Andy
Kaufman en el combate de lucha libre/
yeah, yeah,
yeah, yeah/
Monopoly,
veintiuno, damas y ajedrez/
Yeah,yeah,yeah,yeah.../
Vamos a
jugar twister/
Vamos a
jugar risk/
Yeah, yeah, yeah, yeah
R. E.M.
- ELÍAS
Nadie sabía
que muy cerca del frondoso árbol donde Elías encontró la fortuna de tener un
delicioso y nutritivo desayuno caliente venido de la mano de una generosa mujer
de la casa que tenía enfrente, había un vórtice de confluencia de fugas
informacionales que se reunían a formar nuevos nodos de bendición y corrección
del mundo cibernético. Los heresiarcas de la nueva religión: La tecnología,
apenas lo intuían, pero por razones diferentes a la coincidencia en aquel sitio
de una suerte de rosa de los vientos que
constituía el hecho de que en el sitio los cuatro puntos cardinales se
presentaban de modo tal que se podían advertir puertas de entrada y salida de
energías, aromas y rumores del valle que iba a dar al ancho mar, de la estrecha garganta que descendía desde
los picos nevados del oriente, de las ondas irregulares que poblaban las
cordilleras al sur y al norte. Así que construían, por mera intuición práctica,
estaciones conjuntas de redes donde confluían combustibles fósiles, subestación
eléctrica, torre de telecomunicaciones y antena satelital en plena urbe. ¿Qué
podía significar todo aquello; acaso simple e inocentemente que la entropía
tradicional tan cacareada y, no obstante, tan difusa, pasaba a ser otra jugada
intuitivo-conceptual que, de sucederse una anomalía con connotación de desastre,
las manos “expertas” podrían borrar
todo de un plumazo?
Elías tenía
su radio de acción vagabunda en un perímetro de unos cinco kilómetros a la
redonda; su estampa de por lo menos setenta años que se afianzaban en una
venerable y descuidada barba entrecana que le cubría todo el rostro, una melena
mal recogida con calva corona de santo incluida y unos ojos con un brillo de
sonrisa melancólica, hacían imposible creer que tuviera tal energía para
moverse con un saco de desechos de loco –palos, cepillos viejos, trapos que
nunca usaba, Cd’s desechados y uno que otro pedazo de aluminio, cobre, estaño
que negociaba sólo en casos de emergencia- y siempre sin variar la dirección y
sin saberse donde dormía, almorzaba o cenaba.
Elías
discernía bien, o por lo menos era congruente para decir su nombre, pedir un
pedazo de pan, decir que le gustaba vivir como vivía y preferir no dar
explicaciones sobre su pasado. Pero si aceptáramos que las mentes tienen
resquicios por donde pueden asomarse cierta clase de ojos, veríamos a su mente sumida
en la niebla de una desilusión nacida diez años atrás cuando en un pueblo
vecino, él, un pensionado solitario no fue capaz de convencer a su mujercita de
su misma edad de esperar para irse juntos a esa ciudadela donde el tedio y la
nostalgia ya no existen más. Le dio la maldita gana de irse una mañana cuando
al lanzar su mano ávida y caliente al nidito que le daba el pan de contento de
cada día, la encontró tiesa y vacía. De modo que él también decidió irse a buscarla por los caminos sin reconocer
la cobardía de presentar la denuncia en la misma estación misteriosa donde
desapareció. Sin volver a cobrar réditos de subsistencia o merecimiento se fue a hacerle honor a su nombre.
Nunca le había gustado aquel nombre que le había puesto su madre porque era el
nombre de un hombre excepcional y sentía cierto terror de la predestinación o
el llamado y ahora sólo reconocía que la maldición de llamarse Elías era la del
sí-a-Él.
