FÁBULA
DEL DONAIRE Y LA SENCILLEZ
Cuando
Donaire se encontró un día por los caminos de la vida a la
sencillez, Vida era todavía una pequeña niña que poseía fuerza,
exuberancia, y algo parecido a lo que los hombres llaman belleza; pero realmente, en orden, precisión y contraste entre fines y medios,
la belleza de Vida era mucho más que eso. Por eso esta chica que a
la que también llamaban Naturaleza puesto que aún las niñas de
sus ojos no abrían el foco de una manera que pudiera avistar a
Conciencia, se propuso que iba a ser un personaje importantísimo en
el Reino del Acaso y para empezar se dio a la tarea de encontrar,
casualmente a Donaire y Sencillez.
Cuando Sencillez, quien a diferencia de Donaire, que le gustaba hacerse notar, prefería pasar desapercibida vio venir por el sendero a Donaire, el corazón se le encogió en el pecho con un espasmo de suspenso, pero Valentía quien compartía esta cualidad de los espíritus sutiles con Donaire, sólo que Valentía gustaba de hacer visitas intempestivas y totalmente extrañas, pues en ocasiones que se le necesitaba perentoriamente, no aparecía ni por que se le rezaren cincuenta misas, acudió en su ayuda:
Cuando Sencillez, quien a diferencia de Donaire, que le gustaba hacerse notar, prefería pasar desapercibida vio venir por el sendero a Donaire, el corazón se le encogió en el pecho con un espasmo de suspenso, pero Valentía quien compartía esta cualidad de los espíritus sutiles con Donaire, sólo que Valentía gustaba de hacer visitas intempestivas y totalmente extrañas, pues en ocasiones que se le necesitaba perentoriamente, no aparecía ni por que se le rezaren cincuenta misas, acudió en su ayuda:
—A
ver, me gustaría mucho conocer lo que usted tiene dentro— le dijo.
Donaire,
quien con el tiempo y después de mucho estudiar los embates de Azar
y sufrir sus atropellos había ido a la Notaría de las
Significaciones (¡quién lo notaría!) a cambiarse el nombre por el
de Garbo, pues llegó a estar tan pendiente de su condición de globo
inflado, que fue al quirófano de las Geometrías a que le
practicaran un by-pass entre rabo, cabeza y est(ó)-mago; así, no
iba dejando por ahí regadas sus ex-cre(e)-(es)-cencias y quien no se
cocía al primer hervor, le dijo:
—¡Humm,
pero qué! ¿tu quién eres, acaso no te da vergüenza andar por ahí
como una brizna que trae y lleva el viento?; mira, yo tengo
inteligencia, imaginación, poesía, teatro, tengo magia y tú, ¿qué
tienes?
—Vaya,
pues entonces muestra, porque a decir verdad, me parece que si
miramos a fondo no somos muy diferentes del bulto con apéndice de
colgajo o de oscura guarida que se encabrita o se inunda cuando el
amor o la sangre los concita, sólo que la sangre sola no deja de ser
río colorado de misterio—. Sencillez bajo la cabeza con una
naturalidad que estaba lejos de poder ser tomada por congoja y en la
arena sobre la que estaba parada fueron dibujándose, como si sus
ojos fuesen estilos, pequeños jeroglíficos indescifrables. Cuando
levanto la cabeza de nuevo, dijo con ojos serenos:
—tengo
bondad y alma.
Donaire
titubeo y se sonrojó enormemente, pero enseguida se repuso y dijo:
-¡Aja, coño! ¿y qué crees que guardo cómo el más grande tesoro?
-¡Aja, coño! ¿y qué crees que guardo cómo el más grande tesoro?
Ese
día nació la emoción llamada amistad y Donaire y Sencillez pasaron
largo tiempo estudiando inglés.
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