UN IMPACTO FULGURANTE
Fue un impacto fulgurante. “El regreso de Alicia sobre el muro”,
Alice (o)n-Muro, Alice Munro. ¿Alta poesía?, era probable; pero si se miraba de
un modo más pragmático, era mejor no repetir viejas equivocaciones. Tal vez
otra alta poesía. Era como el divisar
el fogonazo de ametralladoras y no reaccionar para agazaparse en la trinchera;
o acaso como maravillarse de pronto de unos juegos artificiales surgidos desde
la penumbra de una noche sórdida y obscura. Y pensar que, sin siquiera sospecharlo,
había ya empezado, antes de que el impacto le diera en plena crisma de la
conciencia –si es que se puede cometer el atrevimiento de decir que la
conciencia puede albergarse en una estancia tan irrisoria como la crisma- a
tejerle una tela ¿para bienvenida, para cebo, para responsos?, con hilos de la
secuencia: Odio, amistad, noviazgo,
matrimonio. Un telar a la usanza antigua. Porque si hablásemos de usos
modernos podríamos hablar de otra serie de secuencias; por ejemplo: Atracción, careo
–escarceo era una palabra demasiado noble y sofisticada-, lucha y muerte de uno
de los contrincantes. Sí, porque la estúpida imagen de cupido con alas
disparando flechas era ya un bagazo de vides pisadas por los mismos pies; ¿Por
qué no, más bien, una araña tendiendo su red –con todo el misterio que la
palabra ara-ña implica- y jugando de
tal modo con todos sus hilos que se podía dar el lujo de chuparse todos los
jugos de tres, cuatro, cinco víctimas a la vez, y dejar una preciada y escasa
presa pendiendo de la seda fuerte como el acero y con el peligro de que un
milagro la liberase y/o, la odiosa idea de que el bibliotecario general, señor
Azar, que ahora se podía llamar el solano
Alonso-¿podría tener el sol un ano donde meterle el dedo?- guardó la
secuencia original: Los hizo, los contrastó, los revolcó y los ligó, para que
apareciese, ¿dos, tres años, tres eras después? y anudar la puntada final? Un
simple libro con un título atrayente.
Pero las anteriores eran palabras de Pernod. Acaso se llamase Carlos, o
Mario, o Jacinto, Mas, de tanto decir perdón, con respeto disimulado
y sí, un poco de sorna, decidí
llamarlo Pernod. Era al tiempo como un trago sofisticado y una mala imitación.
Lo conocí una mañana deslumbrante en una pequeña cafetería de tente-en-pies
para secretarias despistadas, para albañiles desdeñosos del amor propio en
sitios exclusivos y, ¡oh contrastes! para damas muy aliñadas que no por mostrar
su sencillez se metían en agujeros peligrosos para el bouquet de sus delicadezas; para dejarse llevar por la corriente.
La dama de aquella mañana llevaba una boina blanquísima –pero solo por la
asociación de color calostro- y hacía recordar a aquellas matronas descritas en
la literatura francesa del siglo dieciocho: Matronas regordetas y de carrillos
sonrosados y expresión beata pero no por inocencia sino por molicie. No había
otro sitio, de modo que me senté al lado de aquel personaje de aspecto más bien
vesánico aunque perspicaz. La dama daba la espalda. Su galán hacía una oblicua
tan de frente a mi anfitrión como sus invectivas: Entonces, fulano, ¿Cuándo es el entierro para
acompañarlo? El transistor sobre la mesa se ufanaba en vano de música culta.
Ah, pues espere y verá que le voy a dar en la vena del gusto. El galán me miraba
con gesto irónico y retador mientras me
des-cargaba de mi mochila. Pues eso iba a
decir yo: Hasta cuando íbamos a descansar para ponernos a bailar? Empezó un
barullo con aliento a tigres del norte. ¿Cómo se llama esa canción? Es un
corrido mexicano. La mesa se debatía en un gatuperio de estuches de medicinas,
un maletín canguro, un vaso de agua, los ojos de un par de muletas que acaso se
esforzaban por cambiar de sobacos y el
personaje enfundando su identidad huesuda, lívida y con una cola de caballo por
cabellera digna de un Voltaire condenado a vagar por estos tiempos insulsos por
más que vertiginosos, en unos espejuelos que, ¡tristeza! si estuviesen
adornando una identidad más boyante engañarían de algún mago digno de contratarle
una magic’sessions. Se debatía con el
tiempo detenido de un reloj digital de buen ver entre sus dedos sarmentosos.
El galán era un hombre de mediana edad y
aspecto bonachón y saludable que, al tenor de mi riposta debió haber dicho para
sus adentros: Habrá que esperar a que se asiente la marea, los tontos están
cosechando. La dama mantenía su dignidad sin voltear
siquiera a husmear un poco los sucesos del entorno, Parecía
prestar atención a los consejos del galán: Es mejor que te tomes un yogurt
aunque te cause agrieras a que te atiborres de harinas y margarinas. ¡Vaya!
para tener tan buena dicción cómo es que se puede mandar de tal modo las manos
a los huevos? Un viejecito con aspecto de convaleciente de un accidente
cerebral cerraba el trío de la única mesa de enfrente. El personaje se acercó y
le enseñó con orgullo el reloj; el viejito asintió sin muchas ganas.
El café que me habían servido fue rindiendo
sus frutos contradictorios: Una euforia con amagos de taquicardia de una
atmosfera tensa. El hombre extendió un billete a la tendera. Por las mismas
calendas yo me erguía de mi asiento para proseguir mi camino y fue como si a la
dama le hubiese atrapado un remolino. La dama acababa de rechazar el
ofrecimiento del galán para que guardase las vueltas del billete. En el acto de
extender mis míseras monedas a la tendera, el sordo dorso de mi mano tropezó
con la servil recogida por parte de la dama
de los trastos; un vaso desechable estrujado
cayó al suelo. Amagué como todo un caballero para recoger la basura pero algún
anzuelo de orgullo me pescó diciendo qué pena y la vieja mostró que todavía
tenía arrestos para mascullar en la frontera del instante mientras me dirigía
una mirada aguda: “Un polvito que se ganó
un Garavito”.