- SALOMÉ
«Señor
Dios: Tengo miedo. Tengo miedo como tiene miedo cualquiera que está ante un
dilema como yo lo estoy, ahora que bajo este ambiente apacible de tu Inmaculada
Concepción que a la larga me produce
cierta risa y cierta náusea pues aquí sólo veo viejas amargadas u orgullos
emperifollados y vejetes sin imaginación –o acaso también con miedo- de cómo
perder el tiempo. Yo, que estoy aquí, casi sin saber por qué, si es por el
silencio que me permite concentrarme, si es porque tiendo siempre ¿por
cobardía?, ¿por cierto romanticismo consistente en aún dejar que la lucha de
polos, bien y mal, y no imposición de
fuerzas que armonizan con conveniencias, razones y oportunidades, sea la que
decida?, a poner mis expectativas más allá de certezas y posibilidades; ¿acaso
por superstición? Y es que me parece que todo ahora está jugando en el modo
premonitorio: El hecho de querer refugiarme aquí en lugar de buscar un oído y
hombro amigos -¿los hay?-; el hecho de sintonizar mi celular en esa canción: “Tu
serías el hombre perfecto/el que soñaba de hace tiempo/que te hace vibrar/ la
piel y el esqueleto.../ debiste de nacer en año bisiesto/ pero sólo tienes un
defecto...” El hecho de saber que quiero,
que puedo, pero no debo, riñe con todas las variables que me empujan: Me sonrojo
y se me inundan los ojos al recordar aquella tarde que yo bauticé con un ¡uff,
qué tarde tan putería, está como para cazar maridos! Y aquella tarde hermosa
con su niebla espesa que invitaba a ir a Chipre a comer obleas se convirtió en
un diluvio de no acabar preciso en el instante en que un fugaz amainar me
permitió correr de la universidad hasta el paradero siguiente y ningún taxi,
bus, buseta o vehículo público, particular o divino se dignó hacerme el pare,
hasta que casi una hora después él se orilló, se bajó con un paraguas y me
condujo incólume del diluvio hasta el asiento del copiloto; sería una crónica
excelente –pensé: ”el típico don Juan al que una mujer bonita e inteligente le
da su plantón”, pero deseché la idea
cuando al voltear a mirar para darle las gracias reconocí que era mi profesor
de Ética y Medios- No es natural –me dijo después del larguísimo rato que medió entre
que le di las gracias y le indiqué a donde me dirigía, que no era nada cerca. ¡¿Qué cosa?! Que no es natural, ni lógico
que callemos de este modo cuando en realidad estamos gritando por dentro, usted
quizás sólo por salvarla del aguacero
y yo por tener la nunca soñada
oportunidad de tenerla tan cerca y sin que esté bajo mi cuidado. Tenía un
brillo tan de niño en esos ojillos aguanosos y esa sonrisa que siempre había
sido sensual en los corrillos que comentábamos que ese cucho se las traía con
el cuento de que una cosa era el póntelo, pónselo y otra elabóralo, desmenúzalo y ármalo, para decir de lo que
implicaba el dilema entre políticas de salubridad pública, manejo de la
información y comercialización de la información; siempre los tontos de la
clase decían: Si, profe, péguelo. Y,
¿es que ahora no me siente bajo su cuidado? Dije apenas titubeando porque
algo me mareaba. Claro, me respondió sin
mirarme, pero de su vulnerabilidad física, de su fortaleza mental sólo usted es
responsable. ¿Y, es que acaso me está retando? Podría ser, y me miró con
unos ojos afilados pero ese brillo de niño no se iba ¿Y en qué sentido? En ningún sentido, sólo que algo me dice que nos
parecemos, acaso sólo sea el hecho de que usted pone atención a lo que digo
como nadie parece atenderme; acaso sea que su nariz y mi nariz parece que
tienden a identificar los mismos aromas...frenó un poco y me miró de modo
franco pero tímido: un enredo de anzuelos. Me hizo reír.
