Tranquilo estaba en su nido
como el perro que sabe que tiene techo
y algún hueso tirado sin un guiño,
sin un arrechucho tierno;
casi alcanzó a erguirse, del susto
para alzar el vuelo,
cuando vio una manaza amenazando
desnudar suculenta nalga,
el canarito.
Pero era sólo una mano
sofocando una insurrección de tanga
y un tedio cotidiano en anhelo
de novedad para pintar
el heiddegueriano existir del sein
y ahora yo, aquí, cantando
como si fuese el culpable de su sino.
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