- Perdón, dijo en un momento
que mi atención ya se desviaba de todos sus cachivaches, entonces que le parece
la niña de Julio -y se apresuró a añadir que estaba tan pasada por agua, como
si presintiera que estaba preparándome a decir que yo no conocía a ningún
Julio-
- No se sabe al fin si va a ser
niño o niña o un fenómeno, repuse,
- Bueno, pero es que ella ya está muy confundida
con tanta basura y tanto plástico para reciclar
- quien, la niña de Julio?
- La tierra
- Ah, ya veo.
- Es que se pone muy pesada y
se enloquece, bueno, perdón, los polos magnéticos se van a cambiar.
- Hombre lo que yo creo es que Atlas se la está
cambiando de hombro y por eso esta tan inestable
- Perdón, quien?
- Atlas
- Ah. Y se hizo un largo
silencio
- No sabe quién es Atlas?
- ¿Quien es?
- Un gigante que carga a la tierra en sus
hombros
- Perdón, pero yo soy muy realista. y sin embargo
he visto unos fenómenos que nadie me cree.
Y se largó a contar una historia bizarra de colores psicodélicos y
dimensiones y constelaciones que chocaban y que le decían que eran sueños o
alucinaciones de drogadicto. Pero nos hicimos amigos, basados en intereses
mutuos. El era el hijo y heredero único de un reconocido intelectual que murió
enloquecido por una sífilis que no se quiso tratar por vergüenza y orgullo. Su
hijo heredo la inteligencia débil y desviada. Tenía un albacea alcahueta que
trataba disimuladamente de acabar rápido
con él y quedarse con lo que quedaba. Yo por mi parte le aparecía como su
editor ideal por el simple hecho de que algún amigo de esos que se auto-promocionan
promocionando a otros, me había publicado algunas cosas y como acto de
desagravio por un comentario malicioso en el que se burlaba de mi diciendo que había
escritores que no escribían pero publicaban, por contra de los genios que escribían y sus obras se
quedaban como tesoros para ser descubiertos por algún agraciado de la fortuna.
Me hizo co-editor, halago que me resarció pero no aproveche.
Me entregaba sus cuartillas pulcramente mecanografiadas en una vieja
Brother. Cuando digo pulcramente quiero decir que se notaba en la separación de
las palabras, en la tabulación y las justificaciones porque de presentables
esos caracteres rotos, a veces sin tinta pero más bien sin ganas de seguir
martillando contra un rodillo gastado o unos resortes oxidados, vaya uno a
saber; debía repetir cuartillas porque no había un solo asomo de empaste
corrector.
Se la había ganado del modo más increíble –pero eso era explicable por
la odisea que tuvo que pasar antes de permitirle acercase-; Y, más increíble aún
era el hecho de que también le había inventado en la cabeza una historia en la
que una pareja mal avenida pero
resignada a sobrevivir a las riñas y contradicciones con tal de quitar peso al
maldito tedio y mantener las apariencias, Él era un académico como ella, pero
su orientación social del mundo era como del cielo a la tierra. Ella era una
mujer liberada, de temperamento festivo y concitador. El, por su parte era de
esos que se consideraban de una mente tan abierta que le pasaban por encima las
formas que tenían que inventarse los que gustaban de disfrutar de la vida sin
que la crítica, esa vieja chismosa y arpía que medraba en las instituciones,
les estorbara el camino. Es decir, el por ejemplo, sabía que las fraternidades
de la universidad estaban hechas para mantener en el plano ético lo que la
ciencia en el plano científico hacía con las hipótesis y las teorías: Salvar
los fenómenos para mantener aquello que ya muchos Berkeley habían probado que
eran humo aunque la piedra les siguiera dando en la cabeza. Pero eso sucedió
antes de que leyera el cuento siguiente del susodicho libro. Por eso aseguraba
que leía mientras dormía. Siempre que llegaba a las paginas en la vida real
resultaba que ya había tenido pensamientos relacionados con la trama. Y se moría
de la rabia -de la piedra decimos por aquí- ser un maldito imitador de Alice
Munro, eso sí que no.
Le había dicho: << Vamos,
sé que no te va a pesar irte de paseo un tiempo conmigo. Puedes aprender
algunas cosas. Si ya sé que “no tengo
edad para amarte” era increíble cómo podía pasar de Gigliola Cincuetti a
Nicola Di Bari. Que a dónde te voy a llevar? No seas tonta; igual podemos irnos
a revolcar nuestras miserias en un prado, lo que llamamos los vulgares
esplendor en la hierba, o tomarnos un café en la esquina mientras negociamos
las peripecias que podemos vivir en un viaje mental a las costas de san Andrés
y Pro-videncia, mientras nos embriagamos cada semana con dos cervezas y a modo
de amigos sin derechos pero con larguezas; lo que si sé es que vas a saber, con
lujo de detalles, que todos tenemos una fábrica de fuego y que esa fábrica es
la que nos sabe hacer felices sin necesidad de montar una distribuidora de
pasabocas con código de barras y registro en cámara de comercio. Sí, sabes, el
diablo es puerco, pero no porque se ensucie con los deshechos de nuestros fluidos vitales, sino porque se inventa la
forma de usarlos él para su provecho; te explico: A ti te dotó la madre natura
con una matriz y sus correspondientes ovarios; cada veintiocho días cae un
fruto del árbol que no fue aprovechado para que sembrara su semilla en sus
otros hermanos ¿cómo? pues usando el tiempo de gracia que hay entre luna y
luna; luna creciente y luna nueva; pero eso no es lo importante, cada cual
puede escoger la línea ética que le provoque igual que puede escoger la
tendencia sexual que le apetezca; lo importante es que nadie sabe que al fuego
hay que echarle leña. El fuego no es la llama, la llama es la candela, es el
signo visible de que hay fuego en esa caldera; y la sociedad moral nos enseña a
estar apagando nuestros incendios tanto pública como privadamente. Es tan
sencillo como la máquina reproductiva: si estás amamantando tu fertilidad se
detiene, del mismo modo que si no amamantas, esa es señal de que no hay que
producir más leche. igual nosotros; si dejamos nuestros orgasmos para que dizque
el sueño los organice entonces la sublimación le entrega al diablo la dicha y a
nuestra próstata una hinchazón desmedida; que la necesidad?, si Dios vivió
millones de años solo antes de que su big-bang dejara aparecer el esplendor de
todos los verdes era porque su mano era suficientemente sabia para no llevarse
la otra a la costilla y, en cambio, gajes del uno y el todo, podía meter su
dedo en el orificio que iba dejando señas en el camino sin volver la vista
atrás. Por eso los curas verdaderamente santos se vuelven infértiles: Estudios
reputados han comprobado que sacerdotes milagrosos habían perdido totalmente su
recuento de espermatozoides en su semen, prueba de que fue muy difícil
convencer a los pocos que colaboraron para llevar a cabo la operación de
extraerles su licor seminal mediante orgasmo; era caer en pecado. Lo curioso
del experimento es que de los cien sacerdotes sometidos a espionaje, a detector
de mentiras, a tortura virtual, los diez que cedieron vivieron más de cien
años, los que se resistieron fueron muriendo de una rara euforia que les causó infartos, cáncer, delirios proféticos,
etc.