»Hizo
que mi atención fuera más allá de lo que realmente yo le brindaba –mi táctica con todos era poner ojos embelesados y si
alcanzaba a pescar algo interesante me reservaba una pregunta impertinente,
luego me ponía a amoblar mi oficina de directora de medios, y daba
declaraciones a los medios en medio de turbulentas polémicas de alta política
que lo eran sólo porque yo las había provocado; las otras me importaban un
soberano rábano, de modo que cuando los imbéciles que creían que empezaban a
apostarle a su redil de incondicionales se lanzaban a la cenagosa agua de mis
divagaciones que hacían reír a la clase, quedaban vacunados con mi riposta-
pero él siempre cogía la madeja desde la punta más delgada, o desde donde
fuera, y hasta que no deshacía el nudo no se soltaba; y tenía esa sorprendente
capacidad de interesar a todos los que ya sabían por dónde iba el agua al
molino, trayendo nuevas variantes argumentativas que hubiesen hecho rabiar al
divino Sócrates. Y entonces fui yo quien empezó sentirse obligada a desenredar
su madeja: Dígame, profesor, ¿a qué debo preferir atender, a la conciencia
de clase o a la clase de conciencia que predomina? ¿Y, podría usted, bella
niña, decirme qué clase de conciencia predomina; porque hasta donde yo percibo
hay muchas clases de conciencia que pretenden eternizarse en el trono del
valor; hay una clase de conciencia que se dice portadora de todas las quejas y
desilusiones del mundo y esa clase de conciencia, ciertamente, se parece a los
brazos de Vishnú que se extienden, innumerables, sobre toda la faz de los temas
que atañen a la sociedad, pero ese no es el dios de la información, ese es el
dios de la des-información; también existe esa clase de conciencia que sabe que
el mundo pasa por una fase de confort de alta gama que, respaldada por los
hallazgos de la técnica y una inclinación similar a la del niño cuando papá le
regala un sofisticado juguete: siente que es el único y mejor juguete y él el
único niño con esa clase de juguete; ahora bien, si usted hace caso de esa
clase de conciencia que busca resolver el dilema de la “Desiderata” (siempre
habrá personas más grandes y más pequeñas que tú) poniendo siempre la mira en
el escalón más alto, entonces sí que está usted en un verdadero embrollo porque
sólo una cosa puede considerarse verdaderamente grande: la excelencia y eso es
algo que siempre está poniéndose más allá de nuestras realidades; pero si
alguno que quiera ser realmente objetivo y útil a la sociedad y a su conciencia
toma decisiones que estén siempre
sopesando el equilibrio de lo que hay y su posibilidad de mejorarlo pues nada,
y menos hoy, es estable, entonces ese quizás esté apuntando en la dirección
adecuada.
»Así era con todo; y entonces cuando ya dejó
de ser mi maestro, empezó sin ninguna
clase de disimulo a cortejarme y a ayudarme con su influencia para que las
cosas me fuesen mejor, pero nunca pasó de discretas y sanas diversiones; hasta
que terminé enamorándome de él y ocurrió lo que tenía que ocurrir, pero eso
sería lo de menos si no fuese porque ahora él me está planteando una disyuntiva
terrible, me está diciendo que ahora que yo ya voy a terminar una maestría y me
enfilo con éxito a un doctorado y que él va a entrar en la jubilación, que
quiere serme muy franco, que es feliz con su mujer y sus hijos y que puede
pasarla bien siendo un anciano anónimo y bien recordado pero que él también
está enamorado locamente de mi y sueña volver a sentir esa bella y deliciosa
felicidad de un crío que sería de los dos y para los dos, sólo que no está
dispuesto a repudiar su familia ni a dejarlo todo para dedicarse a su sueño; él
me dice que tendría todo dispuesto para darle lo mejor de sí y dejarle una
buena porción de su gran patrimonio que obviamente mi carrera ya no tendría el
mismo perfil y sin embargo podría seguir contando con sus luces e influencia,
pero definitivamente el perfil sería un perfil discreto pues ya las
posibilidades de competencia feroz y descarnada en la hipócrita serenidad de
las clases dirigentes se convertiría en un infierno del que siempre saldría con
las alas quemadas y eso no es lo que yo
siempre tuve en mente. Pero aunque me siento absolutamente tentada a correr ese
riesgo, a vivir esa hermosa locura con un hombre sabio y tener el orgullo de su
fruto tengo mucho miedo y dudo... Ahora
sólo deseo que tú me des alguna luz que seas tú quien me diga algo...»
Cuando Salomé salió desecha y desorientada
de la iglesia de la Inmaculada, sin saber cómo ni por qué se vio deambulando
por un sitio que no frecuentaba. Cuando se encontró de boca jarro con esos ojos
melancólicos pero sonrientes de Elías, supo que hacer.
