco fue capaz de abrir el orificio. Fue preciso que el diamante, nacido de sí mismo por obra de la humildad del tiempo –y que no era otra que Dignidad, de-ígnea-edad en su substancia invisible- viniese para que en un pequeñísimo lapso de luz que se unió a una cierta pose sensual del diamante, abriese nuevamente su boca.
Fue en esa era que nacieron todos los pusilánimes. Ahora que Dios es perfecto está dignamente retirado. Dejó la palabra en su representación. Pero los hombres obnubilados por ciertos espejismos no saben que, por ejemplo, la palabra gestión quiere decir: Gesta-en-ti-no, Entonces algunos descendientes de los pusilánimes que entendían un poco de habla y pensamiento porque recibieron un poco más fuego de vinieron a hacer la labor de todos los que desesperadamente intentaban tirar con la vida.
Los actuales gestores de cultura no saben aún que en aquella era tan triste y fatídica también nacieron los lobos, esa raza feroz y adaptable que mata por matar cien o mil ovejas y sólo se come una. Era el espíritu desesperado de los pusilánimes que quería entender como corre la sangre, el vehículo del fuego, para ponerla a correr en sus cuerpos.
FUEGO: Fe en que se echa el ego.

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