Sos un absoluto loco, le había dicho, pero ese mismo día, después de
discusiones acaloradas pero intrascendentes: Aquí me quedo; yo me devuelvo
contigo; ya te devolviste unos kilómetros, ahora coge tu camino; listo. Como un milagro de Leonardo
Favio: Y… me das un beso.
El juego era cruel. Se comprobaba de este modo que Dios los cría y
también los junta. Cuando ellos se juntan es la tragedia. Si él hubiese sabido
que a mí sólo me interesaba que me invitara a emborracharme con él y que el
mundo hablara y se riera de mi fracaso literario, social, familiar, emocional,
que me regalase sus cuartillas que después vendía a un editor-lavador –los
nichos de mercado en el mundo globalizado se cruzan, se solapan, se
intercambian, pero nunca se juntan ni se contrastan (los palimpsestos ya eran
sólo formas de darle palo a incestos famosos)- y que me mostrara ese cariño
desinteresado que me acompañaba como un hermano, acaso hubiese sido capaz de
mandarme al cementerio. Si yo hubiese sabido que su holgura no era como se
predicaba: Muchos millones que le habían dejado a su nombre, había resignado la
posibilidad de que se los administrasen por ser un ser innoble y peligroso (lo habían convencido a fuerza de
desprecios, no te han dejado nada, somos misericordiosos contigo porque
queríamos a tu padre), yo se lo hubiese dicho y lo hubiese defendido.
Era por eso que me maravillaban sus peleas –que me confesaba a mí- con
Alice Munro. ¿Qué tenemos con este monstruo de armar historias; estamos ante un
retórico o ante un espíritu? Yo le pedía que se explicara, que a mi modo de ver
sus historias eran tan conmovedoras como bien construidas. Ah, no, replicaba,
vamos por partes: Hay una historias que son maravillosamente construidas, casi
todas, pero les falta algo que no he logrado descubrir qué es, y, en cambio,
unas pocas como cuando cuenta de Fiona y su amor de delirio mientras el marido
lo consumen los celos y la lucha interior entre el egoísmo y la comprensión de
esas otras partes de la psique, entonces es cuando uno se maravilla. me quedé
entonces pensando si no tendría razón cuando Coetzee, analizando la obra de un
holandés (Cees Nooteboom) dice que es él mismo, Nooteboom, el que es increpado
por el fantasma de Andersen: “Tus
historias no son convincentes porque no eres suficientemente desgraciado”.
Entonces tengo que aceptarle su teoría: Es que una señora rica que nunca supo
de la necesidad, debió aprender con sus muchos ensayos y errores, pero lo que
se salva de un artista se cuenta con los dedos, aunque todo se vende como pan
caliente, esa es la diferencia entre un artista y un mercenario del arte; te
vendes al demonio de tu comodidad. Ah, pero no te puedes negar a que supo que
tenía su “fábrica de fuego”, le dije. La muy puta.
Que por qué fue un impacto fulgurante, ya lo he dicho y, más porque al
ver de pronto como su silueta desgarbada que parecía haber tomado nota de mi
reconvención: No fue buena idea cortarse el pelo, cruzaba delante de mi
concentración que había aprendido a dejar de interesarse por cualquier sombra
que pasaba por su lado, pero como un destello de corazonada se plantó a guardar
sus cosas en la mochila y para disimular los nervios de dejar caer el ratón del
portátil lo dejó ahí preguntándose ¿quién va a querer llevarse tu queso? y ,en
cambio se puso a embadurnarse de bloqueador solar, lo que puso a mi
indiferencia trastabillante entre una
página, la siguiente y Ay Dios, de que me estoy perdiendo? Quieto en primera,
veneno; recuerda la vez aquella, dos, tres años, ella estaba aplicando la misma
táctica: un día me dejo ver otro no, y aquel día esa preciosa participante en
un foro, una conferencia, un concurso, un envío del cielo en el que no creías
cuando, al salir de las misas, cuando las damiselas iban y mostraban sus gasas
y lencerías de mirada y pantis asomándose por alguna imprudencia de la blusa y
a la salida ¡hola! Vade retro gili-ilusas
…tenía ese conjunto caqui como si estuviera en un safari y te miraba con esa
intensidad desde ese balcón que significaba una situación preferencial, justo
junto a las oficinas de administración. Se salió al portal y se sentó a fumarse
un cigarrillo y te inventaste el acercamiento: Hola, me podrías regalar uno?
Ay, lindo, sólo traje este, pero puedo compartirlo. La verdad es que no fumo,
pero igual podría volverme a envenenar sólo por la dicha de que me aliviases un
poco de esta tipa… Pero la tipa no era esta tipa, no era Alicia, era una bruja
saltando desde el muro; y tampoco te atreviste. ¿no sabías lo que es provocar
celos?
¿Eras tú, no es cierto? le espeté a la cara sin vergüenza aquel día en
que se desbordó gastando una cara cerveza artesanal que estaban promocionando
en la gran superficie donde todos se miraban de hito en hito como preguntándose
¿tan bajo pueden caer los artistas? y mi actitud de Jesús arrepentido de su
pasada vida les respondía: Y aún más bajo, hipócritas; ya no os voy a poner un
corazón de carne ahora va a ser de mármol, vais a esperar a que sea de
diamante?