- SARAI
Hacía
muchísimo tiempo que Sarai no se sentía nostálgica de su pasado solitario y
huraño que hizo que siendo bella en su juventud no tuviera fortuna en el amor,
aunque lo había conocido. Hoy, curiosamente, cuando ya nada podía hacerle
lamentar o añorar otras posibilidades de la vida, pues, a sus sesenta y ocho
años en los que todo se torna apacible e insípido a fuerza de aprender a llevar
la rutina de los días en que todo sucede lo mismo sin que nos importe mucho,
como no sea acaso el avizorar cercano del corte final, se ha asomado a la ventana de la casa que su hermana única
le comparte en compañía de su marido y una
pequeña nieta. Ha bajado como cada día del altillo donde tiene su habitación a
realizar las tareas domésticas mientras los otros faenan la vida. Hace rato que
esta solitaria por obligación está embebida en aquel sol espléndido que hace
afuera y en su contemplación provocada por el raro intercalarse de días de
lluvia y días de sol se deja llevar a aquellos tiempos cuando era una niña
juguetona y saltarina que por alguna razón desconocida los otros la dejaban de
lado y ella no encontraba un modo de hacerse recibir. Mamá decía que era
envidia de los rizos dorados y los ojos grises que le daban un fulgor especial,
pero con el tiempo, conociendo de Dios y su palabra le atribuyó su sino, aunque
ya tarde, a la maldición de su nombre: Mamá ignorante o caprichosa de
originalidad le había puesto el nombre de antes de que Dios favoreciera a la
mujer de Abram y pasase a llamarse Sara.
Él, había sido un excelente hombre: culto,
refinado, rico, delicado y le había hecho tan feliz de sus dieciocho a sus veinte
años bailando Rock and Roll y Twist sesenteros sin que perdiese la
compostura ni hubiese ninguna tentación de esas que empezaban a imponerse. De
pronto desapareció dejándola, sin perjudicarla, perdidamente enamorada y sin
explicación alguna. Hubiese sido preferible que la perjudicara y otro gallo
ahora cantaría. Pero el gallo viejo que ahora no cantaba ni se movía ni
aleteaba ni nada que no fuese el mirar a la nada con esa mirada medio pícara,
medio triste que ahora expiaba desde hace rato desde una rendija de la cortina,
luego de que al dar la espalda para bajar el café que había puesto a calentar
para musicalizar sus evocaciones, le
viera al volver, de espaldas, cerrando
la verja de entrada, para ir a sentarse bajo la sombra del ficus con su saco de
de trastos viejos y sus andrajos cómicos: Un sacoleva mocho de un lado de un
negro reluciente de manchas lechosas; un zapato de tennis y otro de cuero y un
par de medias rojas que jugaban con la bufanda y los calzones alquilando bajos. Tomó la decisión de ir
a confrontarlo cuando con toda serenidad y decencia se dedicó a buscar el otro
zapato de tennis, se cambió el sacoleva por uno clásico de color viejo pero
uniforme y guardó la bufanda, para quedarse allí con las manos cruzadas sobre
el estómago:
— Buenos días –le dijo meneando la cabeza
como una jirafa repisa de esas que tienen el cuello pegado al cuerpo por un resorte, y agitando la mano derecha como
si le amenazase, síntoma de un tic nervioso que los matasanos explotaban como
principios de Parkinson. El hombre no respondió, pero emergió de su lago azul
ofreciéndole un brillo inquieto a sus hitos-
— ¿Acaso no sabe que está invadiendo
propiedad ajena?
— ¡Ah, sí!
— Cómo así que ¡ah, sí!
— Qué más quiere que le diga, preciosa –y se
volvió a hundir en su lago azul-
— Pues que diga que está haciendo aquí; cuál
preciosa –y por algún arte de emoción el muñeco perdió la cuerda-
— Vamos por partes; no me acose –y se quedó
mirándola con un tono serio y como
asombrado- sí, preciosa, no ve que estoy descansando –y cruzó los brazos sobre
las rodillas y allí metió la cabeza. La mujer volvió a temblar de desconcierto-
— Oiga
— Oigo –contestó sin levantar la cabeza-
— ¿Ya desayunó?
— ¡Ah,
sí! –levantó la cabeza y esbozo una sonrisa ansiosa que tenía todos los dientes
y muy buen esmalte blanco-, agua molida y viento raspado –y sacó de su joto un
vaso de campaña de plástico y se lo extendió-
Cuando
volvió con un café con leche que vertió sobre el vaso que no quiso recibir,
sostenido su temblor por la firmeza de él y un sánduche de pan tajado y
mantequilla, le preguntó mientras retiraba su mano y ponía el pan encima del
vaso:
— ¿cómo se llama?
