UN RATO EN EL AYUNTAMIENTO DE UNA CIUDAD CUALQUIERA
Ella es linda. Pero ya sabemos que lo lindo tiene que ver con lindero. Para lo bello hay
que entrar al predio y averiguar por los precios. Se pone las manos en el bajo vientre
cuando sale de la oficina al pasillo para atender al visitante. (Qué significa aquel gesto,
pudor acaso, o esa insinuación masculina vulgar normalizada en las mujeres de
llevarse alguna mano al centro de las piernas cuando una situación sensual, erótica,
intensa les increpa). Ella está en el ayuntamiento de un pueblo de provincia, pero no
cualquier pueblo, es un pueblo que podría ser un barrio de una capital importante.
Total, no es ningún ayuntamiento de esos que están medrando al margen de los
poderes económicos, políticos, de conocimiento.
Ella estaba allá, detrás del parapeto que crujía aterradoramente cuando un usuario
apoyaba los codos con demasiada fuerza, como si le dijese, oye, anda con tiento,
descálzate del descaro que el terreno que pisas es sagrado. Ella ofrece una impresión
que pone a reñir lo lácteo de su producción de melanina con el rubio oxigenado de sus
cabellos bien cuidados aunque peinados de modo sencillo. Ella tiene una tendencia
muy común en las gentes de sensibilidad extrema muy poco acostumbradas al
autodominio. Así como cuando una periodista inteligente llega a un medio y la ponen a
dominar el acento para que no se adivine de que región viene. Curiosamente hay
muchos clientes para este tenderete de ventas de gobernabilidad y de mostraciones
del producto: lo que nos importa es la gente; lo que nos importa son los derechos
humanos: Personería Municipal.
Como la entrada es estrecha y el espacio de atención al usuario es exiguo hay que
mostrar que no se es un vulgar indolente atacado de exigencias al estado providencia
(aunque no es tal: ya hasta los más ignorantes saben que el asunto va de una rapiña de
leones con buitres, hienas , hasta que las poderosas y multitudinarias hormigas se
enzarzan en lucha cruenta con las diminutas por los restos para abono de sus
comunidades (ja, ja, ja, la hipérbole es muy desafortunada: las hormigas salvajes van
por los mendrugos grandes: un bote de pintura, una teja, un subsidio , un empleo para
afianzar el tejido de venta de servicios clandestinos). Pero hay pequeños focos que
claman por un poco de proteína: Justicia.
Ella está muy ocupada; de modo que el personaje sale al pasillo para que el ambiente
no se torne hostigante; y como el pasillo si es amplio y tiene vista de 360° pues se
descansa la vista y la ansiedad. Pero todo es anodino y soso: las hormigas de la
empresa de aseo llegando a su cuartel para terminar turno o rendir informes; las
reinas del panal de las diferentes dependencias exhibiendo sus más caros atributos en
función de salir de una oficina a otra, de cruzar, al frente, a lo lejos, al otro lado del
patio, una pierna sobre la otra para que el franco mirador apostado sobre la baranda
no enfoque su compás con tanto esfuerzo. Pero definitivamente es, al darse vuelta
para disimular el ser sorprendido, que allí, a dos metros, enseguida de la oficina que lo
hace esperar, como un símbolo sagrado, el aviso: DEPARTAMENTO JURÍDICO, en
letras rojas y grandes y debajo una vela votiva sobre la cornisa de la ventana; y
mientras mira y trata de hacer zoom sobre el objeto tan curioso que en todo el centro,
como el anillo de las setas en un día de verano que escurren como prepucio sobre el
glande colorado y seductor del sombrero, sólo que la vela no tiene sombrero, tiene
pabilo, pero no está encendido, piensa: Todo reino y todo cielo tienen que ser
ostentosos, mostrar boato, intimidar, sobrecoger, infundir respeto. Se acerca y resulta
que la vela votiva es una delicada y primorosa caña enana de bambú, verde, plena de
vida (o acaso sea de plástico que imita hoy tan bien lo real), sembrada sobre arena con
un mantillo de piedrecillas níveas a quien el devoto ha colocado un bonito anillo de
oro refulgente (es tan distinguible el oro para el conocedor del aparente goldfish) y, en
el preciso instante en que la mente quiere irse a imaginar la clase de amor de este
amante, acaso el director del departamento, acaso un amor grupal, de esos que hacen
de una causa su única empresa, cuando sale, como un celoso guardián que no necesita
uniforme ni dar detalle alguno, una diosa despampanante; su expresión es la de una
criatura caprichosa y mimada, su gesto de desdén de saberse venerada su ropa, escasa
–un topless de color ácido que resalta sus exuberantes pechos, una faldita ceñida de
cuadros que llega justo a dejar adivinar, no ver, la deliciosa frontera de las corvas- y
fina de marca pero de gusto vulgar –una falda escocesa que llegase a las rodillas y
dejase una abertura lateral hasta el mismo sitio descrito sería una expresión de gusto
y de clase-.