Pero él me respondía a su vez ¿Perdón; qué si era yo? Vamos a suponer
que esta carretera es el jardín de los senderos que se bifurcan; ¿de qué lado
quieres que me vaya, del lado de la secta más siniestra y triunfadora o del
lado del camino que tiene ida y vuelta, es decir, la que rectifica a tiempo?;
perdón, ningún tiempo, Pierre Menard puede ser uno y todos los quijotes, pero
tú, sólo tú puedes ser tu Quijote, que-hijote de quién, pues de tu propia
determinación y albedrio, si quieres de tu puta-total-madre. Entonces es cuando
sabes si es que te faltan huevos o gónadas, porque puede ser que tengas huevos
suficientes, como los de ciertos imbéciles, crecen tanto que les desborda la
bolsa, sí, me vas a decir que el escoto, pero ahí es donde todo se vuelve güevonada,
porque hay muchos que las gónadas les son suficientes, porque no saben que el
escroto es-troco , puede ser largo
para contener los huevos o corto.
Aquella fue una noche absolutamente extraña. Nos habíamos ido al
parque de la mujer recién inaugurado. Devuélveme mis manuscritos, me dijo, no
los has leído. ya era pasada la media noche; habíamos hecho una pequeña hoguera
de hojas secas de los últimos estertores del único eucaliptus que habían dejado
en pie para cambiarlos por árboles de latón. los quieres, los tienes; y de un
manotazo saqué el manojo de mi mochila arahuaca que había resistido una sola
toma del re-medio, ayahuasca (allá tú asco) y los esparcí con primor de tahúr
que reparte la baraja; cogieron vuelo como pichones ávidos de nuevos nidos.
Entonces como un loco sacó su manguera de bombero pirómano, pero como estaba su
manguera tan brava que tiraba a alcanzar el mismísimo cielo, sólo atinaba a
hacer piruetas de enajenado que quiere partirse en mil fragmentos o en mil
goteras para acertar; sólo algunas alcanzaban el objetivo pero era como si
estuvieran surtiéndose en el mismo infierno, De modo que hice acto de
contrición y con un débil chorro que mi rabia logro hurtar a mi próstata
bandida que ayudada por mis botas punta de acero sacaron las alas chamuscadas a
aquella ave magnífica, salvé la hecatombe. Qué quería, cómo iba yo a mancillar
aquellas bonitas flores que se sostenían en su única desvergüenza, ser sinceras;
no eran cien bueyes, nuestras BBC de L(h)on-don, la de él roja, la mía negra, debían
recibir sus créditos. Quieres que te critique? pues bien, no vales una mierda y
las saco para poder probarte mañana que estoy en lo cierto. Conseguí, no sé
dónde, las últimas dos cervezas y nos partimos los últimos restos de odio para
compartir un camastro pulgoso de la galería, plaza de mercado o galemba; de dos a cinco de la mañana
cuando lo dejé mascullando sandeces.
Salía indefectiblemente entre las diez y diez y treinta al hall para
tomarse sus onces.
-
¿Considerarías que
es un acto de vasallaje si te pido un sorbo de tu yogurt? Sería lo mismo que me
regalaras un sorbo de tu orgullo
Se quedó mirando alternativamente su vaso, mi mirada chocante que se
manifestaba en un fruncir la boca con un gesto de decisión que quería alcanzar
la cota de desprecio pero a la que el latido del corazón obligaba a esbozar un
amago de sonrisa y el suelo.
-
Sería
verdaderamente ridículo si no lo fuera.
-
Ese es un buen
punto… que corrobora lo odiosa que puede ser una persona
-
Lo tomas o lo
dejas,
-
O lo deliciosa para
también demostrar de lo que es capaz
-
De que cree que soy
capaz.
-
De confirmar que
cuando sacaste dinero de la billetera estabas sólo queriendo significar que
estabas buscando el pasaje de la buseta.
-
Ay, ¡qué lástima!
Se acabó, ¿quieres? Y se fue a cargarse su mochila mientras yo me quedaba
sacudiendo un vaso con rescoldos de fuego sobre mi lengua sedienta. Un pelícano
atragantado con un atún.
Acaso esa era alta poesía, pues
contrastada con el último ingreso en el muro de mi amigo Pablus Orlandus
Gallinaceos, un amigo que conocí hace poco, alta poesía es como sigue:
“Un amigo de esos que todo lo discuten y de esos que aseguran todavía
que las estrellas son buñuelos y la luna pandequeso, me preguntó con el ánimo
de hacerme caer, por lo que es alta poesía: me lo lleve para la galería y nos
metimos a un bar. Nos atracaron y en ese instante salía un borrachito que ya no
podía sostenerse, en brazos de una furcia que le decía: "Tranquilo amor
que en el hotel me monta, aquí, no ves que es de mal gusto?" En ese
preciso instante sonaba "Amor de cabaret" ("y tú sigues nadando
en la nada"). El cuchillo que brillaba ya en el aire contra el vientre de
mi recién conocido amigo por no encontrarle nada en el alma de los bolsillos
se volvió a su vaina por algún mandoble de la ternura:
https://www.youtube.com/watch?v=BP2WesV0IQU
https://www.youtube.com/watch?v=BP2WesV0IQU
Entonces me fui pensando que mi amigo realmente está muy loquito por
los escarceos con la ironía. Quiere hacer aparecer que el Dios que invoca en su
entrada es el mismo que maneja el cielo virtual. No quiere imaginar o ¿no
puede? como lo he visto yo, cuando exhibo mis conocimientos de anfibio cultural
y social que se puede meter igual con asesinos que con glamurosos que la
justicia poética no es lo mismo que la putica justicia.
Esa misma tarde me busco en la tienda aquella de doña Bettina. Es que
era rico el café de allí, surtía los mismos efectos que el café de las cinco de
la mañana en la cama cuando entre los padrenuestros y avemarías de rigor -a los
viejitos piadosos los cuidan los espíritus vagarosos- venia la inspiración en oleadas
de chorro tibio para desecharlos luego en el chorro frio de la ducha.