— Yo no me llamo, me llaman
— Bueno y como lo llaman
— Hay veces me dicen venga o oiga usté:
viejorro o cuchacho
— Tan gracioso el malpajorro –se asombró por
dentro de su osadía-
— ¡Ah, si ve! Ya me llamó usté también
Hace apenas
quince días que Elías llega siempre entre las nueve treinta y diez al jardín de
Sarai a recibir el pan de $ 500 que ahora ella madruga a comprar exclusivamente
para él, para darle, en el mismo vaso, con el mismo ritual, un chocolate
caliente. Pero siempre prefiere salirse con chistes flojos o en términos muy
decentes que prefiere no hablar de temas espinosos.
- CHIMOLTRUFIA FLÓREZ
La
teniente Paula Andrea López tenía fama de conflictiva y eso le gustaba;
pero al tiempo que disfrutaba de que sus compañeros del grupo de detectives quienes
hacían sus investigaciones camuflados entre la población con disfraces de
indigentes, viciosos, vendedores, campesinos, prostitutas, intercambiaran con
ella con una distancia y respeto que la hacía ver superior, sufría
terriblemente de soledad y de aburrimiento, pues lo suyo era una timidez casi
patológica que se mantenía velada gracias a que tenía un muy pequeño y
reservado clan de amigos con quienes era absolutamente adorable y casi tonta en
su sencillez y transparencia. Pero a ella le gustaba charlar de tonterías como
las modas al uso, canciones populares, los sucesos del día haciendo cábalas
intrascendentes de política o del equipo de futbol de casa. Por eso era buena
para mezclarse con el populacho y estar atenta a las cosas que podían estarse
cocinando, o datos sueltos que pudiesen dar pistas de crímenes impunes,
fugitivos, etc., etc., pero el trabajo era aburrido, nunca pasaba nada, los
maleantes se blindan muy bien y se huelen la paranoia como un perfume francés.
Ella, que fantaseaba con mil cosas (alguno de esos extranjeros hartos de todo
que salen de sus opulentos países hacia un país subdesarrollado, mezclándose
con costumbres y gentes rústicas y buscando un amor de fotonovela, por ejemplo)
por dentro de lo sórdido. Hoy estaba
pidiendo una emoción fuerte diferente de los rutinarios cacheos de degenerados
ya sin seso que se dedicaban a recorrer los bajos fondos buscando saciar
apetitos insospechados; ella sabía bien que por allí nunca aparecía nada digno
de morder el anzuelo; sólo era para mirar y escuchar muy atentamente, de modo
que los enfrentaba después de una primera ojeada, con un entonces qué, papi, ¡quieres que te la meta! Y con una mirada
aviesa les enseñaba la cacha de un cochino puñal que llevaba bajo la blusa, con
lo que los ponía a oler gasolina al zoco.
“Chimoltrufia”
Flórez todavía conservaba algo de su lozanía inicial pese a que casi veinte
de sus veinticinco años ya los había perdido en los gajes del oficio, la
frescura del espíritu de la juventud es persistente, o acaso fuera que la
conciencia no permite que la carne se pudra tan rápido como la inocencia. A
ella le había sucedido; después de ser obligada a sufrir abusos desde tan niña,
su sensibilidad que no trajo el sello de garantía de la pobreza y la
desfachatez, sacó callo para sensiblerías o escrúpulos, pasó cuatro años de
tratamiento psiquiátrico luego de ultimar a puñal al tío chulo y ya no le
importó siquiera trabajar, sólo vivir para el bazuco. Ya casi no la buscaban,
pues su chifladura y su belleza provocaban más lástima que deseo; de modo que
se acostumbró cada mañana a buscarse un par de cayenas encarnadas que insertaba
dentro de una diadema, en sendas trenzas o simplemente fijadas con ganchos en
las sienes y se dedicaba a deambular hasta que recogía para la dosis. El marica cielo es extraño, se decía a
veces, cuando tengo toda la arrechera
para pasarme el mes entero fumando, sólo me da marañas; en cambio cuando me
llueve el billete me enfermo o no me dan ganas. Y entonces persistía con su
melancolía y sus excesos; sus conocidos viciosos la temían pues siempre
terminaba peleándose y haciendo escándalos, amenazando al alcalde, al
presidente, al papa y a todos los hijuetantas de que iba a venir con veinte
tanques y cien helicópteros y dos mil marines para acabar hasta con el nido de
la perra.