Y ahí está, justo en el momento de cruzarse los contradictorios conceptos de colegas y
antagonistas, ella. Mientras se acerca para dirigirle la palabra, pues allí, con las manos
delicadamente puestas sobre el vientre, su mirada le ha invitado ¿me necesita? , nota
que allá atrás, en el fondo, parada sobre el dintel de la puerta de la oficina, está la
personera que es a quien él solicita; junto está la ella otra , la rolliza hembra de bucles
vaporosos en su cabeza y unos remolinos de miedo en las caderas, a quien, una vez,
mucho tiempo atrás, con ocasión del Día de la Mujer, le espeto en la cara, en plena
calle, un piropo atrevido pero inteligente e incontestable, con el consiguiente
desplante ¿qué es lo que quiere? Los contrastes y el reino unido del poder; no, no el UK
sofisticado pletórico de la flema de los meandros lingüísticos y los melindres. La
personera es joven, cojea ligeramente y tiene un estilo cautivante por su sencillez que
no deja de mostrar inteligencia e inspirar respeto. Sólo podemos ofrecerle una gestión
de modo informativo para que el juez de la causa, puesto que ya le hemos gestionado un
amparo de pobreza y el consiguiente abogado, proporcione informes acerca del estado
del proceso. Usted sabe, la ley tiene sus procedimientos y sus términos. Es cierto que
usted está siendo abusado por gentes inescrupulosas y que como ciudadano de la tercera
edad debería tener un trato preferencial, pero nosotros no podemos hacer más.
Sí, ella era linda pero era una auxiliar y era joven y estaba tocando también las puertas
del poder sólo que con otras pretensiones. Pero era tierna y amable y tenía futuro en
ese vientre inspirador de machos competentes que pudiesen ajustarse a los requisitos
sociales para una vida de promoción y progreso de la familia, el Estado y la sociedad.
Entonces se fue con el peso de la incertidumbre encima y el dolor de la impotencia, no
de músculos o de órganos, sino de esa imposibilidad de las fórmulas y sus abusos. Y
ahí fue cuando se acordó de aquel otro personaje, ese si ahora impotente de un tal
Juan Justicia Arriba, mejor conocido como Jhon Updike y su atrevido Conejo. “Conejo
en paz”. Conejo tenía las venas llenas de grasa de pecana, de margarinas industriales,
de deliciosas mantequillas de maní y la mente rabiosa del rumbo que habían tomado
sus deliciosos y constantes orgasmos, cogiéndose a quien quisiera, incluso a su propia
nuera, la deliciosa aunque neurótica y medio bruta mujer de su hijo vago, vividor,
cocainómano y sospechoso de maricón por culpa del vicio, que ahora lo tenía al borde
de la quiebra. Así que empezó a consolarse un poco –consuelo absurdo y pusilánime-
de poder irse a aquel parque que le prodigaba tantas inquietudes y sensaciones que
estimulaban su mente con las travesuras de chiquillos y las actitudes de gentes y
mujeres aún plenas de humanidad y no, como el Conejo, con varios infartos encima y
todavía yendo a parques a rabiar y a esforzar lo que ya no podía; pero ¿no era
preferible infartarse o hacerse matar sacando de los cojones esa fuerza que todavía
tenía para poner a los abusadores, al puto abogado que parecía defender más a los
demandados que al demandante y al mundo en general que parecía estar
acariciándole las pelotas?