Quizás por la falta de ese café y la falta de la ducha, era que había
tenido aquel sueño extraño de la madrugada: Soñé con el vesánico escritor
subido en una alta cumbre; miraba el atardecer y aleteaba y cacaraqueaba como
una gallina clueca. Estaba joven y bello. A su lado su doble trataba de
apaciguarlo: Tranquilo le decía, yo sé que tú vas a reinar en tu reino, el
reino del gran Dios. Él le respondía a gritos sin dejar de agitar sus brazos: ¡Mientes,
desgraciado! Tu eres Flaubert Arias Zapatus, tú vas a cantar tu opera, es
decir, edificar tu iglesia, en el reino de la decadencia y yo desertare en el
infierno de los principios, ve y reina y déjame a mi volar. ¡Linguas, ven a mí,
amada mía, ven! Me desperté y salí corriendo. Empezaba a clarear y no quise
volver a mi buhardilla, me quede vagando por ahí, en una extraña mezcla de sensación
de poderío y tristeza.
- Perdón, amigo, fue lo primero
que me dijo, esta vez es de verdad
- Tranquilo, Pernod.
- Pernod es lo que nos vamos a
tomar mañana. Ahora si vendí un relato.
Me aturdí pensando si esta vez es verdad quería decir del perdón o del
relato. Seria acaso posible que en el transcurso de la mañana se hubiera podido
encontrar con el ángel de la fortuna y vender un relato que, como este, hasta
donde iba era jodidamente bueno? iba acaso a perder mi pequeña teta y a la vez
la oportunidad de un buen compañero -porque de amigo todavía tenía mis
reservas; a menos que me considerara tan cuerdo como él se consideraba a sí
mismo-
-Bueno, y por que no hoy,
-arriesgue la posibilidad de seguir martirizando mi hígado y la poca serenidad
que me quedaba; ¿era ella la misma cordura?.
- Ah, sos un verdadero
aguafiestas.
- Más bien que nuevas galeradas
me traes, porque según entiendo lo tienes todo listo.
- Como no me cree, ahora yo
tampoco le doy más de lo bueno y va a tener que probar de lo malo.
Aunque esta era la era de la frescura, la era del dejar hacer y del
hacer en comunidad, especialmente en los espacios civilizados, en los espacios académicos,
en los espacios de esparcimiento, la socialización con los amigotes de la
universidad parecía un regateo de un puerto negociando esclavos. Si bien la acción
de marginalidad se hacía del modo más sutil posible -lo que no suponía
necesariamente elegante-, cuando se hacia la reclamación la explicación era
contundente: Sos un anarquista sin dote, un mercenario de la oposición sin
conocimiento de causa; en ultimas un raro. No sabes vivir. Sales con tus
guarradas. Todo porque, por ejemplo, cuando le decían a uno, entonces que haces
mañana? Voy para la zona de tolerancia. Ah, entonces por ser lunes de zapatero
te vas de putas. Voy a la biblioteca. Entonces se formaba el gatuperio y el
zafarrancho. Ves, eres un tipo impreciso, difícil de entender. Ustedes son los
que no tienen entendederas ?acaso es muy difícil reconocer y validar en sus
seseras las fronteras invisibles? Si, era el tiempo de la multiculturalidad,
del libre desarrollo de la personalidad, de la socialización inclusiva, pero lo
que se negaba con más vehemencia, por ejemplo la desaparición de las divisiones
de la cultura, era lo que más se hacía notar; había que hacer respetar el
derecho a participar de las buenas tajadas del presupuesto, de los espacios óptimos
para proyectarse, para promocionar los productos, con ciertas jergas que no
estaban, aunque estaban, en la democratización del saber. Había que ser un
maldito cínico y vicioso para poder entrar en los círculos de intercambio de
influencias? no necesariamente, pero si no tenías Master Card de pedigrí social había que vadear los bajos fondos. Y
lo peor era que parecía que un maldito designio metafísico se encargaba de
hacer una selección de exclusividades consistentes precisamente en que solo
unos pocos se atrevían a traspasar las fronteras del miedo. Si, existían, por
ejemplo, los centros culturales de sectores marginales, pero el populacho
denostaba de sitios donde la algarabía tenía que hacerle venias al silencio y
la sensibilidad ponerse los zapatos de la gravedad; los suecos del desenfado
eran mirados con reserva y la franqueza tildada de conflictividad. Bah,
pamplinas, sabían responder los que de casualidad dejaban abordar los temas; es
decir, los cancerberos para aquellos que probaban con el oleaje contra la
escolleras; había que meterse en los flujos y reflujos no como quien dice estoy
buscando ostras y bivalvos, sino, soy un delicioso caracol, cómeme con la
deliciosa salsa tártara de tus imposturas, voy a dejar que seas un brutal huno
conmigo pero sé que al final, cuando me expulses por tu apretado ano vamos ser
dos asoleadas plastas afines y compinches. ¿Ves, porque no mirarlo desde el
lado amable; por qué no decir, por ejemplo: Ahora, gracias a los programas del
estado, el artista no tiene que estarle lamiendo las suelas a los mecenas? Mientras, un político de renombre y cancha burocrática
promocionaba la representación de su hermosa hija, del pueblo en el reinado
nacional de la belleza, pero no con presupuestos oficiales, sino privados, lo
mismo pero distinto: por algo los medios
aseguraban que la excelente cena privada realizada para tal fin había tenido
tal éxito que ya se estaba ganando la simpatías de la sociedad; después el
populacho se encargaría de coronarla con las ovaciones.
aunque el señor párroco había dicho en la homilía del domingo que había
que tomar la cruz cargarla y seguirlo al Señor, no era suficiente con que uno
se la echara encima tal y como venía, es decir, que si uno aceptaba su sino de
que la sociedad, por ejemplo se encargara de negarle a uno de sus ciudadanos el
sagrado derecho al trabajo, cruz que se aceptaba con tal estoicismo que no podía
nadie decirle a uno: mira que no has querido aceptar ninguno de los trabajos que,
aunque humildes se te han ofrecido, haz rechazado el oficio de barrendero, de lava
lozas, de mensajero y hasta se te ofreció, si es que te daba mucha vergüenza salir con overol a la calle, que te pusieras
un mandil de mucama en la casa de una personalidad que te podría ayudar luego
de dejarte probar, de todos modos el silencio y el pasar por el lado como
delante de una mierda era la forma de decirte parasito, vividor, buena vida,
bueno para nada, arribista delirante de artista de postín. No había que seguir
la cruz del mundo que era la cruz del pecado; de modo que tampoco era lícito ni
viable tomar la cruz de hacerte feliz del modo que se pudiera: con la mano, con
el pie, con los ojos gustadores del sol
de cada mañana o de las nieblas de cada invierno. Había que conquistar la cruz
del otro; no importa si la pisoteabas o te la pasabas por la bragueta.