Ya había visto varias veces a Elías. Ese viejo marica tiene pinta de ser hijo del
diablo; hum, con esos ojos de gringo debe haber sido traído a perseguir niñas y
a repartir pinga, pensaba al verlo adosado a una pared de la plaza de
mercado con su gorra tendida en la acera con cuatro monedas que él mismo echaba
con su cara de desamparo tristemente sonriente y poco a poco conseguía algo
para gastárselo en gaseosas y panes; esto lo hacía muy ocasionalmente cuando
las gentes espontáneas se cansaban de llamarlo para darle de comer o él
cambiaba de sector que tardaba en escoger según sabe Dios qué lógica. Pero las
cosas se van saturando y la gente termina por hacer cábalas y juicios severos
para singularidades con cierta gracia.
La tarde
finalmente no dio para que el turno de la teniente López tuviese aquella
emoción de poeta, de puta o de pordiosera que se saliera de la regla y entrando
la noche enrumbo su lindo pero triste coche al nidito de soltera y solitaria,
pero le dio por tomar la ruta de la carretera panamericana, había un sol de los venados para no perdérselo
comiéndose un paquete de Doritos, un
pedazo de salame y una cerveza a ritmo de pereza.
Cuando con
la serenidad de una monja pero con la precisión de un gato la máquina que
asaltó por detrás al acerado destello que pensaba abrir camino para que el saco
de Elías mostrara su tesoro, la chimoltrufia
estaba pensando en ese instante
en encontrarse con un atado de billetes que le permitiría largarse a un lugar
más lindo, pero por un reflejo del diablo se dio vuelta y el filo de su vértigo
se volvió contra sí misma. Si el cielo marica no hubiese sido tan raro se
hubiese encontrado dentro del saco de Elías bien envuelto entre trapos y vendas
un pequeño cofre de música que contenía la identidad de Elías, un pequeño retrato
donde un señor mayor de rostro compungido posa al lado de una dama joven que
arrulla un recién nacido y una declaración registrada y autenticada para que se
entregue la mesada de pensión dejada de percibir desde una fecha lejana a ese
niño.
La cerveza y
el salami se tardaron otro rato.
- NINA
Nina
tiene ya casi trece años y hace casi veinticuatro meses que inicio su ciclo de
mujer. Alguien le ha dicho que esas dos cifras son cabalísticas (para ese
alguien, cabalístico es una relación simbólica de la que, cuando entramos en su
esfera, así no lo sepamos, creamos o reaccionemos, su influencia se convierte
en una oportunidad o bien fatal, ya benigna para nuestras vidas, tal como el
número treinta y tres significa una tiempo peligroso y crítico). Nina obtiene
todas esas informaciones porque es demasiado precoz –al fin, que pertenece a la
alborada del siglo XXI- y le encanta conversar con todo tipo de personas,
investigar toda clase de extravagancias y hacer, hasta donde puede,
experimentos.
Nina también es hija de la soledad de los
tiempos modernos y como su tía abuela Sara –a ella tampoco le gusta el nombre
Sarai- es huraña y reservada, ella se gana su voluntad de confianza a base de
intercambios comunicativos incompletos y distorsionados; por ejemplo, cuando
Sara le pregunta para qué anota en el pizarrón donde sus padres anotan acciones
para no olvidar esas tres series de números de 1 a 10 en las que cada día tacha
siempre un número, dejando uno de cada serie sin tachar, ella dice que es para estudiar el ritmo de la
luna en relación con sus estados de ánimo, cosa que sus padres celebran como
una genialidad en la que nunca intentan ahondar; pero en realidad Nina está
haciendo estudios de las fases de la luna pero en relación con sus períodos de
ovulación y ciertas tendencias de su comportamiento.
Nina ha establecido una peculiar relación
privada con Elías aunque nunca le ha dirigido la palabra. Le ha tomado decenas
de fotos digitales y ha abierto una cuenta en Facebook con el nombre de Papá Noel en tiempo Frío y se ha encargado de promocionarse enviando su
link a cientos de personas creándose
una agenda de direcciones electrónicas con base en las cadenas masivas que se
forman enviando pensamientos curiosos, formas de vivir mejor, amenazas
apocalípticas y toda serie de extravagancias con que la gente pierde el tiempo
en la red. Curiosamente el pensamiento que Nina transmite a través de aquella
cuenta, es un pensamiento que llama la atención por su lucidez y ternura, de
modo que se ha granjeado la amistad de cientos de personas, especialmente niños
y niñas de su edad que le han tomado cariño porque Nina, que tiene una
imaginación desbordada, ha creado una vida de novela para Elías: Es un hombre
solo, mayor y pobre que está aprendiendo a utilizar la tecnología para morirse
solo en compañía de todos sus amigos virtuales; “Vivo de cuenta del Estado; como y duermo en los hospicios de las
municipalidades a donde llego y me comunico con ustedes desde los telecentros
comunitarios. No pido dinero ni ningún tipo de ayuda. Me gusta vivir así
paseando y conociendo las gentes que merecen y desmerecen de la vida. A veces
soy un poco puerco y me dejo acumular un poco de olor, pero es para que nadie
se dé cuenta de que estoy anotando nombres y necesidades –también caprichos-
para la navidad ¿No creen que vale la
pena tentar a la suerte a ver qué sorpresas nos trae?
Pero Nina no es todo lo que parece; o mejor,
Nina es la más viva representación de las nuevas fronteras de razón pública y
razón privada. Nina es como una máquina de razonar; sus argumentos son
contundentes y su socializar tiene la naturalidad irreprochable de encontrar
razones para no querer compartir las costumbres de sus contemporáneos por
parecerle superfluas. Nina se guarda bien, ya que tía Sara tampoco está
dispuesta a aceptar que el viejo loco le
produce sentimientos, su certeza de que Elías es su primer amor (tal como
seguramente era el amor de Dios si es que lo había) y puntualmente, cuando después del colegio el
tiempo le produce esas oleadas de ansiedad, cuando sus mejillas se ponen
encarnadas y los compañeros la buscan con una sensación de riesgo y aventura,
se regala su dulzura en los brazos de Onán.
EL POETA
Esa tarde le pareció increíble que ya el
tiempo no fuera lo que antes y que pasado, presente y futuro se mezclasen en la
percepción de tal modo que eso, el tiempo, era sólo un amasijo de destellos de
conciencia y lo único que los delimitaba era la terrible necesidad de
identidad; así tenía que ser, sólo así se podía explicar que aquel pensamiento
que surgió así, como surge de pronto la yema de maleza de enredadera por entre
la hierba uniforme a la vista del paseante, fuera más tarde el conector de los
tres tiempos en una conjugación asombrosa. Entre el rutinario azote del viento
que golpeaba sus mejillas por el paso de los carros y el tibio vaho mañanero
surgió la vaga inquietud de querer recordar el sueño tenido en la noche y por
extensión involuntaria la idea de movimiento
ocular rápido le asaltó y a continuación la clara y distinta frase fase R.
E. M. se situó en su mente, mas había una sensación extraña en aquellos
pensamientos, como si gravitaran en la atmósfera y no en su cráneo pero ante la
imposibilidad de juntar asociaciones el flujo de conciencia pasó a otros
asuntos en orden de prioridad: ¿qué tanto dinero iría a gastar; quería ir a la
biblioteca a leer o debía primero averiguar por el asunto en ciernes; hasta
cuando le iba tener la vida chingando de semejante situación; por qué Dios ya
no se manifestaba como antes a los profetas o a Abraham, Jacob y los demás?
Al atardecer de aquel día distante de ese
mismo día en el Canal Capital, que nunca sintonizaba, le dio por sintonizar Musicapital, un programa que transmitiría videos en un
pugilato musical de el grupo REM, banda que nunca había escuchado pese a que tenía
referencias publicitarias de su prestigio y Andrés Calamaro coetáneo y
contemporáneo de Gustavo Ceratti que le dolía por su accidente cerebrovascular.
El primer video se perdió en la distancia de la memoria por ser un
¿intrascendente? ¿Dance up, Dance On?