Entonces quizás era por eso que la siguiente vez que la vio, en lugar
hacerse un Aníbal del amor; enviarle la artillería pesada, los elefantes
conquistadores de aquel reino anhelado aunque fuera por capricho, Por ejemplo diciéndole,
ahora que la veía a la cara en un instante que ella hubiera querido evitar
mirarle como hacia siempre, viéndola a sus ojos ovejos -que no ovinos porque sería
entonces muy proclive la tonta y delirante razón a tomarse por Oh-vinos que
tomáis nuestras pobres fuerzas para discernir lo bueno y lo cierto y nos embriagáis
con sana para dejarnos luego la cruda de tu apariencia- Hola, buenos días.
Entonces porque ya te diste cuenta de que me muero por conversar contigo, fea, engreída,
aunque solo fuera para tener la gentileza de excusarte, entonces te haces la
muy inaccesible. Me parece que no has respondido a una pregunta y, en lugar de
insinuar que estoy tras tu dinero, no será al contrario, no será que queriendo
pasarte de lista quieres robarte mi inspiración, quieres que siga mostrándote
mis tesoros y al final si te he visto no me acuerdo y si me acuerdo no te he
visto?
Mas bien tomo un pedazo de papel y con los briosos cascos de su corazón
pisoteándole las entrañas escribió:
"Oye, me dijo un día mi niño interior
tenemos que hacer algo para quitar la piedra
que no deja que salgan a volar
las mariposillas del estómago.
y que le hacemos? le respondí
si ella no se da y la realidad, esa enmascarada arpía
las tiene sitiadas como el oso
al salmón
y a sus huevas tibias?
?entonces eso significa, repuso,
que no estamos enamorados?
estarás enamorado tú, niño torpe
ya suficiente tengo con mantenerte a ti
y a mis pobres recursos
y se encabrito mi niño, como si no fuese mío
no serás tú el que se ha encargado de poner
mármol en la puerta
como si fuera un sepulcro
y el ulular de tus miedos no deja
que te entregue mis pájaros
que te embarque en el rio
tormentoso de la dulce locura
que arrastra todos los muros
te aprovechas de mí, bandido, le dije
acaso no notas que por fuertes que retumben
los truenos de mi corazón
y mi rayo esté listo en la nieve
que cargo en mis cabellos y otros sitios
ya no enciende la llama de la vanidad
que viene y va por todos los caminos
anda, échate tu ilusión en los bolsillos
y ve a comprarte con ella
una libra de maduros mamoncillos"
Aquí le mandaron, le dijo extendiéndole el papel.
¿Que quiere?
Que sea mi musita
¿Por qué en diminutivo?
Pues supongo que porque musa implica una actitud apasionada que usted quizás
no esté dispuesta a asumir...
Pero habría que ver como era su riposta :<< y tú qué crees, hueso que ya nadie quiere roer....
Perdón, y lo que se vino te lo cuento a la próxima.
Pero, espera, ese amigo del muro de la alta poesía, ¿era yo?
-Ay, amigo, si quieres ver mi yo como uno de esos yo sin ningún afán
de identidad, como, por ejemplo, un Pessoa o un Borges, allá tú.
Dijo: Hay una recepción en honor del gobernador encargado luego de la toma
de posesión, es en el Club Manizales; si quiere allá nos vemos. Perdón, le dije
pero yo no soy socio. No importa, me dijo, yo soy parte de la comitiva, y me
extendió una bonita tarjeta en papel
importado que decía
NATALIA LUCIA ASTRADA JAIL-RAMILLO
Jurisconsulta de asuntos
politicos
direccion - tel -- E-mail
Yo ya había pasado por el paraje teórico de la aplicación que intercambiaba
datos personales con solo chocar los teléfonos celulares pero no había podido sobrepasar
el escollo del dispositivo. si me hubiese dicho: ¿ya tienes la apps Personal
Card? me hubiese sentido tremendamente humillado y, ahí sí que hubiese sido
capaz de ir hasta el infierno a
contratar a Escipion el africano, de modo que reviviera, mediante la contratación
de demonios mercenarios del estigia, de mis elefantes muertos de frio al pasar
esos Alpes tan escabrosamente resguardados, como si algún Fidel Castro le
dijese al Mc Namara del amor, No nos vemos en el cielo de las galaxias, sino en
el infierno de la verdad. Pero demostró un don de gentes que se confirmó
cuando, al presentarme, oh sorpresa al amigo Pablus Orlandus y a su pequeña Orieta?
luego de que los malditos lame-suelas de la entrada se gozaran de mi
popularidad a sus anchas, exigió respeto, por la diferencia alcance a oír, pues
mi supuesto amigo había hecho un gesto de decepción y había dado la espalda de
modo tan grosero que no tuvo más remedio que
pedir permiso para ir manotear a un lado discreto, lo que nuestro común
revulsivo acepto a regañadientes mientras la pequeña, que no alcanzaba los tres
años me miraba con un interés alentador.
Y, hete aquí que esta dama, no despampanante pero si acojonante por
alguna razón aún no dilucidada se acerca, supuestamente para salvar el impass pletórico
de incomodidad.
- !Hijo, no me vayas a decir que
te salió el tiro por la culata!
- Excusa -sin poder deshacerse
del mohin incomodo-, Monis, Jerónimo de las Calles. Jerónimo, la tía
"Monis". A que te refieres?