¿Stand Dance? Pero el hecho de la mañana le alertó. Luego siguió Calamaro: No importa el problema, importa la solución/
me quedo con lo poco que queda...en el corazón. Cuando Drive mostró a aquel hombre navegando en una marea de manos con un
tono de melancolía, de incertidumbre, de ahínco y después se transmitió Man on the moon se dijo que debía
averiguar en Internet por las traducciones de esas canciones, pero los afanes
diarios, las afugias del metálico y otros ítems
le fueron alejando del camino. Sin embargo el hilo conductor del orar (se iba por la carretera
recitándose el rosario por un extraño acto reflejo producto de una caída en su
estabilidad moral y económica y la reciente muerte de Juan Pablo II)= raro producto de tiempos difíciles y repuntares
inesperados, hacía que el toparse con ese anciano de barbas blancas, un saco de
basura sobre los hombros, una mirada de diáfano azul (era aguanosa pero él la
veía límpida) y una sonrisa enigmática (nunca dijo nada, nunca trató de
manifestar nada del hecho de que se cruzaran constantemente en la carretera,
pero le miraba con un algo significativo). Y entonces la enredadera que crecía
inopinada entre la pobre hierba de hacer camino (¿Por qué las vacas daban leche
a partir de una simple hierba como el pasto?)
Se fue haciendo visible ¿por qué esa plastaza
fea, ignorante y malcriada le atraía y se le aparecía en sueños? ¿Por qué
veía en ella un amor y entre más trataba de concretarlo se veía amenazado,
rechazado y contrariado? Y ¿qué tenía que ver el hecho de que distinguiese, muy
a su modo, la distancia entre Pedro y Pablo por el hecho de llegar a la
conclusión de que la iglesia ya no era una, apostólica y romana en la
diferencia entre el sacerdote =
es-(h)acer-dote o (e)s-a-cerdo-te y
el fraile que era lira-de-la-fe y
todas las relaciones espurias y auténticas entre fe, ciencia y amor?
Hasta que aquella tarde, después de que
guardando la traducción de Drive en
la memoria USB, que luego no funcionó y que el preciso día víspera de los sucesos de la teniente
López anunció: Golpear/quebrar/ata a otro
en los bastidores, nena/Hey, chicos, Rock and Roll/Nadie te dice a donde ir,
nena/¿que si paseó?/ ¿que si caminas?/¿que si rockeas alrededor del
reloj?/tic/tac/¿que si lo hiciste?/¿que si caminaste?/¿que si has intentado
bajar, nena?/...Hey, chicos, dense prisa/quizás estás mal de la cabeza,
nena/Quizá lo hiciste/quizá caminaste/quizá rockeaste alrededor del reloj, nena/quizá
paseo/quizá camino/quizá conduzco para escapar, nena.../hey chicos, dense
prisa/ata otro a tu espalda, nena.., el poeta va lleno de preguntas y de
anhelos ¿quién te quiere? ¿cómo te quiere? ¿`por qué las pérdidas? Y, ese, in-consciente, que va a la deriva en un mar de manos y de ánimos; y
ese, ufano, que se instala ídolo de
su pequeña tribu entre la multitud ¿qué tienen que ver contigo y con los otros
pocos que no se plantan felices junto a su corro de fans y conmigo y con mis pérdidas?...
Que a la distancia el poeta viera un
gatuperio de carros que frenan en una curva de la carretera, un difuso moverse
de sombras que merodean en torno a tres bultos, uno erguido, otro que se agita
y otro que yace fuera como alucinatorio ¿tiene algo que ver con que el poeta se
acerque y desarrolle el siguiente diálogo surgido luego de que sus ojos y los
ojos de la teniente se chocan?
— ¿Qué hace usted aquí, señor?
— Vine a verla a usted ¿muy raro?
— Pues ya me vio, ahora circule por favor;
¿no ve que es un caso de sangre? –todos están tan petrificados que no atinan a
distinguir que el nuevo aparecido le falta al respeto a la autoridad, ni
siquiera ella que es tropelera pero ahora tropelea por la radio pidiendo
asistencia médica; sin embargo el aparecido se resguarda un poco y se dedica a
fisgonear, pero no fisgonea, ora fuertemente: Dios, esta mujer me gusta, dame dame dame el power/dame dame, dame el
poder... Por fin llega una ambulancia y carga el bulto; a punto de abordar
su coche el impertinente aborda de nuevo a la teniente:
— Disculpe, soy miembro del BUSCO: Banco Urbano de Casos Obscuros,
si quisiera darme su localización....
.... y una
agenda y un teléfono empezaron a tender puentes
mientras el viejo Elías sonreía en medio de los transeúntes.
Cuando la teniente López descubrió que en
la sigla BUSCO había una letra que no
casaba ya había dicho que sí.
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