- Bueno, veo que no te pudiste aguantar las ganas de seguir intentando
hacer tus jugadas ajedrecísticas y la poesía te sale al paso, es decir, digo,
porque será un poco escuálido y desgalamido el personaje que nos hace el honor,
pero denuncia más espíritu que tu panza sibarítica. -Y puso una cara de matrona
que ni ella misma se la creía, creo, porque, Dios, como puedes ser tan diablo?
Esa estampa afilada, de corte casi de muchacho, esa expresión mezcla de indio cheroky y oso canadiense,
haga de cuenta la foto de Alice Munro en las solapas orgullosas de esta rubia
sexagenaria ostentando su sonrisa de premio nobel
- ! tía, por favor!
- Y, veamos, ?que le parece,
caballero, la designación de nuestro homenajeado?
Apenas estaba procesando la desazón
por el desaire de "las calles" ?acaso no era necesaria la aclaración:
Callejas? pero, que carajo, entre monis y de las calles se establecía una
igualdad de semejanza que no valía la pena sacar a relucir los aceros de la
dignidad.
- Me gusta, me gusta darme
cuenta de que estoy de acuerdo con las ponderaciones que se vienen haciendo. Un
hombre decente; lo cual confirma, a su manera, que la vieja y eterna usanza de
la rebeldía y renovación de los jóvenes apoderándose de las mañas de los
viejos, es la puesta en escena del pichón al que el ambiente le dice: Bueno, a
poner a encañonar las remeras.
Entonces recordó el pensamiento matinal. El viejo gobernador había
sido destituido (inhabilitado mientras se adelantaba una investigación era lo
mismo) por una jugada retrechera del poder central según aseguraban los cuadros
en puja; pero a él la idea de cálculos de conveniencia, cero y van dos
destituciones, hay muchas manos metiendo el dedo en la crema y no se les puede
negar el derecho al pedazo de torta, con tal que el dueño de la fiesta no vaya
a quedar por puertas, no le abandonaba.
Si , el pensamiento respaldado por el oficio divino, oficio de
lectura, ve y dile a Israelí, Isaías que
te bajaré de tus altozanos donde fornicas con el primero que se te aparece,
diles que a ti te salvaré, pero a ellos a ellos los hundiré como a los carros.
de faraón... y entonces venía la pregunta quienes son ellos y quien eres tú?
En vista de que Fina parecía menos interesada en el mundo real que en
el mundo de los esperpentos, entonces la pequeña asamblea se disolvió -Fina
había extendido su mano de escritora que, aun como tía conservaba esa
respetabilidad que Fiona conservaba en su creadora, acaso para resaltar que la
letra que faltaba para el papel de identidad, simplemente significaba que lo
cumplido de la historia aún no había descendido a la matriz americana y que la
nominación, Fina, era sólo un disfraz para esconder viejas e innegables
posibilidades. Se dirigió como si no le importase si el interlocutor la seguía,
al rincón donde un viejo canapé recién envejecido había sido depositario de un
flamante ramo de flores para pisotear una pila de actuales revistas flor de un
día. La dama toma como cualquier Hércules el florero y lo deposita en el piso.
toma la primera de la pila y toma asiento abanicándose con ella.
Ya me preparaba para soltarle, al ver que la revista que hojeaba era
una deliciosa y carnal oferta de ropa interior por catálogo, ?pura cultura de
medios masivos, no? cuando sacó su móvil de la diminuta cartera que llevaba en
la cintura y me dice luego de unos cuantos pases digitales: ?qué le parece esta
foto? La escena se congela con un mesero que ofrece whisky, champaña y vino;
cada cual escoge lo suyo que en el caso se ella se decide por algo que me
parece sangriento en vez de luminoso, yo me voy por los riscos y me pregunto si
las rocas no serán, más bien, por lo alto de los cuellos, una evocación de los
corsés dieciochescos, ojo con levantar demasiado el codo.
La foto muestra a Victoria Beckham estampando un beso de medio lado en
plenos labios de su pequeña hija, como esos besos de lo que el viento se llevó.
bueno, pues lo que creo es que
ahora van a llamar a esa hermosa pareja para que adelanten una exitosa campaña
de cualquier cosa con el nombre Victoria's secret and David Back-him.
- Vaya, veo su capacidad
diplomática, pero que opina del asunto moral?
Yo ya había visto la foto y el artículo que sobre el asunto había
publicado el diario líder de cultura masiva y su sesgo temerosamente correcto
pero más bien gazmoño y miope.
- Comprenda mi posición, diga
me usted.
-
-bueno, es bueno dejar que
los niños aprendan rápido lo que contienen los instintos y, aunque no lo
entiendan ellos los van a llevar tarde que temprano, el secreto está en que
cuando vayan a pasar la línea, entonces hay que explicarles, es lindo y rico ?no?
pero resulta que no es bueno con los tuyos y hay que esperar a que sea el
tiempo con otros; y que estén en tu misma esfera.
- Uff, que progresismo
Algo del salmón cuando desanda el camino para depositar sus huevas a
la fuerza del destino, de las corrientes y los hocicos de los osos, tenía en su
boca esta dama que en un mohín estudiado de desprecio y lascivia mostraba que
había sabido usar su fuego.
Poco antes mi anfitriona, desde lo lejos, tomando a su pequeña en
brazos dirigió una mirada que mitad resignación, mitad despedida con algo de
decepción, me dijo que no volveríamos a vernos y que, en cambio, me dejaba a la
tía Fina.
Se ofreció a acercarme hasta alguna parte que me quedara cómoda.
Sabes, me dijo, si no fuese porque sabemos que es un hecho que el alcohol hace
estragos con las intenciones románticas te invitaría a mi apartamento. Te
lanzabas sobre esos meseros, me miró con aire socarrón. Pero es un hecho que me
agradas. Sólo como hombre, no como galán, aclaró.
En ese instante me hubiese gustado desabrocharme toda la candela que
tenía dentro para contarle que si me lanzaba sobre los meseros era porque era
como si una epifanía inolvidable hubiese llegado directamente desde la fría y
flemática Escocia, preparada especialmente para mí; como si la turba (esa
palabra) que se encargó de tostar la malta con que se iba a destilar ese néctar
de ángeles sapos, soplones estuviese escrita como mi nacimiento (antes de nacer
te nombré) para decirme, en medio de aquella orgía de cuellos estirados, de
gestos remilgados y miradas selectivas, de la realidad que se vivía en esta
tierra del café y los pericos casquivanos. El ilustre ex presidente Uribe era
el enano arlequín de la corte y no porque hiciese sus monerías de fulano de
mala estirpe, representante de esa porción de raza vengativa e innoble que no
sabía extender la mano si no era con el puño fuerte: Debes atenerte a la ley.
Sino porque el maldito rezago judío metido en la luchadora sangre antioqueña no
dejaba que la forma de crecer y multiplicarse se hiciese al modo de los
patriarcas bendecidos; tenía que ser debajo de la ruana y a obscuras, y
cuidadito con hablar de ello. En cambio el doctor Diablos era Changó el gran
putas, vestido de pajarita, asimilado sonriente del mote de Chuky el muñeco diabólico que sabía
repartir paz y equilibrio entre el infierno de cambios que era el mundo
moderno. Pero supe que esto debía dejarlo para gozármelo con la almohada.
—
¿Pero, aún no
termina? -le pregunté unos días después de que evitara encontrármelo; no podía
creer que semejante personaje pudiese tener semejantes alcances literarios y
mucho menos vivenciales pero ¿acaso al gran Shakespeare no lo habían acusado
también de haber servido de carne de seudónimo de Sir Francis Bacon, de
Spencer, etc., pues un vulgar actor no podía tener tantos conocimientos
jurídicos, de política, de costumbres cortesanas? Prefería sacarme ese asunto
de la cabeza. Este es el final, me dijo socarronamente y melancólicamente extendiéndome una cuartilla
arrugada.
Cuando me dejó tuve que tomar
el cable aéreo, era la única posibilidad de ahorrar me unos pesos en lugar de
pagar un taxi. El bus con su atafago podría traerme dolores de cabeza: Día de
mercado, el campesinado transportando su desodorante agotado para denunciar sus
olores acumulados de esperanzas y exigencias derrotadas. Y tuve ¿la fortuna? no
estaba jugando ningún número de lotería, de compartir cabina con tres turistas
criollos. ¿Tenía aquella flaca rubia el gen alemán diseminado por la región
como mala semilla? Albinos atontados; rubios de narices chatas y condición
perversa reflejados en el verde cadáver de sus ojos apasionados; chapines de
mal carácter que defendían su maldición como si dijesen: Si, pichan, ¿y qué? Pero esta era bella con sus ojos de un
azul indescifrable y la expresión de su boca delgada expectante dispuesta a
desdeñar todo aquello que la limpidez de su fragilidad no resignada le
indicara; pero el contraste de su compañía, otra flaca trigueña cuyo visage no
hacía más que sacar la cara y los huesos por esa raza refinada de sacrificios,
hambres y luchas de tiempos ebrios de mixturas entre indios, chapetones,
negros, mestizos, mulatos y "chitiados",
lo que aunado al galán de boca negroide con estigma de labio leporino de cuarta
generación, o acaso de milagro científico que al tiempo hacía de guía, edecán y
novio serio de los límites entre sol y luna, ofrecía un contraste que
halagüeño, no ofrecía ningún viso de negocio entre cupido y los ángeles del
último designio, acaso un envío del diablo de Medellín para embaucar a un
corazón anhelante, pues, al bajar y en el atafago de la salida, que pretendía
saber dónde estábamos y a donde nos dirigíamos, que había hablado, a modo de
cebo, de la consulta en círculos: "Congreso de, no sé qué diablos, Teatro
Municipal, hora 3:15. Eran las tres cero cinco, ¿acaso había que ser el nativo
formal que orientase, en lugar de abrir el GPS y seguir los cien metros a la
derecha?
La siguiente vez que la
vi no me esperaba tal reacción de aquel ángel. Manes de los personajes públicos.
Pasó por mi lado junto a las estanterías de literatura inglesa con aire
desdeñoso. Yo quería agradecerle haberme permitido conocer a la tía Josefina y
hurgar entre sus sentimientos por el ajedrecista.
— Puerco. –enseguida
comprendí.
— Y es que, acaso ¿por qué
cree que lo hice?
— Pues para que iba a ser,
para ponerse más loco de lo que está.
— Se equivoca. lo hice para
indagar la intimidad valiosa de lo que desechan y dejan por ahí las gentes.
Igual que como con ustedes, los elegantes, que tiran al tacho productos útiles
sólo porque ha pasado la fecha de vencimiento. les da pena recuperarlos porque
sienten que se mancilla su decencia.
Sí, los personajes
públicos no se pueden tirar un pedo, porque todos lo huelen y entonces, cuando
no huelen a nada dicen para sus adentros hoy
ha desayunado ecológico. Había recogido por el camino una colilla de
marihuana que habría tirado algún pasado de traba; o, qué se sabe, algún
preocupado por el aterrizaje final de una moral descoyuntada.
Había aprovechado para
investigar con la tía Fina por aquellos tres años en que desapareció dejándome
con el deseo de decirle algo, de confesarle mi amor y de hacerle confesar el
suyo. Había hecho confidencia de estar enamorada de un imposible y fue por esos
días que cayó en las garras de Pablus. Se fue a tener su hija a Chile. En
realidad no eran compatibles los alcances de don Juan con los anhelos de niña
buena. Vaya si lo he lamentado; especialmente porque ella no era propiamente un
cuerpo de reina pero aquella cara noble de expresión airosa; aquella alma
agazapada en un carácter, aquella inteligencia adaptada al desperdicio moderno,
me hubiesen bastado para amarla de rodillas y con solo recibir el caro premio
de disfrutar su charla.
Ay, y me cuanto me
hubiese gustado decir aquí, de modo verosímil que fue una acción de película,
que instantes antes de percibir el fulgor, una pirueta de kung-fu hizo que la
bala se desviara y sólo me partiera una pierna. Pablus no era mi amigo ni era
civilizado. Simplemente quería alejarme de las posibilidades cercanas a su
vida. Y tengo como pagar, fue lo último que dijo.